El Arte de la Venganza.

08.

El sol brillaba completamente en toda mi oficina, iluminando la pila de papeles desordenados que representaban mis planes, mis movimientos. Desde que mi regreso a la empresa había sido un éxito, las cosas parecían estar desmoronándose lentamente a mi alrededor. Todo estaba encajando perfectamente, o eso pensaba.

La tormenta había comenzado, pero estaba lejos de terminar. El peor momento estaba por llegar.

Fue entonces cuando la puerta de mi oficina se abrió sin previo aviso, y una figura imponente apareció en el umbral. No tuve que levantar la vista para saber quién era. La presencia de Leonardo Castelli era inconfundible, casi tangible. Su aroma, su postura, la forma en que caminaba con la arrogancia propia de alguien que siempre se había considerado superior a los demás. No había duda, había llegado el momento en el que todo esto se haría más personal.

Lo observé con calma mientras él avanzaba hacia mi escritorio. No lo miré directamente, pero podía sentir su mirada fija en mí. Sus ojos, que alguna vez habían reflejado deseo, ahora estaban cargados de algo más. Era como si estuviera buscando algo en mi interior, algo que no podía encontrar. Me recordó a los primeros días en los que me mostró su lado encantador, lleno de promesas y mentiras.

—Elena —su voz era suave, casi melosa, y me hizo fruncir el ceño asqueada. Estaba tratando de suavizar la situación, de intentar recuperarme para manipularme nuevamente. Pero no caería en su juego. Ya no lo haría.

Levanté la mirada lentamente, dándole el tiempo de hablar, de intentar que su mirada se mantuviera cálida, pero vacía.

—¿Qué quieres, Leonardo? —pregunté, aunque un nudo se formaba en mi estómago. No era miedo, sino algo más, algo que intentaba controlar. Sabía que esta confrontación era inevitable, pero también sabía que no podía dejar que la nostalgia o cualquier sentimiento de debilidad me distrajeran.

Él sonrió de una manera extraña, acercándose más a mí. Se apoyó en el borde de mi escritorio, cruzando los brazos, y por un segundo, sus ojos se suavizaron, como si quisiera devolverme algo que sentía que me había quitado.

—Sé que has tenido dificultades, Elena —dijo, casi en un susurro—. Sé lo difícil que fue para ti lo que pasó entre nosotros. Pero, ¿realmente crees que esto es lo que quieres? Volver a jugar con fuego, volver a las sombras de un pasado que no puedes cambiar. —Mis ojos se entrecerraron.

El intento de manipulación era claro, pero lo que no sabía era que no estaba frente a la Elena que él había conocido. La mujer que tenía frente a él era distinta. Era una mujer que ya no tenía nada que perder y que, lejos de sentirse vulnerable, se sentía más poderosa que nunca.

—No quiero nada de lo que tú me ofreces —respondí con frialdad. No iba a caer en sus viejas tácticas. No esta vez. Leonardo, al parecer, no comprendía que sus trucos ya no funcionaban conmigo.

Pero él no desistió. No tan fácilmente. Movió una silla hacia mí y se sentó, mirándome directamente a los ojos. La cercanía hizo que la tensión en el aire se volviera palpable, y aunque intentaba mantener mi compostura, sentí que el viejo Leonardo comenzaba a aparecer de nuevo.

—Recuerda, Elena —dijo, acercándose aún más, bajando la voz—. Lo que teníamos era real. Lo que sentíamos no era solo una mentira. Me importabas, y sabes que lo hice porque pensaba que podíamos construir algo juntos. Pero te dejaste llevar por tus emociones y, en el proceso, perdiste todo lo que podíamos tener.

Sentí una oleada de ira recorrer mi cuerpo, pero no dejé que se reflejara en mi rostro. Leonardo quería que lo enfrentara, que cayera en su trampa. Pero en ese momento tenía el control. La mirada que le dirigí no era de amor, ni de odio, sino una mirada fría, distante, como si fuera una completa desconocida.

—Lo que tuvimos no fue más que una farsa, Leonardo. Tú jugaste conmigo, y yo no voy a seguir siendo tu peón —murmuré con palabras tan cortantes como cuchillos. Vi cómo su rostro se endurecía, cómo la ira comenzaba a asomar, pero no retrocedí. Estaba dispuesta a enfrentarlo de frente, a hacerle entender que nada de lo que tenía en su arsenal funcionaría conmigo.

Leonardo apretó los dientes, y durante unos segundos, el ambiente se llenó de tensión. La tormenta que se desató en su mirada no hizo más que confirmar que las piezas estaban cayendo en su lugar. Me había subestimado. No pensaba que alguien como yo pudiera enfrentarse a él de igual a igual. Pero el juego había cambiado.

Justo cuando la atmósfera se volvía insoportable, la puerta de mi oficina se abrió nuevamente. Esta vez, Alessandro apareció, y su presencia fue un alivio que no pude disimular. La tensión entre Leonardo y yo se disipó, pero no de la manera que él esperaba. Alessandro caminó con paso firme, como si hubiera estado esperando el momento adecuado para intervenir, y al ver su llegada, Leonardo se tensó visiblemente. Era como si algo cambiara en el aire, como si la situación tomara un giro inesperado.

Alessandro no se dirigió a Leonardo directamente, pero su mirada fija en él era clara. La sonrisa que tenía en sus labios era la misma que solía usar cuando sabía que las piezas se movían a su favor. No necesitó decir una palabra; su postura, su presencia, ya dejaba claro lo que pensaba.

—Parece que llegó en un mal momento —dijo Alessandro, mirando a Leonardo de arriba a abajo. La forma en que lo dijo, me hizo pensar que estaba completamente seguro de su poder en ese momento. Y lo estaba. Su llegada era la interrupción perfecta, justo en el momento en que Leonardo comenzaba a perder el control.




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