El Arte de la Venganza.

03.

El viento de la tarde acariciaba mi rostro mientras caminaba por la acera camino a mi destino. Mi mente estaba centrada en lo que tenía que hacer, en lo que finalmente debía lograr. Aquel día, sin embargo, no estaba sola en mi misión. Era el momento de sellar la alianza que podía marcar la diferencia entre el éxito y la derrota.

Alessandro Ferri, el hombre en quien ahora depositaba todas mis esperanzas de venganza, era una pieza esencial en mi juego. Aquel hombre frío, calculador y, a veces, hasta sombrío, se había convertido en alguien que no podía ignorar.

En él, podía ver reflejada la misma pasión destructiva que me habitaba a mí. La idea de hacer caer a Leonardo Castelli, de destruirlo hasta los cimientos, nos unía. Y, aunque ninguno de los dos lo dijera en voz alta, ambos sabíamos que lo que nos esperaba en el camino sería peligroso. Una alianza tensa, pero necesaria.

Llegué al restaurante con una sonrisa falsa en los labios, una que solo unos pocos podían descifrar. Era un lugar exclusivo, alejado de las miradas curiosas de la ciudad. La luz cálida de las lámparas iluminaba la mesa en la que me esperaba Alessandro, ya sentado, su expresión seria como siempre. Sus ojos me recorrieron desde el momento en que entré, un análisis tan meticuloso como si estuviera evaluando la pieza más pequeña de un complicado rompecabezas.

—Elena Moretti —saludó con su voz ronca, mientras me hacía un gesto para que tomara asiento frente a él —Me imagino que no me has citado solo para una charla amistosa. —Me senté, sin apartar la mirada de él. Mis dedos jugueteaban con el borde de la copa de vino, como si mi mente estuviera analizando cada palabra que salía de su boca.

—No, no exactamente —respondí, mientras el camarero dejaba una copa frente a mí —Como te dije hace algunos dias. Tengo algo que ofrecerte. Algo que, de seguro, te interesa. —Alessandro no reaccionó inmediatamente.

Su rostro permaneció serio, como si la oferta que le estaba haciendo no fuera más que una cuestión más de negocios. La tensión entre nosotros era palpable, una especie de batalla que aún no había comenzado formalmente. Había algo en él que me mantenía intrigada, una especie de magnetismo. Y estaba segura de que él sentía lo mismo por mí. La forma en que me observaba no era solo análisis; había algo más. Algo más peligroso.

—Dime, Elena —respondió, sin apartar la mirada —¿Por qué debería confiar en ti? ¿Qué me garantiza que, una vez que tengamos lo que queremos, no serás tú quien me use como un peón en tu propio juego? —Su pregunta fue directa, pero no me sorprendió.

Ambos sabíamos que estábamos jugando un juego peligroso. Descarté la idea de envenenar la conversación con evasivas y respondí con frialdad, igual que él.

—Porque, Alessandro —murmuré, manteniendo un tono calmado y moviendo ligeramente la copa antes de llevarla a mis labios y tomar un pequeño sorbo, —tú y yo queremos lo mismo. Y creo que sabes lo que le espera a Leonardo Castelli, ¿no? Su imperio está al borde de la ruina, y el único modo de hacerlo caer es utilizar sus debilidades en su contra. Y esa es la razón por la que te estoy buscando. Juntos podemos lograrlo. —Su mirada se intensificó, como si estuviera tratando de ver hasta el fondo de mis pensamientos, de medirme. No era un hombre fácil de engañar. Y me gustaba eso.

—¿Qué es lo que propones exactamente? —preguntó, dejando ver más el interés que la desconfianza que había mostrado inicialmente.

Inhalé profundamente, sintiendo la electricidad que se creaba entre nosotros. El momento de hablar con claridad había llegado.

—Te propongo una alianza, Alessandro. Tú y yo, trabajando juntos para destruir a Leonardo Castelli. Tú lo enfrentas desde el frente de batalla, y yo lo hago desde dentro. Conozco la debilidad de su familia, y sé cómo moverme entre sus negocios. Ya he comenzado a infiltrar sus filas. Tú, por otro lado, tienes la influencia necesaria para acabar con su reputación en el mundo empresarial.

Por primera vez, Alessandro dejó de mirarme con esa frialdad y me observó con algo más, como si una chispa de curiosidad se hubiera encendido en sus ojos.

—Eres más astuta de lo que pensaba —dijo, con un toque de admiración que no pude evitar notar—. Aunque debo decir que también eres peligrosa. Y eso no me gusta, Elena. —Una sonrisa ligera se dibujó en mis labios. Sabía que había tocado una fibra sensible en él. No era fácil ganar su respeto, pero estaba en el camino correcto.

—Lo que te ofrezco es una oportunidad, Alessandro. Una oportunidad para destruir a un hombre que te quitó todo. Y créeme, me harás un favor si me dejas ayudarte a hacerlo. El poder de Castelli está basado en la mentira y en la manipulación, en el juego de intereses. Pero lo que él no sabe, lo que no ve, es que las piezas ya están en su contra. —Mi voz era suave, pero segura.

No había duda en lo que estaba diciendo. Mi mente ya estaba en movimiento, trazando el siguiente paso, el siguiente movimiento.

Alessandro, por un instante, se quedó en silencio, como si estuviera sopesando mis palabras. Había algo en su mirada que me decía que, a pesar de su frialdad, de su naturaleza distante, algo en él se había movido. Quizá era la historia compartida de traiciones, quizá era el deseo común de ver caer a Leonardo. Pero lo que fuese, estaba trabajando a mi favor. Finalmente, tras un largo silencio, Alessandro habló.

—Está bien. Te daré una oportunidad. Pero recuerda, Elena, en este juego, uno de los dos saldrá victorioso, y el otro caerá. No hay lugar para titubeos ni para traiciones. Si fallas, no me importará destruirte también. —Mi corazón latía cada vez más rápido.




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