El Arte de la Venganza.

04.

La fiesta a la que llegué aquella noche era ese tipo de evento en donde las luces brillaban menos que los invitados y los cuchicheos y chismes de los miembros de la “alta sociedad” se escuchaban entre las paredes de mármol del elegante salón.

Los Castelli no escatimaban en gastos cuando se trataba de mostrar su poder, y esa noche no era la excepción. La mansión estaba llena de caras conocidas, las mismas que en algun momento me sonrieron amablemente y luego se burlarn de mis desgracias. El perfume de la alta sociedad, el sonido de las copas chocando y la risa nerviosa de los que sabían que estaban a la sombra del poder de los Castelli. Era el lugar perfecto para hacer mi jugada. Y esa noche, me jugaría todo.

Me había preparado para ese momento durante meses. Después de tantas semanas de trabajo detrás de las sombras, la ocasión perfecta para presentarme ante Leonardo había llegado. Con cada detalle perfectamente estudiado, me aseguré de que mi entrada fuera impecable e impactante, como si no hubiera pasado ni un solo día desde la última vez que él me había visto. Pero eso era una mentira. Yo ya no era la misma.

Mi vestido, se ajustaba a mi cuerpo como una segunda piel, hecho con tela negra y brillante que hacía resaltar más mis curvas, caía hasta el suelo como una cascada de tela ligera que rozaba la piedra fría del suelo. No era solo un vestido. Era una declaración de guerra.

Mis tacones me daban la altura perfecta, y le daban un pequeño recordatorio de lo que él se había perdido. Mi cabello estaba peinado con un medio moño elegante, y el resto de mi melena lisa caía sobre mis hombros, y por supuesto, mi maquillaje, sutil, pero llamativo.

Los ojos de todos, inevitablemente, se posaron sobre mí cuando entré en el gran salón, algunos me reconocieron al instante, otros no. Pero, entre todos, hubo un par de ojos que me siguieron con una intensidad que me heló la sangre. Los del mismísimo Leonardo.

En cuanto me vio, su rostro dejó de ser el de un hombre tranquilo. Sus ojos se abrieron de par en par, y pude ver la sorpresa que recorrió sus facciones. Al principio, pensé que era una ilusión. No podía ser tan evidente. Pero luego vi su mirada de nuevo, y allí estaba: la incredulidad, el desconcierto.

Elena Moretti estaba frente a sus ojos. La misma mujer que había despreciado frente a todos en aquel evento un año atrás, la que había creído que jamás volvería a ser nada más que un recuerdo efímero en su vida.

La sonrisa arrogante que siempre adornaba su rostro desapareció por un instante, y fue reemplazada por una expresión de incredulidad que no pude evitar disfrutar. Había logrado lo que buscaba. Impactarlo, sorprenderlo. Pero no era suficiente, no para mi, lo que seguía era mucho más que eso. Yo no iba a ser solo un recuerdo para él, quería que cada fibra de su ser entendiera que su traición no quedaría en el olvido.

Me acerqué al grupo donde Leonardo se encontraba conversando, caminaba por el lugar como si fuera una reina, y me pareció extraño no ver a la muñeca con la cual se casaría cerca a él. Sentí sus ojos clavados en mí persona, pero no me detuve ni un segundo.

Los murmuros comenzaron a aumentar a medida que me acercaba, y aunque no me detuve a prestarles atención, su presencia era una especie de sombra que sabía que me acechaba. Finalmente, llegué a Leonardo, quien, en ese momento, se giró hacia mí con una sonrisa forzada, tratando de recuperar la compostura.

—Elena —saludó, lleno de incredulidad y algo de incomodidad —No te reconocí al principio. Te ves… diferente, casi no te reconozco. —No pude evitar sonreír. Su sorpresa era palpable, y esa pequeña incomodidad en sus facciones me dio una leve satisfaccion.

—¿De verdad, Leonardo? —respondí, con un gesto de sorpresa más falso que el cabello de su prometida —Me resulta curioso que digas que no me reconoces. Después de todo, ¿no decías que me conocías mejor que nadie y que jamás podrías olvidarme? —Su rostro se tensó un instante, pero logró mantener su compostura, algo que ya no me sorprendía.

Leonardo siempre había sido un maestro en el arte de ocultar lo que sentía, de manipular a quienes lo rodeaban. Aun así, no pude evitar ver cómo la mención de su traición le había hecho tambalear por un segundo. El peso de sus palabras caía ahora sobre él, mientras yo lo observaba con una frialdad que ni siquiera él podía comprender del todo.

—Lo siento si te ofendí, Elena. No fue mi intención —murmuro un tanto desubicado, pero su tono no lograba disfrazar la molestia que comenzaba a emerger.

¿Ofendida? Lo que él no entendía es que no se trataba de ofensas. Se trataba de una venganza que había tardado un año en gestarse, pero que ahora estaba tomando forma, y su disculpa vacía no era más que una muestra de debilidad ante la tormenta que se avecinaba.

Me acerqué un paso más, lo suficientemente cerca para que pudiera sentir la tensión en el aire. Mi voz, cuando hablé, fue como una daga afilada que cortaba la distancia entre nosotros.

—No, Leonardo —respondí con suavidad —No fue tu intención, lo sé. Pero lo que hiciste fue mucho más que una simple ofensa. Fue una humillación, una jugada sucia que me marcó de por vida. No pensaste en nadie más que en ti, ni siquiera la oportunidad de evitar la humillación pública, solo me usaste como un maldito peón en tu ridículo juego.

Vi cómo su mandíbula se tensó y sus ojos se oscurecieron, pero no me detuve. ¿Qué iba a hacer, gritarme frente a todos? No lo creía capaz. Después de todo, su poder no solo se basaba en la riqueza, sino en el control, en el mantener las apariencias. Y allí, frente a sus amigos y socios, mi presencia era más que incómoda. Era una amenaza.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.