El Arte de la Venganza.

6.

El primer día siempre es el más difícil. Lo sabía, lo había anticipado, y sin embargo, el primer paso hacia el centro mismo de la maquinaria de los Castelli fue tan imponente como había imaginado. Cada paso que daba dentro de las oficinas me acercaba más a mi objetivo: la caída de Leonardo y la ruina de su imperio. Cada pasillo, cada sala, cada nombre que escuchaba me recordaba la razón por la que estaba allí. No era solo un regreso al trabajo; era un paso mas a mi venganza.

Cuando me reuní con el departamento de recursos humanos y firmé mi contrato, el trato fue claro, ocuparía una posición clave dentro de la empresa de los Castelli. Había estado investigando durante meses las estructuras internas, las debilidades, los puntos vulnerables de su red de empresas. Había preparado meticulosamente todo, desde las entrevistas hasta la imagen que debía proyectar. Sabía que no podía ser una presencia incómoda. Mi objetivo era infiltrarme, obtener confianza y, finalmente, tomar el control.

Mi nuevo puesto era de consultora en el área de estrategia financiera, un puesto que me permitiría estar cerca de los movimientos más importantes de la empresa. La oportunidad que había estado esperando. Y ahora que había entrado en el terreno de Leonardo, me sentía más cerca de mi objetivo, pero también más expuesta. Nadie, ni siquiera Alessandro, sabía lo que realmente pensaba. Mis intenciones seguían siendo un misterio.

La oficina era moderna, con ventanales que ofrecían una vista impresionante de la ciudad. Todo estaba diseñado para impresionar, para proyectar poder y riqueza. Los Castelli siempre habían sido expertos en mantener una imagen impecable ante el mundo. Y yo, en ese preciso momento, debía convertirme en una pieza dentro de ese engranaje. Pero no una pieza cualquiera, una pieza con una misión, hacer que los demas engranajes dejaaran de funcionar.

Me senté en mi escritorio, rodeada de papeles y documentación sobre los últimos movimientos financieros de la empresa, cuando escuché el sonido de unos pasos firmes que se acercaban. Mi respiración se detuvo un momento. No hacía falta mirar, ya sabía quién era.

Me giré lentamente hacia la puerta, y allí estaba él. Leonardo. Mi corazón no se aceleró, pero algo en el aire cambió. Él también me había visto. Sus ojos se encontraron con los míos, y su expresión pasó por una serie de emociones difíciles de leer. Primero, sorpresa. Luego, una ligera sombra de confusión. Y finalmente, algo que no pude identificar al principio, pero que sentí como un resquicio de admiración.

—Elena —dijo, como si estuviera tratando de entender si realmente estaba allí frente a él—. No esperaba verte aquí.

Su tono era extraño. No era el tono con el que me había hablado antes, lleno de arrogancia y desdén. Había algo en sus palabras que, aunque intentaba disimular, mostraba una mezcla de incredulidad y curiosidad. No me sorprendió, aunque esperaba una reacción de sorpresa, me sentí satisfecha de saber que mi presencia le descolocaba. Después de todo, no había nada más que quería que ver el desconcierto en sus ojos.

—Parece que la vida tiene una forma curiosa de ponernos en el lugar que nos corresponde —respondí con una calma que ni yo misma me creía. Me había preparado para este momento, pero aún así, al verlo frente a mí, una parte de mí no podía evitar notar cómo su figura imponente seguía teniendo un efecto en mí. Sin embargo, no lo mostraría. No podía. No mientras aún estuviera tratando de conseguir lo que quería.

Leonardo frunció el ceño ligeramente, pero su mirada se alzó hacia la puerta de mi oficina como si pensara en retirarse, aunque finalmente permaneció allí, mirando con detenimiento la pila de papeles sobre mi escritorio.

—No pensé que buscarías algo tan… convencional —dijo, caminando lentamente hacia mí, con sus ojos fijos en los míos —Creí que te habrías perdido en tus propios planes, en tus conspiraciones. No pensé que regresarías a algo tan… normal.

Una sonrisa irónica se dibujó en mis labios, aunque no dejé que mi expresión fuera completamente evidente. El dilema de Leonardo era claro: no sabía cómo encajarme en su imagen, en la imagen que él mismo había construido de mí. La mujer que había sido solo un juego para él, la mujer humillada. Y allí estaba, frente a él, tomando un rol que ni él ni nadie había anticipado. Pero yo sabía que no podía dejar que esa sorpresa lo distrajera demasiado. Su confusión me daba ventaja, pero no debía dejar que se alargara demasiado.

—Soy una mujer de recursos, Leonardo —le respondí, sin perder mi compostura —Y siempre tengo una carta más bajo la manga.

Sus ojos brillaron brevemente, como si por fin entendiera que no era una mujer fácil de leer. Pero, a pesar de su aparente incredulidad, su mirada cambió, y por un momento, algo más se asomó en ella. Un destello de lo que alguna vez fue deseo. Algo que no podía ni debía permitir. Algo que me recordaba cuán eficaz había sido su manipulación en el pasado.

—No sé si debería alegrarme o preocuparme por tu regreso —dijo, casi como un susurro. Pero sus palabras no eran suficientes para disimular la atracción que sentía al verme nuevamente. Y lo sabía. Leonardo no podía evitar sentir esa atracción, aunque en su mente quería pensar que todo se trataba de control, de poder. Pero no se podía engañar a sí mismo. Estaba completamente atrapado.

Mi mente, sin embargo, estaba más centrada que nunca. No podía dejarme envolver por las emociones que surgían de su cercanía. Lo observé con calma, y luego volví a mirar los papeles sobre mi escritorio, ignorando por completo la electricidad que emanaba de su presencia.




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