El Arte de Mirarte

¿Qué es el arte?, Una pregunta sencilla para quien lo ama y la cual se define como libertad porque el arte puede llevarte a lugares impensados y maravillosos. Pero si hubiera que definirlo con otra palabra esa sería pasión porque sin pasión el arte no sería arte y se convertiría en nada.

Es agradable pensar que estas pasiones son mágicas porque hacen que todo sea mejor. Convierte lo ordinario en extraordinario, lo simple en complejo, lo feo en bonito o lo bonito en algo sorprendente. Cómo la jóven frente a mi en este preciso momento que mantiene la mirada perdida mientras piensa y en donde yo incapaz de perderme la perfecta imagen, delante de mis ojos, intento dar los últimos detalles al retrato que comencé desde que ella se sentó en la banqueta esperando a alguien.

La observo una vez más y llevo mi mirada hasta el papel donde agrego pequeñas hojas secas que caen a su alrededor. Sonrió con satisfacción porque mi mejor obra hasta este momento está terminada.

Como cada día me encuentro en una de las plazas más tranquilas de la ciudad donde el silencio urbano logra que solo se escuchen pájaros cantar.

Con una brisa fría pero no helada en esta época se puede decir que el otoño comienza sintiéndose día a día un poco más y dejando las plazas casi desiertas. Las pocas personas que hay llevan camperas y bufandas mientras caminan en diferentes direcciones dirigiéndose a sus trabajos, casa, a estudiar o simplemente solo pasean disfrutando de esta estación del año dónde los árboles muestran hojas descoloridas hasta convertirse en diferentes tipos de marrones. Mi estación favorita y la única razón es ella. Aquella mujer que desde hace algunos días concurre a la plaza a la que diariamente vengo. La misma jóven de pelo castaño claro y rostro casi melancólico que me ha estado robando el sueño por varias noches. Esa muchacha con mirada perdida pero a su vez quien intenta encontrar a alguien. Alguien que muchas veces no llega pero a pesar de eso su mirada no pierde la esperanza. Una esperanza que poco a poco se marchita junto con las hojas que caen pero aún así sigue esperando. A veces espera por horas a esa persona que ama pero es un amor que lentamente se desvanece. Se desvanece en esos segundos perdidos, en los minutos de espera, en aquellas horas eternas.

Suspiro y vuelvo a observar con detenimiento el dibujo terminado donde pude plasmar una versión diferente a la que veo. Una versión donde ella sonríe y en sus ojos el amor sigue intacto. Pude plasmar el deseo interno que me invade desde que la ví por primera vez, aquel de verla feliz pero al levantar mi mirada para posarlos en ella me doy cuenta que quizá eso no sea posible al menos no con la persona que ella espera.

La miro mientras mantengo mis hojas de dibujo en las manos con ese deseo en lápices de colores.

Noto como observa por décima vez los segundos, minutos y cuenta la horas que lleva sentada allí frente a mí esperando a aquel hombre que aún no aparece y que yo sé tardará porque siempre lo hace así. Vuelvo a suspirar pensando en cuánto me gustaría ser yo por quien espere porque sé que nunca la dejaría sola. Nunca dejaría que en sus ojos día a día el amor desaparezca de su alma y la haga infeliz. Pero en esta historia yo no soy él. Solo soy un simple espectador el cual dibuja su belleza y todo lo que la rodea. La dibujo desde mi visión, aquella que tan diferente es de la realidad. De su realidad.

Guardo el dibujo colocándolo junto con los demás y preparo mis cosas para marcharme hasta el día siguiente porque sé que se acerca el momento en que aquel hombre por el que ella tanto espera está por llegar con miles de disculpas que no siente. Guardo y espero algunos segundos más hasta que al igual que ella lo veo. Lo veo caminar hacia ella con paso apresurado pensado en que le dirá esta vez mientras ruega mentalmente que ella le crea. Pero cuando las excusas son dichas ella duda. Duda porque presiente que no fue el trabajo lo que lo hizo tardar y se le nota que titubea en decir que se volverá a casa sola. Piensa y piensa pero al final decide dar un largo suspiro a la vez que asiente lentamente dándole otra oportunidad con la esperanza de que todo lo que salía de la boca de él era verdad y quizá él la siguiera amando como ella creía estar haciendo pero al mirarla desde dónde me encuentro puedo sentir como ese amor casi desaparece. Y es este el momento en que quisiera que la realidad fuera distinta para poder ser yo quien esté frente a ella y decirle que nunca dude en amarme pero esa realidad solo se encuentra en mi mente. Por eso decido que mi día termina aquí. Mi arte termina hasta el día siguiente para plasmar más de esta pasión que es observar y dibujar.

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La brisa fresca golpea mi rostro mientras siento como el árbol que está a mi lado desprende hojas y rozan mi piel. Cierro los ojos al percibir el olor a tierra mojada advirtiendo que una tormenta se acerca. Los mantengo cerrados y disfruto de la sensación que me ofrece todo lo que me rodea mientras sostengo entre mis manos las hojas de papel y los lápices que nunca abandono.

Me encuentro en el mismo lugar al que siempre vengo esperando por mi fuente de inspiración. Aquella que viene diariamente sin faltar. Abro mis ojos para encontrarme con ella sentada en el lugar de siempre. Frente a mí. Aprecio los colores que lleva en su ropa. Colores de otoño. Diferentes tonos de marrones empezando por sus botas hasta el gorro de lana que lleva sobre su pelo suelto. La observo y veo una obra perfecta. Una obra que inmediatamente dibujo a la vez que sonrío como un tonto enamorado de una jóven que no sabe que existo porque nunca se detuvo a ver más allá del camino por dónde viene aquel hombre que siempre tarda.

Muevo el lápiz sobre la hoja dibujando una mirada soñadora llena de amor y una sonrisa disfrutando todo lo que tiene y no logra ver. Lo hago sin detenerme mientras los minutos pasan. Dibujo hasta que doy los últimos detalles para terminar y apreciar el resultado final. Un resultado perfecto porque cada retrato que tengo, desde que comenzó el otoño, son de ella.