El arrogante Dios del cielo

Capítulo 23 Cuando las flores se marchitan

El pequeño Sangel se acercó a mí con apresuro, para luego ponerse delante mío, su mirada se centraba temeroso detrás suyo. Hasta yo era consciente que aquella situación no era de ninguna forma cómoda.

—Rey del cielo, aún si tratas enojarte conmigo. Soy el Dios de la guerra. Tenerme de enemigo, podía destruirte. Tú eres un Dios joven, un niño que sólo actúa por impulso.—Se acomodó su largo cabello rojo a un lado de su hombro.

¿Cuántos milenios tiene este Dios?

—Dios Ares, tener el control de mi ejército, te ha cegado ver tu realidad. Podría expulsarte del cielo y convertirte en un mortal. Ese el poder del Rey del cielo. No importa los siglos que tengas, no pasarás a ser sólo mi subordinado.

Eso fue. Justo en el orgullo.

Con una sonrisa sarcástica, Ares respondió:

—Dejaste morir a la mujer que amabas, ¿ni eso pudiste proteger teniendo tal poder?

Eso no hace.
¡Ahora si te pasaste Ares!

Caelus hizo aparecer una espada de Jade en su mano, que en un rápido movimiento rozó el cuello de Ares y este como un Dios de nervios de acero, agregó viéndome.

—Esa mujer es idéntica a esa humana, pero ella era como una deidad, tan delicada como las finas rosas, tan pura como el agua de las altas montañas. Sin embargo, ¿cómo pudo tal mujer, renacer en alguien como ella? ¿Realmente es ella o una impostora?

Tapé completamente mi cuerpo y volteé con una mirada fija en él.

—Dios de la guerra, ¿cuánto tiempo cree que pasó en el mundo mortal? Mujeres como yo, ahora existe muchas en mi mundo. Usted debe saber que incluso una mujer común, puede enfrentarlo.—Agregué fingiendo respeto.—Siento herir sus sentimientos.

—Insolente.

—Lo es.—Afirmó Caelus para mi sorpresa.

¡Ey, Caelus! ¿No estás a mi favor?

—Es una mujer sin sentido de la moralidad, impertinente y cabeza dura.—Yo lo miré fijamente asintiendo al ser algunas descripciones ciertas.—Sin embargo, tiene más agallas que cualquier Dios de aquí. Así que ten cuidado con tus acciones. Que si se convierte en mi esposa, podría tener más poder que tú.

Ares rio un poco.

—Aún no lo es, nunca te casaste con tus prometidas, que desperdicio.—Se volteó dándonos la espalda.—Quiero darme un baño sin intrusos.

¡Caelus estás agregando más leña al fuego!, le hablé de esa forma por impulso debido a Sangel. Pero siendo consciente de mi mundo, podría traer un verdadero caos...

Igual no me arrepiento por golpearlo ¡Se lo merecía!
¡Ojalá te quedes calvo!

El Dios del cielo me llevó de la mano hacia su aposentos de regreso. Sangel por fin pudo respirar con tranquilidad, la mirada de Dios era enojada y a la vez preocupada, me veía de reojo cierto tiempos y luego volvía a poner su rostro usual. Finalmente cuando quise decir algo, él habló.

—Hoy te verá una médico espiritual. Higea.

—¿Médico? Pero, yo no estoy enferma.

—Mi señor, ¿la prometida Alba fue herida?—Mencionó el pequeño con la mirada preocupada.

—No, este es un asunto necesario. Es una orden.

—...Está bien, aceptaré. Pero dime el porqué.—Me puse delante de él soltando su mano.

—Sólo quiero saber si tú cuerpo es fuerte por dentro. Tanto como tu carácter y tu boca.

—¡Ah!, lo dice por que ella debe estar fuerte para alumbrar. ¿Verdad?—Sangel nos miró con cierto brillo en los ojos.

—¡¿Eh?! ¿Enserio?

El Dios no afirmó ni negó las palabras de Sangel, no mostró ninguna expresión ante lo dicho.

—Llegando, báñate en mi cuarto.

—Yo, ya lo hice en el manantial...

—Entonces, ¿no te importa haberte bañado en el mismo lugar que ese sujeto?

—¡Mi señor!, eso fue mi culpa mía. Yo fui el que le dijo sobre el lugar, no me di cuenta de que estaba ocupada. Lo siento, la expuse al peligro.

Yo intervine de inmediato.

—Está bien, no es como si fueras adivino, sólo querías hacerme sentir mejor. No eres culpable.

—Gracias señorita Alba. Usted es muy comprensiva.—Se aferró a una de mis piernas.

—Sangel, de ahora a adelante me tendrás que pedir permiso a mi primero. No hagas nada que no sea aprobado antes por mi.

Sangel se arrodilló ante él

—¡Sí, Rey Caelus!

—Tampoco pares todo el día pegado a Alba. Como ahora.—Nos miró fijamente con aquellos ojos vistosos.

—¡Oye!, es sólo un niño que quiere afecto, ¿por qué deberías prohibirle eso? Yo lo veo como hermanito pequeño ¿Es así Sangel?

—¡Sí!—Afirmó con su cabeza.

—Ese "niño", pronto dejará de serlo, los conejos cuando se vuelven adultos son problemáticos.

—Yo nunca le haría nada a la señorita Alba, ella es muy buena conmigo como para defraudarla.

—Mantén tu palabra.—Su voz sonó autoritaria.

—Lo haré ¡Definitivamente!—Extendió Sangel ambos brazos.

La expresión de Caelus siguió como una piedra tallada que no expresaba nada. 
Pero no sabía que tanto decía sus pensamientos, si sólo pudiera leer las mentes, tal vez sería un poquito más fácil saber qué decirle, sin que muestre un rostro de disgusto.

En la tarde, finalmente una médico vino por mí, la Diosa de la protección, descendiente del Dios de la medicina, Higea. Revisó cada parte de mis pulsos vitales y como si sus ojos pudieran ver mi alma, me vio fijamente unas cuantas veces.

—En mi mundo no iba frecuentemente al hospital, así que... ¿estoy bien de salud?—Me señalé.

—Esto es confidente, no puedo decirle si el Rey no me lo permite.—Desvió su mirada.

—Eso es absurdo, yo soy la paciente, yo debería saberlo. Responderé por ti si te dice algo, realmente quiero saber si tengo algo.—Junté las palmas de mis manos.

—Realmente no puedo, tengo una promesa.—Se levantó de la silla con apresuro.

Sin dejarle salida, me puse delante de ella dando un brinco. La Diosa me miró con un rostro nervioso al ser tan insistente.

—¡Está bien!, pero por lo menos dime si esta revisión, ¿es para saber mi estado de salud o mental? Por que lo segundo no creo que esté tan estable...




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.