El Arte de la Venganza.

02.

Un año. Un año entero había pasado desde la humillación que marcó un antes y un despues en mi vida. Un año en el que el dolor y la ira se transformaron en algo más fuerte, algo más peligroso. Un año en el que me reconstruí de las cenizas, como un fénix que emerge de su propia destrucción.

Nunca imaginé que algo tan devastador como lo que viví fuera el impulso de mi cambio. La Elena que caminaba oculta en medio de su propio sufrimiento ya no existía. La mujer que me observaba en el espejo era una versión de mí misma que ni siquiera yo reconocía. Más segura, más fuerte, más decidida. Me veía a los ojos y sentía que la venganza era la única respuesta que quedaba para curar las heridas que aún sangraban en mi corazón.

Mi cabello, que antes caía en ondas suaves sobre mis hombros, ahora lo llevaba largo. Lo teñí de un rubio ceniza, un color frío que contrastaba con el calor que ardía en mi interior. Mi ropa ya no era la de una dulce e inocente joven comprometida. Ahora vestía con elegancia, pero con un toque de sensualidad. Trajes ajustados que realzaban mi figura y tacones altos que me hacían caminar con una confianza que no sabía que poseía.

Mi apariencia no era solo un cambio superficial, sino un reflejo de la transformación que había tenido lugar dentro de mí. Durante meses, me dediqué mi propio proceso de reconstrucción. Dejé atrás la Elena que era capaz de confiar ciegamente, la que soñaba con un amor eterno y un futuro lleno de promesas. Esa Elena había muerto junto a la mentira que me había destruido. Ahora era una mujer que no solo se protegía de las cicatrices del pasado, sino que las utilizaba como armas, como recordatorios de la venganza.

Había pasado mucho tiempo encerrada en mi apartamento, enfrentando los recuerdos, las dudas, las emociones que me devoraban. Me perdí en libros de estrategia, en estudios sobre negocios y alianzas. Quería entender cómo funcionaban los mundos en los que Leonardo se movía, los secretos que su familia mantenía ocultos, las debilidades que podía explotar. Cada día me acercaba más a mi objetivo: destruir a Leonardo Castelli, no solo por lo que me hizo.

Pero en mi interior, sabía que la venganza no era solo una cuestión de destruir. Era un proceso de control, de recuperar lo que él me había arrebatado: mi dignidad, mi autonomía, mi valor. No iba a destruirme, iba a usar su arrogancia, su desprecio, en mi beneficio. Iba a ser una jugadora maestra en su propio campo.

Mi teléfono vibró en la mesa, sacándome de mis pensamientos. Miré la pantalla, y el nombre de Julia apareció en letras grandes, una sonrisa automática surgió en mis labios. Ella había sido mi apoyo incondicional, mi amiga más cercana. La que, tras mi humillación, nunca dejó de insistir para que luchara por mi propia redención. Ella no comprendía al principio mi necesidad de venganza, pero luego de ver lo que había hecho Leonardo, entendió.

¿Cómo estás?—, me preguntó en cuanto contesté.

—Bien—, respondí, golpeando distraídamente la superficie de la mesa con la yema de mis dedos. —O más bien, estoy lista.

¿Lista para qué?

—Para hacerlo pagar—, dije, casi sin pensarlo.

Había llegado el momento. Mis planes estaban completos, todo estaba friamente calculado. La venganza no era solo una cuestión de emociones, era un arte, un juego frío y calculado, y yo había aprendido a jugarlo.

—Leonardo no sabe lo que se le viene encima—, añadí, sintiendo que las palabras salían con un veneno que no había experimentado antes. —Y tú vas a ser parte de esto —Julia suspiró, sabía lo que venía. Sabía que no habría marcha atrás.

—Tienes que tener cuidado, Elena. Es un juego peligroso—. Lo sabía. Y era precisamente por eso que no iba a dejar nada al azar.

La primera etapa de mi plan era simple: infiltrarme en su mundo. Nadie debía saber que había regresado, y mucho menos que tenía la intención de destruirlo. Comencé a moverme discretamente entre las sombras, investigando, reuniendo información, observando. Sabía que Leonardo, al igual que cualquier hombre que se creyera invulnerable, tenía una gran cantidad de enemigos y aliados, y que su arrogancia lo cegaba a lo que estaba sucediendo a su alrededor.

Mi objetivo era claro: conseguir un puesto clave en su empresa, el grupo Castelli, y comenzar a destruirmo desde adentro. Para eso necesitaba acercarme a la persona correcta.

Fue entonces cuando conocí a Alessandro Ferri.

Alessandro era el mayor rival de Leonardo, un hombre con una presencia que lo hacía destacar sin esfuerzo. Era un hombre que había perdido todo por culpa de los Castelli. Su familia había sido destruida por sus negocios sucios, y su rostro reflejaba un pasado tortuoso que se negaba a olvidar. Era tan impredecible como peligroso. Cuando me enteré de su historia, entendí que sería mi aliado perfecto.

Me acerqué a él de manera sutil. Nada directo. Nada obvio. Comencé a trabajar en la misma red social de contactos, en eventos empresariales donde sabía que estaría presente. Primero, un par de palabras aquí y allá, luego una conversación casual sobre negocios. Un día, mientras él supervisaba una de sus inversiones, me acerqué a él en una conferencia.

—Señor Ferri— saludé, y su mirada se levantó hacia mí.

—¿Elena Moretti?—, preguntó, reconociéndome al instante. —Creo que ya nos conocíamos.




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