El Arte de la Venganza.

05.

La fiesta de los Castelli había terminado, y aunque toda la algarabía de la alta sociedad se había silenciado al fin, la tensión de lo sucedido seguía viva, mi corazón latía acelerado de satisfacción y la adrenalina de aquel encuentro aún estaba en mis venas. Había sido solo el primer movimiento, pero la reacción de Leonardo al ver mi transformación había sido satisfactoria y tan solo el principio de lo que venía. La verdadera jugada debía comenzar.

El auto avanzaba a gran velocidad por las calles de la ciudad, Alessandro conducía con la mirada fija al frente, aunque en algunos momentos podía sentir su mirada fija en mí. La tensión entre nosotros era innegable. No era solo el plan lo que nos mantenía unidos, sino también la dinámica que había comenzado a crecer entre nosotros, algo mucho más peligroso y más… íntimo.

En cada palabra que intercambiamos, cada mirada, cada pequeño toque de cortesía, había una chispa de algo que ninguno de los dos quería admitir. Pero yo sabía que en algún momento, esa chispa se encendería y convertiría en un fuego imposible de controlar.

Nos dirigíamos a un lugar tranquilo, lejos de la multitud, lejos de los demás. Un restaurante privado, apartado del bullicio de la ciudad. Un lugar donde podríamos hablar con mucha tranquilidad y sin miedo a que los demás pudieran escuchar nuestros planes. Alessandro no era un hombre que hablaba sin más, su silencio, su forma de mantener las emociones a raya, me intrigaba tanto como me desconcertaba. Pero aún así, lo necesitaba. No solo como aliado, sino como alguien que podía darle la vuelta a las cartas del juego de Castelli.

El auto se detuvo frente a un pequeño restaurante. Alessandro salió primero, sus movimientos eran precisos y su porte elegante, como siempre. Yo lo seguí, intentando mantener la calma, pero algo entre nosotros hacía que mi pulso se acelerara de una forma inexplicable, algo que no lograba entender. Entramos al restaurante, y el ambiente acogedor y elegante nos rodeó, pero la tensión entre nosotros era demasiado palpable para que pudiera disfrutar de la calma que ofrecía el lugar.

Tomamos asiento en una mesa en el fondo del restaurante, era un espacio privado cerrado con un biombo que apenas reflejaban las sombras de las personas del exterior. La luz suave y tenue de las velas creaba un ambiente ideal para conversaciones privadas, pero también para aquellas que eran más peligrosas y arriesgadas.

Mi mente estaba centrada en el siguiente paso de mi venganza. La información que había obtenido me ayudaba a saber que paso debía dar para asegurar que Castelli cayera en su propia trampa.

Alessandro me observó en silencio por un momento, sus ojos tan fríos como siempre, pero con una pizca de intensidad. Su mirada paseaba por mi rostro lentamente, y yo podía sentir cómo cada pensamiento suyo era cuidadosamente analizado antes de ser expresado.

Lo conocía lo suficiente como para saber que no me haría preguntas innecesarias, pero también sabía que estaba esperando que yo diera el siguiente paso en nuestra conversación. Finalmente, rompió el silencio.

—Tu transformación es… impresionante —comentó, con una cierta admiración.

La palabra impresionante quedó en el aire, y aunque la usaba de una forma fría, no pude evitar sentir un poco de calidez en ella. Algo que no quería que yo notara, algo que, a pesar de su aparente control, me decía que la atracción entre nosotros era más palpable e intensa de lo que quería admitir.

Lo miré directamente a los ojos, sin mostrar ningún rastro de emoción. No podía permitirme caer en la tentación, en su manera de expresarse, en cada gesto. Mi único objetivo era conseguir lo que quería, y no podía dejar que la atracción que comenzaba a surgir entre nosotros nublara mi juicio.

—Es lo que necesitaba —respondí, manteniendo la compostura—. Lo que necesitaba para que él entendiera que no soy la misma mujer de antes. Pero no me hagas el favor de llamarlo impresionante, Alessandro. No estamos aquí para hacer halagos. —Alessandro se inclinó ligeramente hacia adelante con una pequeña sonrisa en su rostro, sus ojos brillaban con interés y algo que no me atreví a identificar.

La tensión entre nosotros aumentó, y aunque sus palabras seguían siendo frías, había algo en su actitud que comenzaba a alterarme.

—No te confundas, Elena —susurro, —No te estoy halagando. Estoy reconociendo la astucia de tu plan. Y me intriga cómo has llegado tan lejos. Pero, por encima de todo, me intriga la mujer que eres ahora. —El simple hecho de que mencionara la palabra mujer en ese contexto hizo que un escalofrío recorriera mi espalda.

No lo miré, pero sentí cómo sus ojos me observaban con una intensidad que me desconcertaba. Esa tensión, ese tira y afloja entre nosotros, era algo que no podía permitir que me desbordara. Si caía en el juego, me perdería en algo mucho más peligroso. En algo que no podía controlar.

—Lo que soy ahora es un medio para un fin, Alessandro —respondí,tratando de mantener mi voz firme —Y no puedes olvidarlo. No hay espacio para distracciones. Esta es una guerra. Y en una guerra, no hay espacio para sentimientos. —Alessandro sonrió, complacido con mi respuesta.

Como si todo lo que yo decía fuera parte de un juego al que él también jugaba. Pude ver en sus ojos que estaba tomando cada palabra, cada movimiento, y calculando las probabilidades de lo qué podría suceder después.




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