El arte de fingir

28 | Mentiras de papel

CAPÍTUO 28 | Mentiras de papel

"La clave de todo descubrimiento está en desconfiar hasta del más mínimo detalle"

 

Emily

¿Cuántos jodidos días nos creemos que tenemos para disfrutar?

La realidad es que, en caso de que haya una cifra exacta, no es ni la mitad de grande de lo que nos gustaría que fuera y es por eso por lo que no deberíamos perder ni un minuto más.

Yo no quería perder otro minuto fingiendo que haré algo que no quiero hacer.

Mis manos temblaban sobre el teclado, a la espera de que mi dedo impactara contra el botón de aceptar. Quería hacerlo, eso era obvio, pero me aterraba mandar la solicitud para esa universidad porque implicaba el riesgo de entrar a terreno peligroso. Hacer lo que no querían mis padres.

Mi vista cayó instintivamente a mi muñeca, donde las marcas de la última vez que había visto a mi padre aun no terminaban de curarse. La imagen me llevó casi de manera automática a una semana atrás, que fue cuando pasó. El momento en que, después de haber recibido una llamada del programa de psicología en Nueva York, mi padre vino corriendo hacia mí y en mi intento estúpido por escapar, me sujetó las muñecas tan fuerte que creí que me las rompería.

No le dije a nadie y no tenía pensado hacerlo hasta que Ethan vino a recogerme para salir y me vio intentar, sin éxito, cubrirlas con maquillaje. El verlo tan preocupado por ello me dieron ganas de llorar.

Me bajé las mangas de la sudadera—que no era mía—lo más que pude, evitando así tener que mirarlas. La tela me rozó tan fuerte que di un respingo.

—Tienes que aplicarte la pomada, rubia —me riñó Ethan, entrando al auto.

—Estoy bien.

—Y tú eres fea —le fruncí el ceño de inmediato— ¿Qué? Pensé que jugábamos a decir mentiras.

Puse los ojos en blanco y me acerqué para quitarle el paquete que tenía entre las manos. El de la cafetería, no el de la farmacia, claramente.

—No seas un idiota conmigo. Dame eso.

—Siempre tan dulce.

—Lo soy —le sonreí y tomé la bolsa. La abrí y lo primero que hice fue inhalar el dulce aroma de los muffins recién horneados por Norma, la novia de su primo— Dios, ¿Cómo es posible que crearas semejante perfección? Estoy segura de que la pondría en el primer lugar.

—Por un microsegundo me ilusioné creyendo que hablabas de mí.

—Eres la tercera cosa más perfecta de este mundo.

—¿La tercera?

—La segunda soy yo.

—Por supuesto —soltó una carcajada y sacudió la cabeza como si yo no tuviera remedio.

Que no tenía, pero bueno.

—Gracias por los muffins, Ethan.

—No hay por qué. Eso sí —apuntó, quitándome la bolsa antes de que pudiese sacar una de esas delicias para devorarla— No habrá muffin hasta que te pongas la pomada.

—Si, papá —bufé.

—Eso en otro contexto sonaría tan caliente.

—¡Collins!

—Bueno, rubia, tengo un nivel de autocontrol limitado —me sonrojé al instante, tenía una asquerosa facilidad para decir ese tipo de cosas que me calentaban las mejillas sin mucho esfuerzo— Los brazos, anda.

—¿Serás mi enfermero personal?

—No voy a negar que la idea de que seas mi primera paciente me tiene bien contento.

Puse los ojos en blanco, sin dejar de sonreír y estiré las muñecas en su dirección para dejarme poner la pomada sin protestar.

Me tomó las manos con delicadeza y la aplicó pacientemente hasta que el resultado lo dejó satisfecho. Al finalizar, entrelazo sus dedos con los míos y me volteó la mano para dejar un suave beso en el dorso.

—Listo, tendrás que ponerla antes de dormir y mañana al despertar, se curará pronto.

—No prometo nada.

—No te estaba preguntando, Emily. Hazme caso y póntela.

Enarque una ceja. Mírate, semejante Romeo.

—Creo que ya hemos establecido lo que pienso respecto de que me den órdenes.

—No estoy intentando ordenarte nada, Emily, solo quiero cuidarte. ¿Es acaso tan difícil para ti ayudarme un poco con eso? —me mordí el labio, inquieta, mientras sentía como el intenso café de su mirada parecía querer atravesarme.

No sabía por qué me ponía tan a la defensiva siempre que él era dulce conmigo. Parecía que incluso me daba miedo aceptar que él pudiese querer hacer todo esto por mi sin esperar algo a cambio.

Siempre era yo contra el mundo y me aterraba ser Ethan y yo contra el mundo.

—Tendrás que llamarme para recordarme que me la ponga, de lo contrario se me olvidará.

—Si es una excusa para que te llame, la tomo.

—Bien.

Me le quedé viendo con una sonrisa. Ethan era realmente atractivo, tanta perfección ya no resultaba normal.

Por esos días llevaba el cabello largo y siempre intentaba peinarlo con los dedos hacia un lado, pero inevitablemente se le caía hacia adelante, cubriéndole la frente y eso lo hacía ver adorable. Aún más adorable cuando hacía un puchero viendo como el mismo mechón le nublaba la vista. Me gustaba acomodarlo y, por la sonrisa que me daba cada vez que lo hacía, imaginaba que a él también.

Sospechaba que aún no se lo había cortado por esa razón, incluso cuando se la pasaba quejándose de lo fastidioso que era llevarlo tan largo.

Mi descarado repaso bajó por sus ojos, su nariz, hasta sus labios. No lo había besado nunca, pero se veían tan provocadores que a veces me encontraba a mí misma imaginando cómo se sentiría ser besada por él.

¿Y si se sentía bien? ¿Y si era incluso mejor de lo que esperaba y me volvía adicta? Porque ese tipo de vicio nunca me lo querría curar.

Joder, malditas hormonas, estaba que le saltaba encima.

—¿Emily?

—¿Mhm? —fue lo que dije, la verdad estaba demasiado concentrada viéndole los labios como para prestarle atención.

—¿Puedo besarte?




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