No sé exactamente cuándo comencé a disfrutar de ese juego, de cómo empecé a moldear las piezas de manera que todo se alineara con lo que quería. La idea de manipular a Leonardo, de hacerlo creer que había una posibilidad de redención, comenzó como una simple táctica, una pequeña semilla que planté en mi mente y que, lentamente, fue tomando vida propia. Pero con cada palabra que le decía, con cada gesto que hacía, algo se transformaba en mi.
La idea surgió luego de aquel intenso acercamiento con Alessandro, y de los negocios que habíamos realizado y que, gracias a nuestra astucia, había destruido un poco más la empresa Castelli, así como la credibilidad de su dueño. De la misma manera como Alessandro y yo trabajabamos, nos acercabamos y manipulamos la tensión sexual que existía entre nosotros, de ese mismo modo podía manipular la cabeza hueca y llena de soberbia de Leonardo, no era tan difícil, su propio ego lo haría caer en mis redes más rápido.
Era fácil verlo. El hombre que me había usado, el hombre que me había dejado caer sin mirar atrás, ahora estaba buscando una forma de regresar a mi vida. Estaba desesperado por recuperar lo que pensaba que tenía derecho a poseer.
Pero esa Elena, la que creyó en sus mentiras, ya no existía. La nueva Elena, la que estaba construyendo mi venganza, tenía el control en ese momento, y nada me daría más satisfacción que verlo arrodillado, rogando por algo que no podía tener.
La primera oportunidad se había presentado en mi propia oficina. Lo vi entrar al lugar con su aire arrogante, confiado, pero algo en su postura me dijo que ya no tenía tanto poder como antes. La empresa estaba tambaleándose, y su mundo empezaba a desmoronarse, pero él aún no lo comprendía del todo.
Elena, la mujer que había sido humillada, la mujer que había sido utilizada y descartada, ahora tenía la sartén por el mango. Solo necesitaba empujarlo un poco más.
—Leonardo —le dije cuando entró en la oficina, sonriendo con una suavidad que ni yo misma reconocía en mí. Me senté en mi escritorio, mirando cómo su rostro mostraba una pizca de sorpresa. No estaba acostumbrado a que yo fuera tan… comprensiva. Su ego, sin duda, no se lo esperaba.
—Elena, pensé que ya no querías saber nada de mí. —Su tono arrogante hacía parecer que tenía el control, pero podía ver la inquietud en sus ojos. Sabía que algo había cambiado en mi actitud hacia él, y eso lo desconcertaba.
Me levanté lentamente de mi silla, me acerqué a él con paso firme. Algo en mi interior disfrutaba de verlo vacilante, algo tan extraño como liberador. Me detuve justo frente a él, tan cerca que podía escuchar su respiración, aún agitada, como si mi cercanía lo desbordara.
—No es que no quiera saber nada de ti, Leonardo. Es que no me lo habías pedido de la forma correcta. Pero parece que las cosas han cambiado un poco, ¿verdad? —mi voz era suave, casi como si lo estuviera consolando, aunque no lo hacía en absoluto. De hecho, mi mente estaba haciendo cálculos con cada palabra que salía de mi boca.
Lo vi tragar saliva, y aunque trató de mantener su postura, podía ver en su mirada que la duda comenzaba a sembrarse en su mente. Él me necesitaba, y aunque no lo admitiera en voz alta, lo sentía.
—Yo… —Leonardo comenzó a hablar, pero su voz se quebró un poco, y no pude evitar notar la pequeña grieta en su fachada. No podía evitarlo; Me gustaba, me gustaba ver cómo sus nervios salian a flor de piel.
—Sé lo que has estado pensando, Leonardo. —Caminé alrededor de él, dándole espacio para que se sintiera inseguro, para que el terreno se volviera inestable bajo sus pies —Sé que te gustaría volver atrás, que todo esto se hubiera resuelto de otra manera, pero… las cosas no son tan simples, ¿verdad?
Lo vi temblar ligeramente, su expresión vacilante. A medida que avanzaba, mi corazón latía más rápido. No por él, no por lo que representaba, sino porque el control estaba en mis manos, y sentí que estaba a punto de obtener lo que tanto había deseado. Que él volviera a mí, suplicándome, pero ese sería el último paso para ver su caída total.
Me detuve frente a él nuevamente, esta vez más cerca, casi rozando su pecho. La proximidad lo hacía más vulnerable. Lo veía luchar contra la necesidad de acercarse a mí, pero a la vez, temía lo que su orgullo pudiera decirle.
—Podría perdonarte, Leonardo. —Aquellas palabras salieron de mi sin filtro. Vi cómo sus ojos brillaron por un segundo, y me maldije por sentirme satisfecha por su reacción. Pero no podía dejar que la emoción se interpusiera. Mi venganza venía primero.
En ese momento, algo cambió en su rostro. La sorpresa dio paso a la esperanza, y el mismo hombre que me había usado, que me había dejado de lado, ahora me miraba como si fuera su salvación. Estaba cayendo en la trampa. Todo en él estaba saliendo tal como lo había planeado. Su vulnerabilidad era mi victoria.
—¿De verdad? —preguntó en un susurro, como si no pudiera creer lo que escuchaba.
Asentí lentamente, pero no dije nada más. El silencio se volvió algo incómodo. Él quería que dijera más, que le diera algo más para aferrarse. Pero no lo haría, no tan rápido. Tenía que mantenerlo en el borde del abismo, haciendo que se preguntara si mi decisión era real o solo parte de mi estrategia.
Entonces, un golpe en la puerta nos interrumpió. Alessandro entró sin esperar, y aunque su expresión era seria, pude ver la furia en su rostro. Su mirada pasó rápidamente de mí a Leonardo, y por un segundo, su presencia invadió la habitación, haciendo que la atmósfera cambiara. Se acercó con paso firme y se detuvo junto a mí, enviando una corriente electrica por mi espalda.
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Editado: 18.02.2025