El Arte de la Venganza.

07.

El teléfono vibró sobre mi escritorio, rompiendo el silencio absoluto que había en mi oficina. Mi mirada se desvió rápidamente hacia la pantalla: Alessandro. Con una mueca en mi rostro, tomé el teléfono y, sin pensarlo dos veces, descolgué la llamada.

—¿Estás lista? —preguntó al otro lado de la línea, su voz era baja pero se sentía en ella una pizca de ansiedad que me hizo sonreír de manera casi imperceptible. Sabía lo que implicaba esta llamada, lo que iba a suceder a continuación.

—Más que lista —respondí con firmeza, llena de determinación.

El primer golpe estaba por llegar. La trampa que habíamos preparado durante semanas finalmente iba a hacerse efectiva. Había estado investigando durante meses las debilidades de los negocios de los Castelli, las filtraciones en sus transacciones, las conexiones con empresas de dudosa reputación. Sabía que una jugada estratégica de sabotaje podía no solo poner a Leonardo contra las cuerdas, sino también hacerle perder la confianza en su propia red de contactos. Y esa sería solo la primera pieza en el rompecabezas que había comenzado a armar.

Alessandro había sido crucial en esa operación. Desde que nos aliamos, la información y los recursos que él me proporcionó fueron esenciales. Tenía acceso a datos confidenciales, y lo que más me impresionaba de él era su capacidad para anticiparse a cualquier movimiento, para calcular con precisión cómo y cuándo golpear sin dejar rastro. Él sabía exactamente cómo mover las piezas en ese tablero de ajedrez, y yo solo tenía que seguir su ritmo.

La operación era simple, hacer que una de las transacciones más importantes de los Castelli fracasara estrepitosamente. Un negocio millonario que había estado en marcha durante meses, que involucraba la compra de varias propiedades valiosas, iba a quedar en el aire. Yo me aseguré de que los documentos fueran manipulados, que los números no coincidieran, y que las pruebas de fraude se filtraran justo en el momento adecuado. Mientras tanto, Alessandro había asegurado que todo estuviera en su lugar, listo para ser ejecutado.

La red que habíamos tejido estaba a punto de dar sus frutos.

La mañana siguiente, cuando el escándalo estalló, supe que nada sería igual para Leonardo. Cuando el informe de la transacción fallida llegó a su mesa, su rostro cambió de inmediato. A través de la ventana de mi oficina, pude ver cómo se movía de un lado a otro en su oficina, haciendo llamadas frenéticamente, tratando de entender qué había sucedido. Los rumores comenzaron a propagarse rápidamente por los pasillos, y yo, desde mi asiento, no pude evitar sentir una extraña satisfacción. Eso era solo el comienzo.

El teléfono volvió a sonar, y esta vez era Alessandro.

—Lo hemos hecho, Elena —dijo, y aunque su voz seguía siendo controlada, había algo en ella que delataba un dejo de satisfacción. —El negocio está en ruinas, y su reputación está por los suelos. Es solo cuestión de tiempo antes de que se dé cuenta de que no fue un accidente.

La tensión que había estado acumulándose durante semanas parecía disiparse en el aire, dejando atrás una sensación de victoria que no era completa. Sabía que Leonardo no se quedaría de brazos cruzados. Eso era solo el primer paso en un plan mucho mayor. Pero, por el momento, la jugada había funcionado. Su derrota, aunque parcial, era mi primer triunfo, el primero de muchos hasta verlo completamente por los suelos.

Me recosté en mi silla, observando cómo el caos comenzaba a apoderarse de la empresa. Desde mi ventana, pude ver cómo los empleados corrían de un lado a otro, tratando de controlar los daños. Nadie parecía tener una explicación, pero todos sospechaban que algo no estaba bien. Y, al mismo tiempo, sabía que esto solo lo haría más vulnerable. Ese error podría arruinar su imagen, y si había algo que Leonardo valoraba más que cualquier otra cosa, era su imagen.

Unos minutos después, Alessandro apareció en mi oficina. Su presencia, como siempre, me causó escalofríos. Al entrar, sus ojos me buscaron, y un leve destello de deseo pasó entre nosotros. No era solo un aliado. Había algo más en la forma en que me observaba. Algo más personal. La tensión estaba allí, flotando en el aire, pero ninguno de los dos dijo una sola palabra al respecto.

Alessandro caminó hacia mi escritorio y se apoyó en el borde, cruzando los brazos con una sonrisa que, aunque fría, no ocultaba la satisfacción de lo que acababa de lograrse.

—Lo hicimos bien —murmuró con su mirada fija en mí, pero con una intensidad que no podía ignorar. La manera en que sus palabras caían en el aire tenía algo diferente. Algo que me hacía cuestionar mis propios sentimientos, aunque no podía permitirme sucumbir a ellos. No en ese momento.

—Sí —respondí, tratando de mantener la compostura frente a él, sin dejar que las emociones me nublaran la mente —Es solo el comienzo. Pero, por ahora, tenemos la ventaja.

Él asintió, con su mirada fija en la mía mientras se acercaba un par de pasos más, lo suficientemente cerca como para sentir su presencia más intensamente. El aire entre nosotros se volvió más denso, y por un instante, sentí cómo mi respiración se aceleraba.

La atracción que había crecido entre nosotros durante todo ese tiempo era palpable, y aunque intentaba mantener la compostura, no podía evitar que mi mente jugara con la idea de lo que podría suceder si cruzábamos esa línea. Pero me obligué a mantener la calma. Mi venganza no podía depender de nada ni de nadie más que de mí misma.




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