El Arte de ser un Desastre

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Papá me esperaba en el auto mientras yo me despedía de mamá. Tener unos padres divorciados no era tan malo después de todo, podía pedirle dinero a ambos sin que el otro sepa que lo hice, podía hacer que me sacaran a comer a distintos sitios y lo más genial es que podía estar en dos lugares la mayor parte del año.
 

En lo que yo vivía con mamá, su nuevo esposo y mi hermano menor en San Diego, papá vivía con su esposa y mi nuevo hermanastro junto con la mayor parte de su familia en Los Ángeles. ¿Genial? ¡Lo sé! En realidad es incríble. Tener un poco de las dos ciudades me encanta.
 

Mis padres no se llevan mal, no son como esos de las pelis que no pueden ni verse porque se pelean a cada nada, en realidad parecen amigos de toda la vida. Ellos tienen un acuerdo en el que deciden mi estadía con ellos.
 

Vivo a tiempo completo con mi madre pero puedo tener las vacaciones con papá, incluyendo las visitas que él puede hacerme cuando se le venga en gana. Estas no es que puedan ser diarias dado que nos separan 190 kilómetros, pero siempre las disfruto al máximo.
 

-Ya deja el sentimentalismo. ¡Qué me verás en dos semanas! Además, nos mantendremos en contacto. Porque me llamarás ¿verdad?- me miró a la espera de una respuesta con su típica ceja arqueada y sus labios fruncidos, quería probarme, sabe que a veces se me olvida llamarla.
 

-Claro, no me olvidaré- le respondo en medio de un ataque de risa nerviosa.
Me observa un poco más y luego de relajar su expresión me regala una sonrisa agradable.
 

-Bien- me deja un beso en la mejilla y en consecuencia engancho mis brazos a su cuello en un intento de abrazo cariñoso que resultó como técnica para asfixiar- Si ya tienes todo es mejor que ya vayas con tu padre van a ser largas y largas horas de viaje.
 

Desarmo el “abrazo” y tomo mis dos maletas.
 

-Lo sé, nos vemos en enero- me despedí de la mano y llegué a dónde estaba papá.
 

Lo abrazo rápido y le asalto los cachetes a besos, él me sonríe en respuesta y me ayuda a guardar las maletas en la cajuela del coche. Él sube al auto y abriendo la puerta del copiloto yo también me adentro en él. Nos abrochamos el cinturón de seguridad, él prende el auto y yo pongo el estéreo, descubriendo una vez más el repertorio de canciones y baladas de su época. 
 

Mi padre es guay y todo eso, pero tiene sus reservas en cuanto a música moderna se trata, muy pocas le agradan, es bastante selectivo en ello. Pero lo respeto, cada quien con sus cosas, yo tengo mis gustos, él los suyos y todos felices. Aunque para su buena suerte, el ochenta por ciento de su playlist me gusta.
 

Saludo con la mano a mamá en lo que el coche se va perdiendo por la carretera.

 

-Y bueno, ¿qué esperas de estas vacaciones invernales?- él siempre es el primero en sacar conversación, digo, no es que no quiera hablar con él, yo lo amo, solo que a veces no sé de qué hablar.
 

-Pues no lo sé, tal vez mucha comida.- ambos reímos por mi pésimo chiste, bueno, el lado positivo es que podremos conversar más fluido- Ya en plan serio, creo que me pasaré en estos días por una librería, iría a una biblioteca pero quiero quedarme con los libros,- mientras le voy contando, él va asintiendo y turnando su mirada entre la carretera y yo- quizás hacer amigos, a los únicos que conozco son a Brooklyn y a Ethan y a este último porque convivo con él- Ethan es mi hermanastro desde hace seis meses, tiene diciete años y casualmente nos llevamos bien ¿A qué suena raro? Lo entiendo, yo tampoco me creo como nos llevamos tan bien pero lo considero como un hermano mayor desde el segundo mes.
 

Papá escucha atento, sabe que no me integro muy bien con los desconocidos y por lo tanto no tengo amigos en Los Ángeles.
 

-Podrías decirle a Ethan que te lleve a una de esas fiestas a las que él va- me responde. ¿Sí ven porqué digo que es guay?
 

Se me infla el pecho de alegría y le sonrío, deja de mirar un segundo la carretera para prestarme atención y me devuelve el gesto, luego vuelve a poner sus ojos en el camino, no queremos tener un accidente.
 

-Le rogaré para que me lleve, tengo que socializar si no quiero morir de soledad- dramatizo como toda una actriz profesional y escucho a mi padre bufar.
 

-Drama Queen te dicen.
 

Le saco la lengua con indignación.
 

-E infantil también.
 

Me cruzo de brazos y le aparto la mirada recargando mi cabeza en la ventanilla y fijándome en el ya muy visto paisaje.
 

El “enojo” se me pasa rápido y en el viaje, cantamos con Ricardo Arjona de fondo, seguimos hablando de cosas triviales, le pregunto por Anne- su esposa- y por el trabajo. Duermo un par de horas, paramos en una gasolinera a las tres de la mañana a llenar el estómago, vaciar la vejiga y rellenar el tanque del auto. Duermo otras horas y para cuando despierto ya estamos en el centro de la ciudad.
 

Me restriego los ojos para asegurarme de despertar bien y veo a mi padre.
 

-¿Qué hora es?- necesito ubicarme en tiempo y espacio, acabada de levantar soy un lío.
 

-Son las diez de la mañana y casi estamos llegando- me avisa él y doblamos en una esquina para luego pararnos en un semáforo.
 

Vuelvo mi atención hacia delante y tiro mi cabeza hasta recargarla en el asiento. ¡Auch! Creo que dormí en una mala posición porque mi pobre cuello y su dolor me están pasando factura. Me sobo la parte mencionada y suspiro. ¡Eww! Necesito un baño con urgencia, mi aliento necesita de la pasta dental de menta de Anne.
 

No creo que pasen diez minutos pero ya estamos en el barrio de papá. No es una residencia de pijos pero estaba genial, los vecinos eran agradables y tan amables que te pasaban cotilleos de lo que sucedía en la ciudad. Las casas mayormente eran de dos niveles y de colores vivos, con rejas, porche y garage.
Al fin estacionamos y luego de bajar, papá saca las maletas del coche y en lo que guarda el auto en el garage me aproximo a la entrada, y justo cuando voy a tocar el timbre, la puerta se abre dejándome ver a la esposa de papá. Debió de oírnos o vernos por la ventana.
 




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