Zean Zaldivar
Me quedé en el jardín para pintar en el atardecer. Lo pinté a él y esta vez tenía todo menos el color de sus ojos. Mis sentimientos se frustraban, no quería ese tipo de colores en mis pinturas... No puedo creer que unos ojos grises me hipnotizaran tanto tiempo que lo empecé a odiar. Tiré la pintura y me fui a mi habitación.
—Mi habitación se vuelve tus ojos.
Los colores grises, blancos y negros eran los que más odiaba; sentía que eran como mi casa, abrumadora, aterradora y triste.
Dareen tenía razón cuando hablaba de color rojo. Aunque sabía ambos significados, el que me había dicho era el que más me identificaba.
Los botes de pintura roja estaban llenos y nuevos; los tomé con desesperación. Abrí un bote y la pintura caía en mi mano, y algunas gotas al suelo; me abrazaba con las manos llenas de rojo y me quedaba recostado en el suelo, empezando a llorar en el suelo.
—No quiero morir. —Mis labios temblaban por mi desesperación. Todo lo que odiaba de mí lo llenaba de pintura: mi piel, mi cabello, mi cara, excepto mis ojos. Me abrazaba fuerte, como si otra persona lo hiciera.
No me entendía, tenía bajones en cualquier momento, podían ocurrir. Mi ropa está llena de rojo y el suelo también. Me designé a levantarme hasta que amanezca. Para mí es difícil aceptar que moriré pronto; podré morir mañana o esta noche. Moriré sin ser nadie, moriré siendo odiado y siendo una pena para mi familia.
Sé que estos pensamientos hacen que no avance mi quimioterapia, pero no podía evitarlo; al fin y al cabo, todo lo que me decía era verdad. Me dormí esperando no despertar mañana.
Dareen Venturi
Supe pocas cosas de él; me intriga saber su condición, que es lo que lo hace estar en una silla de ruedas, por qué será tan pálido. Necesito saberlo todo; parezco un doctor loco intentando acosar a alguien, pero no era así.
Siento que el fondo necesita ayuda, necesito ayudarlo a animarse; lo que me dijo esta tarde era muy triste, tanto que su respiración. Era muy lenta.
Fue a la tienda de arte, encontré al cajero cerrar y me acerqué amistosamente.
—Oye tú, el de la gorra roja —Señalé al cajero y él me miró con disgusto.
Estaba cerca de él y me golpeó con su gorra; no dolió porque no había necesidad de hacer eso.
—¿Qué te pasa? —Le quité la gorra y la tiré— Necesito tu ayuda.
—Deja de buscar a mi jefe, supe que quieres una relación con la hija del dueño del super. —El cruzó sus brazos—. Te advierto, Dareen. No te acerques a Zean, es un tipo impulsivo y algo deprimente.
—¿Súper? ¡Hablas de Vielha! Dejé de buscarla cuando su padre me persiguió con un martillo. —Cambié el tema—. Quiero saber por qué Zean es un tipo así; seré doctor y puedo ayudar en su condición.
—Tiene los días contados, tiene una enfermedad que no es curable, dicen que es epilepsia, pero nunca ha tenido un ataque. Nunca sale de casa más que los viernes. —Pensó en algo más que pueda usar como información— Déjalo, no le gusta que hablen de sus ojos y de su condición.
Un empleado sabía casi toda su vida, pero era algo extraño. Hable con el cajero y supe que se llamaba Vincent. Era un tipo tranquilo y que cuidaba bien de su jefe, era muy querido, pero cuando hable con él, sentí que hablaba con un vacío en el fondo.
Era de noche y tenía que esperar las ganas de volverlo a ver. Tenía muchas preguntas; soy muy social y él es muy reservado, tengo dudas... preguntas... cosas que decirle.
No puedo creer que me interese en él en tan poco tiempo de vernos. Acomode mi almohada e intenté dormirme, pero sus ojos estaban encima de mí. Sus diferentes y únicos eran lo que me atraían de él. Quiero... tomarlo con ambas y acercar su cara con la mía para observar su belleza, pero creo que será imposible por ahora.
Me dormí pensando en él, soñé con él. Era un sueño raro; el fondo era negro y rojo, muchos pinceles sucios llenos de pintura roja, lienzos por terminar y él... estaba muerto.
Me desperté asustado. Jadeando con rapidez, me calmé y traté de tomar esto muy tranquilo. —¿Estará bien? —Me susurré, sacudí la cabeza y luego me acosté con una sensación extraña. —¿Qué rayos está pasando? —Miré el techo blanco y luego mis ojos se cerraban nuevamente.
Soñé con él toda la noche, sueños extraños y tenebrosos, pero siempre con el mismo final. Si estos sueños siguen así, debería de comentárselo, así podré tener más calma en mi vida.
Amaneció y mis ojos estaban pegados; no dormí bien anoche. Me levanté y fui a la habitación de mi madre. La encontré llorando... Tuvo que ver con mi padre, eso lo sé.
—Deja de llorar, mamá. —Me senté junto a ella mirando la ventana—. Si te aferras a esto, nunca podremos salir de casa.
—Tu padre murió esta madrugada.
Me quedé helado; mi madre ocultaba sus ganas de seguir llorando y me estaba destrozando.
—Aunque nunca estuvo presente para ti, me duele mucho porque al final era mi esposo y tu padre. —Su voz quebrada hacía que me derrumbara...
—Deja de llorar.
No me gustaba ver a las personas llorar, mucho menos frente a mí; sentía que yo era el causante de esas lágrimas; sin embargo, esto era diferente. Abracé con el mucho amor que me ha dado.
Tardó un rato en calmarse y me sentí aliviado.
Salí de casa a un café con Viella y Vincent; estábamos los tres juntos, pero había un silencio.
—A-Ah... —Lamento mucho lo de tu padre. —Ella miró a Vincent y luego lo pateó.
—¿Sí? ¡Sí! Lamentamos la pérdida de tu padre. Es una pena que un alcohólico perdiera la vida de un infarto y cayera a un río.
Viella lo pateó más fuerte. —Eres un inútil —le susurró. —No te preocupes, estamos para apoyarte; si necesitas ayuda en algo, estaremos los dos.
—Si nunca fue a mis eventos escolares, ¿por qué tengo que ir a su funeral? —Me levanté para traer los cafés.
Viella y Vincent ya se conocían; Viella es la hija de un hombre dueño de un supermercado y Vincent era un ladrón que robó... mandarinas. Desde entonces se acercaron y se hicieron unidos.
Editado: 11.12.2024