El arrogante Dios del cielo

Capítulo 35 Discordia y odio

Tal vez muchos ya olvidaron quien fue Caelus hace 800 años, cuando aún él era sólo un príncipe.

El anterior rey Caelus tuvo muchos hijos, pero muy pocos fueron reconocidos por él. Entre todos, su hijo llamado el primogénito, el cual tenía su mismo nombre, destacaba entre sus hermanos. Dotado con la bendición de haber nacido en cuna de oro y de un talento innato, es lo que los otros reconocían.

Pero la verdad era que Caelus sólo se esforzó, cada día, año, décadas y siglos para ser reconocido, teniendo el peso de su nombre presente. 
El que tenga el mismo nombre que su padre, sólo fue porque su madre le otorgó tal nombre. Su carácter siempre era el correcto y modesto, era hábil incluso en reuniones de alta complejidad. Su presencia era impecable y era reconocido por tener un corazón justo y amable. Con el tiempo no pudieron no reconocer, que no había otro que tomara el reinado del cielo.

Teniendo a su lado a Natfaria, una compañera que nunca le defraudaría, esos días fueron los más pacíficos que Caelus vivió.

Tal vez la decadencia de tal imagen, fue cuando conoció a aquella humana, cuando una tarde decidió ir al mundo mortal, para comprender los corazones humanos. En su recorrido, conoció a una bella mujer que bailaba sobre flores blancas, sólo era una mortal, pero esa fue la primera vez que Caelus sintió atracción por alguien.

Todos saben de las aventuras que tuvo Caelus con aquella mujer, poco a poco la imagen impecable de Caelus fue decayendo. Hasta finalmente dividirse las opiniones de muchos dioses.

Cuando fue coronado rey, sólo al día siguiente se enteró la muerte de la mujer que amaba. Ese fue el comienzo en el cielo, para el gobierno de un frío y autoritario rey. Nadie pensó que tanto cambiaría Caelus por tal tragedia, pero su autoridad ya había sido decidida y nadie podía reclamar.

Natfaria viendo esto, muchas noches lloró desconsolada, el hombre que más apreciaba ahora no la miraba como antes, su corazón no tenía brillo alguno, no quedaba nada de aquel hombre amable que muchas veces acarició su cabeza, tratando como lo más preciada para él. Sabía que era su culpa, pero no quiso admitirlo.

Sólo muchos siglos después, la verdad que escondía en su corazón, fue revelada al Dios de la guerra intencionalmente, para tener un apoyo en su soledad.

Poco tiempo después, su compromiso fue anunciado. Por supuesto Natfaria nunca llegó a amar a Ares, su corazón siempre fue devoto a Caelus, pero lo que Natfaria no sabía, era que el Dios de la guerra si la había estado mirando desde hace mucho tiempo, aún antes de que su secreto fuera revelado a él. Pero un hombre orgulloso como él, no lo reconocería.

Daño tras daño, al final el daño fue mutuo. Él sabía del corazón codicioso de Natfaria, de su distante y calculadora personalidad. Era ambiciosa y es exactamente por que a él le gustaba, no podría soportar tener a su lado a una mujer sumisa y sin aspiraciones.

Ares no sabía cuánto más se contendría Natfaria, pero sea cual sea el resultado, la seguiría hasta al final.

Ante la vista de todos, una bola hecha de cristal transparente fue entregada a Caelus por Sangel. 

—Sangel, ¿qué esto?

—Mis recuerdos. Mi señor, tiene que ver la verdad.

Dando un paso hacia atrás, Natfaria miró con intensidad a Ares, este entendiendo sus pensamientos, atacó a Caelus en un rápido movimiento, aunque este pudo esquivarlo, parte de su rostro fue cortado deslizándose una gota de sangre de el.

La intención de Ares no sólo era quitarle aquel objeto, también lastimarlo. Esto alertó a Natfaria de inmediato.

—¡Detente Ares!

Viendo de que su plan no funcionaría, su objetivo fue desviado en Sangel, antes de tomar su brazo, Alba quien estaba cerca de él, lo abrazó de inmediato.

Su rostro se elevó con indignación.

—Tratando de lastimar a un inocente, ¿aún quieres hacerles creer que eres alguien justo?

Sangel volteó a ver a Alba con admiración.

—Señorita Alba...

Con tono suave ella habló.

—Sangel, te dije que confiaría en tí, sé que pasaste por mucho tan sólo al verte, eres muy valiente sabes, gracias.—Le devolvió una sonrisa, para luego volver a mirar a Ares.—Dios de la guerra ¡Qué si soy sólo una mortal! ¡Por lo menos mi corazón está libre de maldad!

Ares sólo bufó.

—Sí, eres una mortal, entonces será fácil eliminarte.

Antes de alzar su espada, Ares sintió una presión en su cuello que lo inmovilizó de inmediato, sin medir fuerza, fue expulsado de la visión de Alba y Sangel, cayendo Ares cerca de Natfaria.

Con la mirada aún puesta en Ares, Caelus preguntó.

—Sangel, ¿qué debo hacer con esto?

—Mi señor, sólo bríndele un poco de su energía.

Natfaria con evidente nerviosismo, sabía del grave descuido que había provocado, mirando fijamente a Sangel, este se estremeció al ver que ya se había dado cuenta que el control de sus recuerdos, ya se habían desvanecido.

—¡Rey Caelus! Por favor, créame.

Tratando de no mirarla, Caelus elevó su mano transfiriendo su energía en el objeto. De inmediato arriba suyo, como si se abriera un espejismo en el cielo, una imagen fue proyectada dentro de ella.

Ahí se encontraba, Natfaria y Ares. En las afueras del aposento de la Diosa. El Dios la había visitado, en un momento de ocio.

—¿Siempre vas a ser indiferente a mí cuando te visito?

—¿Qué exactamente deseas? Dios de la guerra.

—Tu rostro se muestra afligido, como si algo te molestara. Es increíble como sólo a mí no eres capaz de mostrarme amabilidad. No sé si es un halago, que seas tan natural conmigo.

—...
Sí, es verdad. Yo, siento que tengo que desfogarme. Entonces ¿Me ayudarás?

—Bueno, ¿por qué no lo haría? Sé de tu posición en este mundo, pero aún así me pides ayuda. Debe ser algo grave.

—Sí te dijera, que maté a una humana, ¿me creerías?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.