(Raido)
Cuarto Misterio, La Estrategia Odal
Versión del Mito Hiperbóreo por Felipe Moyano; adaptación del Círculo de Amatista
Las leyendas cuentan que los Dioses Liberadores jamás hablaban de paz sino de Guerra y Estrategia. La Estrategia consistía en mantenerse en estado de alerta y conservar el sitio acordado con los Atlantes Leales a los Dioses Liberadores, hasta el día en que la Guerra Esencial se trasladase nuevamente a la Tierra. Y esto no era la paz, sino la preparación para la guerra. Pero cumplir con la misión, con el Pacto de Sangre, mantener al pueblo en estado de alerta, exigía un modo de vida especial que les permitiese vivir como extranjeros en la Tierra. Y es que uno de los misterios más grandes del Espíritu es que los seres humanos no somos nativos de la Tierra. Fuimos encadenados a una existencia carnal en un mundo material lleno de aire, tierra, fuego y agua. Por esa razón los Dioses Leales mandaron a los hombres vivir como forasteros en un mundo ajeno a ellos.
Los Atlantes del Pacto de Sangre habían transferido a los pueblos humanos el mensaje de los Dioses Leales y por eso era tan importante vivir de forma estratégica, es decir, como extranjeros. Para lograrlo se les dio a los hombres una técnica secreta conocida como "La Estrategia Odal" u "Oposición Estratégica", misma que comprendía la Ocupación de un territorio, el Cerco de ese territorio y luego la Muralla alrededor de él; tres conceptos complementados por aquel legado de la Sabiduría Atlante que eran la Agricultura y la Ganadería.
En primer lugar, los pueblos aliados de los Atlantes Liberadores no deberían olvidar nunca el principio de la Ocupación del territorio y tendrían que olvidarse definitivamente de que la tierra les pertenece. En otras palabras, la tierra habitada era tierra ocupada y no tierra propia; ¿ocupada a quién?, al Enemigo, a las Potencias de la Materia. Este convencimiento bastaría para mantener el estado de alerta porque el pueblo ocupante estaba consciente de que el Enemigo intentaría recuperar el territorio por cualquier medio: bajo la forma de los pueblos nativos aliados a los Atlantes del Pacto Cultural con los Dioses Traidores, como otro pueblo invasor o como adversidad de las Fuerzas de la naturaleza. Creer en la propiedad de la tierra, por el contrario, significaba bajar la guardia frente al Enemigo, perder el estado de alerta y sucumbir ante Su Poder de Ilusión.
Comprendido y aceptado el principio de Ocupación, en segundo lugar, los pueblos de hombres debían proceder a cercar el territorio ocupado o, por lo menos, a señalar su área. ¿Por qué? porque el principio del Cerco permitía separar el territorio ocupado del territorio enemigo: fuera del área ocupada y cercada se extendía el territorio del Enemigo. Recién entonces, cuando se disponía de un área ocupada y cercada, se podía sembrar y hacer producir a la tierra.
En efecto, en el modo de vida estratégico heredado de los Atlantes Leales, los pueblos de los hombres estaban obligados a actuar según un orden estricto que ningún otro principio permitía alterar.
En tercer lugar, después de la ocupación y el cercado, recién se podía practicar el cultivo. La causa de esta rigurosidad era la importancia que los Atlantes Leales atribuían al cultivo como acto capaz de liberar al Espíritu o de aumentar su esclavitud en la Materia. La fórmula correcta era la siguiente: si un pueblo de Sangre Pura realizaba el cultivo sobre una tierra ocupada, y no olvidaba en ningún momento al Enemigo que acechaba afuera, entonces, dentro del cerco, sería libre para elevarse hasta el Espíritu y adquirir la Más Alta Sabiduría. En caso contrario, si se cultivaba la tierra creyendo que es propiedad de quien la cultiva, las Potencias de la Materia emergerían de la Tierra, se apoderarían del hombre, y lo integrarían al mundo, convirtiéndolo en un objeto de los Dioses Traidores; en consecuencia, el Espíritu sufriría una caída en la materia aún más atroz, acompañada de la ilusión más nociva pues creería ser "libre" en su propiedad cuando solo sería una pieza del mundo creado por los Dioses.
Quien cultivase la tierra, sin ocuparla y cercarla previamente, y se sintiese su dueño o desease serlo, sería invadido por la ilusión del mundo y experimentaría la alucinación de pertenecer a él. La propiedad implica una doble relación, recíproca e inevitable: la propiedad pertenece al propietario tanto como éste pertenece a la propiedad. El hombre que se sintiese pertenecer a la Tierra quedaría desguarnecido frente al Poder de Ilusión del Enemigo: no se comportaría como extranjero en la Tierra; como el hombre espiritual que cultiva en el cerco estratégico, más bien se arraigaría y amaría a la tierra; creería en la paz y anhelaría esa ilusión. Se sentiría parte de la naturaleza y aceptaría que el "todo" es Obra de los Dioses; se empequeñecería en su grandeza y se asombraría de la maravilla de la Creación que lo rodea por todas partes; no concebiría jamás una salida de la Creación. Antes bien, tal idea lo sumiría en un terror sin nombre pues en ella intuiría una herejía abominable, una insubordinación a la Voluntad del Creador que podría acarrearle castigos imprevisibles; se sometería al Destino, a la Voluntad de los Dioses que lo deciden y les rendiría Culto para ganar su favor o para aplacar sus iras; sería ablandado por el miedo y no tendría fuerzas, ni para oponerse a los Dioses, ni siquiera para luchar contra la parte animal de sí mismo. Tampoco tendría fuerzas para que el Espíritu dominase sus sentimientos y pensamientos. Jamás podría transformase en el Señor de Sí Mismo.