El arco de Apolo

CAPÍTULO 3

No sé cuánto tiempo estuve inconsciente, pero al despertar escuché algunas voces.

 

–Está despertando.

 

–¿Qué?! Por qué no me avisas antes?!

 

–¡Que se acaba de despertar, no soy vidente!

 

–Ay, ya, callate.

 

–Pero…!

 

–Que te calles, Matt!

 

–De verdad, yo me largo de aquí…

 

Cuando conseguí abrir los ojos, tuve que enfocar un poco hasta que pude distinguir la figura que estaba sentada a mi lado, quitándome un trapo húmedo de la cabeza. Al principio pensaba que era cosa mía, pero no.

 

–¿Cómo te encuentras? –me preguntó Leah.

 

Yo parpadeé un par de veces, efectivamente, Leah estaba ahí.

 

–¿Qué? ¿Qué haces tú aquí? ¿Dónde estoy?- Traté de levantarme, pero un fuerte dolor me recorrió todo el cuerpo que me obligó a tumbarme de nuevo.

 

–Yo de ti no me levantaría, las heridas de tú estómago són muy chungas–Ella hizo una breve pausa– Y respondiendo a tu pregunta, estás en la enfermería del campamento Letel.

 

Me quedé mirando la enfermería. A mi lado había un par de camillas más, cada una tenía cortinas a los lados.

–Si te notas mareada o algo, es por qué te hemos dado Ambrosía–me dijo Leah después de unos minutos de silencio.

 

–¿Ambrosía? ¿Que es eso?

 

–Una planta, a seres como nosotras nos sirve de comida y medicina, pero ten cuidado si comes mucha, es peligroso, solo tómala cuando…

 

–¿Seres como nosotras? –la interrumpí–Pero Leah…nosotras somos humanas…–dije confusa.

 

–No lo sabes?

 

–Saber que?

 

Leah suspiró, ella repiqueteaba sus dedos en sus muslos.

 

–Dalia, el campamento Letel es un campamento para semidioses. Tú eres una de los nuestros.

 

Me quedé atónita, entonces, de la nada empecé a reír, tal vez era esa cosa rara la ambrosía que hizo que me pareciera gracioso en ese momento.

 

–Semidioses? Venga ya, los dioses no existen, Leah–dije después de calmar mi risa, pero por la expresión de su cara, supe que no era broma.

 

–Dalia, no estoy bromeando, es real. No te suenan estas dos criaturas?- Seguido de eso, me enseñó dos fotos, una de una Furia, Tisifone, y la otra de la Esfinge.

 

Me quedé congelada al recordar la pelea. Esas fotos eran de esos monstruos, pero eran las fotos de los mismos monstruos que combatí.

 

–No…No eran mentira?

 

–No.

 

Yo no sabía qué decir, que se supone que tienes que decir cuando te enteras que tu padre es un dios? Porque estaba segura que era mi padre, mi madre era muy normal para ser una diosa.

 

–Y quién se supone que es mi padre?- pregunté después de unos minutos de silencio.

 

–No lo sabemos.

 

–Entonces cómo sabéis que soy una semidiosa?

 

–Por qué te estás manifestando, cuando un semidiós empieza a descubrir quién es, el campamento recibe una señal de dónde está y quién és, de forma que la directora les envía el una tarjeta o carta, como lo quieras llamar, con la dirección del campamento. Són los mismos semidioses los que deciden si ir o no, aunque normalmente todos aceptan.

 

–Por eso te pusiste así cuando te enseñé aquel sobre?

 

Leah asintió. Yo aún procesaba todo.

 

–¿Y quién es tu padre o madre? –Le pregunté por curiosidad. Ella se desató el pañuelo que llevaba en el pelo y me señaló el estampado de soles que había en él.

 

–Apolo–deduje yo. Ella asintió. 

 

Entonces, un chico entró a la enfermería, dirigiéndose hacía mi dirección. El mismo chico que había visto con Leah en mi sueño, cuando lo vi por primera vez en el sueño, no pude analizarlo bien y cuando me desmayé no tuve tiempo para verle la cara del todo, pero ahora podía verlo con más claridad. El color anaranjado de sus ojos, su piel ligeramente bronceada brillaba con los rayos de sol que entraban por la ventana. En el momento que él entró a mi habitación me echó un vistazo.

 

–Al menos está viva–fue lo único que dijo.

 

–Podrías tener un poco más de cuidado al hablar? -dijo Leah molesta–¿Porque no te presentas, eh?

 

El chaval me miró como si fuera un bicho raro.. Me di cuenta de la suciedad de su cara y ropa, era grasa. Me dio un poquito de asco, la verdad. Imaginé que el sentimiento era mutuo, yo tampoco tendría que tener un aspecto muy agradable a la vista.

 

–Mateo Caruso, pero llamame Matt–dijo el chico.

 

–Ah–dije volviendo a la realidad–Yo Dalia Harker.

 

–Lo sé.

 

–Lo sabes?

 

–Claro, eres el motivo de charla de medio campamento. La chica que venció a una Esfinge. Ah, y Leah me ha hablado de tí muchas veces.

 

Me ruboricé, odiaba ser el centro de atención.

 

–Tengo que avisar a la directora de que ya está despierta, ahora vuelvo–Leah se levantó de su silla y se dirigió hacía la puerta.

 

–Estupendo, nadie te echará de menos–dijo Matt con una sonrisilla.

 

Leah se volvió hacía él y le sacó el dedo del medio, después desapareció por la puerta.

 

Yo observaba a la gente de afuera desde la ventana.

 

–No te preocupes.

 

Yo lo miré, sin entender a qué se refería.

 

–Eh?

 

–A que la gente hable de tí. Se olvidarán en un par de días.

 

–Me da igual.

 

–No, no te da igual.

 

–¿Cómo lo sabes? Me acabas de conocer.

 

–Te he visto cómo te sonrojabas cuando lo he dicho, y eres fácil de leer.

 

Me volví a ruborizar, de que iba ese tío? 

 

–¿Y tú padre quién es? –pregunté, cambiando de tema.




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