Zean Zaldivar
Siempre quise saber lo que es ser amado, tener una familia con la cual compartir lo que siento, expresarme con libertad y quererlos con toda mi alma.
Dicen que los arcoíris pronto desaparecen; la luz del día no se ve en la noche, entonces... ¿Nada es para siempre?
Me adoran mis padres, dicen que soy un muchacho muy bien portado, tranquilo y adorable, amante de los colores, los lienzos y sonreír. Sin embargo, todo es mentira. No soy tranquilo, soy inquieto. De vez en cuando me escondo en las mismas cuatro paredes o pinto lugares que no deberían tener una mancha. Soy amante de los colores, pero ¿por qué mi habitación está gris? Soy un chico bien portado porque solo espero la muerte, es todo.
El cáncer de Zean ha empeorado mucho más; está en etapa dos, sus pulmones empeoran cada vez y no habrá posibilidades de que la quimioterapia sirva de algo. —Fue lo que le dijo mi doctor a mis padres; ellos reaccionaron de maneras esperadas, llorando como locos, como si amaran a su hijo.
Mi padre protestaba hablando de los millones de dólares que había dado para que pudiera vivir y eliminar el cáncer; sin embargo, el dinero esta vez no me daría vida.
Estaba acostado en la cama del hospital esperando mentiras de mi madre. Entró evitando las lágrimas que caían de su rostro, me regaló una sonrisa y de paso... un abrazo.
—Todo está bien, el doctor me dijo que estás mejorando mucho mejor de lo esperado —me dijo con la intención de eliminar preocupación, pero realmente no me importaba.
—Dime ya de una vez cuánto tiempo de vida me queda. ¿Importa que alguien de 22 años se muera de cáncer?
Me gustaba herir los sentimientos de mi madre, para que revelara toda la verdad; soy cruel y qué más da, mi diversión era esa. Siguió mintiendo sobre mi bienestar y lo dejé pasar. Fuimos a mi gran casita. Estaba en silla de ruedas, pero creo que las escaleras no eran amigas.
—Vamos al elevador. —Mi madre trataba de calmar mi frustración, pero no quería aceptar lo que ella me decía.
—Puedo usar las escaleras, dices que estoy mejorando —le dije con una voz fría como hielo.
Me levanté de la silla y empecé a caminar; me gustaba contar cuántos escalones tenía mi casa. Cuando abría la puerta de mi habitación, sentía... tristeza, los colores grises y los colores de los lienzos eran tan diferentes.
Mi piel era pálida, era rubio y también tenía heterocromía; decían que la heterocromia solía pasar más en animales y me traté como uno. Me lastimé, me golpeaba impulsivamente casi todos los días, mi madre me inyectaba para tranquilizarme y calmar mi ira. Me gustaba la pintura roja, pintaba mi cuerpo con frecuencia para recordar la niñez cruel que sufría en la escuela.
—¡Maestra! —¿Por qué Zean tiene los ojos como mi perro? —dijo una niña mocosa y odiosa.
—¿Tu perro tiene un ojo azul y el... marrón? —dijo un niño con mucha curiosidad.
Desde que esa niña abrió el hocico, fue el hablar de muchos niños pequeños curiosos; no sabían que me afectaba, mi madre lo supo, pero para ella todo era una broma.
Odié la escuela y terminé estudiando en casa; no seguí la universidad porque nunca ejercería en algo. Ahora solo me dedico a pintar lienzos, manchas oscuras y arte oscuro porque siempre me sentía así. Es difícil, es difícil saber que morirás y no poder saber que no habrá colores en mi vida. Es por esta razón que uso la pintura en mi cuerpo.
—¡Zean! —Frunció el ceño—. Siguen pintando tu piel, esas pinturas son malas para tu piel, producen alergia. —Siempre me vigilaba como alguien en la prisión para no matarme por mi frustración.
Aunque no me importa morir, me frustra el morir sin ser nadie; ese día mi padre llegó temprano y teníamos que cenar juntos los tres, como familia.
Me dijeron que mi hijo ya está mejorando. —Se pusieron de acuerdo para la misma mentira. Sonreí y tomé el tenedor de la mesa.
—El doctor dijo que mi Zean mejorará en el paso de estos 6 meses; tenemos que celebrarlo saliendo del país por esos meses.
Olvidé decir que mi padre era el rector de una universidad de Estados Unidos, y tienen otros ingresos y son inversionistas; usan su dinero como si nunca se acabara. No habíamos salido desde que me resultaron con cáncer, pero por obvias razones no quiero ir.
—Vi por la televisión que los padres que tienen hijos con cáncer los llevan a muchos países y les enseñan cosas porque morirán pronto. Quiero ser normal. Mañana iré a comprar más pintura roja.
Era tan complicado salir solo con ellos a mi lado. A la mañana siguiente, me desperté; las sábanas blancas fueron manchadas por la madrugada, las manché de colores porque eran muy deprimentes. Me levanté, me vestí y salí de casa muy temprano. Caminé hasta el centro, tenía energía; el lugar de arte era uno de mis lugares favoritos. Compraba muchas cosas, como nuevos pinceles, más pinturas y muchos lienzos.
Salgo muy cansado luego de comprar tanto; caminaba por todo el centro con las cosas en la mano, en mi mundo no existía nada más que yo hasta que un estúpido ciclista pasó por encima de mí, arrojándome al suelo y las pinturas encima de mí.
La pintura roja abundaba más y el tipo se preocupó más.
—¡S-Señor! Joven... —¿Niño? —Sacudió su cabeza—. ¡Discúlpeme! Joven, no fue mi intención hacer gran malicia.
—Está bien —le dije con tranquilidad. Me levanté por mi cuenta.
Miro que mi ropa blanca estaba llena de pintura roja y otros colores que no predominaban. Se asustó aún más. —¿S-Segura que está bien? Una bicicleta no pudo haberle hecho tanto daño; creo que este tipo temía pagar una deuda de hospital.
Miré mi bolsa y las pinturas ya arruinadas; no me quedaba más que decirle la verdad. —Solo es pintura, acaso no puedes ver que otros colores se mezclan entre sí?— No estaba tan enojado, pero me enojaba lo estúpido que era él.
—Estudio en la universidad de Zaldivar, estudio medicina. Mi nombre es Dareen Venturi.
Editado: 11.12.2024