El arte de amarte duele

Me cedí a ti

Salí de casa descalzo, las lágrimas corrían junto a mi suerte sin que las pudiera detener, el viento golpeaba mi rostro, sentía morir por dentro, estaba sudando frio y el dolor presionaba mis piernas. Me frené, encendí un cigarrillo, uno tras otro hasta descubrir mis pulmones, deambulaba un poco, caminé y caminé sin razón, con ansiedad, descontrol y sin mí. Llegué a tu casa con ganas de rendirme, ya no quería pelear, sólo necesitaba que me sostuvieras, te llamé, me perdí en varios intentos, y cuando parecía no haber respuestas, escuché el despertador de tu voz, sonabas preocupada, forzosamente pude mencionar algunas palabras, te rogué que salieras, callaste, y lo entendí entonces. Cuando iba a colgar te vi abrir la ventana de tu cuarto, juro que intenté sonreír, pero no pude y tú tampoco, no sé cómo, pero llegué hasta tu ventana, estabas paralizada, me mirabas con desconcierto, decepción, agonía. Me halaste hacia ti, me abrazaste tan fuerte que rompí en llanto, tomaste mi mano y subimos a tu cama, pusiste mi cabeza en tu pecho, te abracé fuerte, muy fuerte que hallé unos latidos que no eran los míos. Sentiste el cansancio de mi respiración en tu piel, eran tus brazos sosteniéndome, eras tú levantándome de la oscuridad, eras tú jodiendo a mi soledad. Desde ese momento supe que tú eras la dosis de calma necesaria para un caos de mi tipo. 
Tu habitación no tenía cortinas, la luz invadió mi rostro, abrí los ojos sin ganas, de repente tus pequeños ojos fijos estaban sobre mí, seguía con la mala costumbre de hundirme en ellos, de perderme en ti. Me encantaba que el despertador de esa mañana fuese tu sonrisa, tenerte cerca. Te acerqué a mí, te despeiné, te abracé, y oímos los gritos de tu madre, golpeaba la puerta frenéticamente, supongo que faltaba poco para ir a la cárcel, saltaste de la cama con prisa, estabas lista, ambos sonreímos, te tiraste sobre mí y bromeé: 
-Te ves hermosa preocupada. 
Sonreíste y me golpeaste el hombro, sonreí y te empujé, pusiste los ojos en blanco, empecé a decir todo lo que amaba de ti, te sonrojaste tanto que no pudiste pronunciar ninguna palabra. Te vi hasta que me lanzaste una almohada y saliste de la habitación, aproveché para ponerme los zapatos mientras pensaba en cómo salir sin causarte problemas, de repente escuche la puerta abrirse, sentí mi corazón paralizarse, de repente respiré tu aroma y me tranquilicé, giré y allí estabas con una taza de café, me diste un beso en la cabeza. 
-Me encantas y espero que ya lo sepas. -Dije. 
-Espero nunca dejar de saberlo. -Sonrió. 
 



#49449 en Novela romántica

En el texto hay: traicion, desamor, amor

Editado: 06.03.2019

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