El arte del Origen:mascara y ceniza

Prologo:El respiro de la ceniza

El hedor a cobre era lo último que Kaelen esperaba llevarse a la tumba. No el perfume de sándalo de su madre, no el olor a incienso de las oraciones familiares, sino la metálica y brutal esencia de su propia sangre esparcida sobre la grava.

El frío de la noche no era más cruel que el frío que ya tenía dentro. Estaba tirado entre los restos de su guardia personal, en el patio trasero de la que había sido su ala de la Casa Véridan. La emboscada fue rápida, silenciosa y, lo peor de todo, íntima. Fue la hoja de Andrés, su medio hermano, la que le abrió el costado. Fue la mirada de Elara, su tía política, la que supervisó la masacre de su madre.

La vida se le escurría con el ritmo lento de un tambor funerario. Kaelen no gritó, no lloró. Simplemente miró las estrellas, sintiendo la rabia petrificarse hasta volverse piedra en su pecho. Si moría, ellos ganaban. Si moría, Elara se quedaría con el lugar de su madre junto al Patriarca del Clan. Si moría, su traición se convertiría en ley.

—Te niegas a irte—

El sonido no vino del aire, ni de sus oídos. Vino de un lugar que no tenía forma, un pozo seco en su espina dorsal. Era una voz antigua, granulada como arena, y resonaba con la furia reprimida de diez mil años.

Kaelen parpadeó. No había nadie. El único movimiento era el lento goteo de su vida sobre la piedra.

—No es tu sangre lo que me atrae, niño. Es tu odio. Es el reconocimiento. El linaje de Véridan te ha robado. A ti, la vida; a mí, el cielo.

El Primordial. La leyenda familiar que solo se contaba a los herederos: el Dios que fundó el Clan, al que luego encadenaron y sellaron en las profundidades de sus tierras para parasitar su poder. Kaelen había asumido que era un cuento de advertencia, pero el dolor en la voz era demasiado real para ser un mito.

—¿Quién... eres?— logró murmurar, la boca llena de sangre salada.

—Soy lo que ellos traicionaron para ganar esta Casa de parásitos. Soy la Fuente, Kaelen Aethan. Y tú eres el último de mi legítima herencia. Mira su poder. Su velocidad. Su ridícula fuerza. Todo eso lo tomaron de mí. Es la Técnica del Vínculo robada, limitada, patética.

Una oleada de energía fría y eléctrica se deslizó desde el suelo y se arrastró por sus heridas. No curaba, quemaba con la certeza del azufre.

—Te ofrezco mi poder. El verdadero. El Arte del Origen. El arte de la Ceniza que convierte la Traición en Fuego. Te convertiré en algo imponente, algo que hasta los dragones encadenados teman. Te daré la Presencia que hará que el corazón de tus medio hermanos se detenga solo con mirarlos.

—No te pido tu alma—, continuó la voz, con un siseo que contenía una promesa de infierno. —Te pido que me liberes. Y para liberarme, debes destruir cada rama que lleva la sangre envenenada de los traidores. Destrúyelos a todos. Desde Elara, hasta sus hijos, hasta el propio Patriarca. Limpia este linaje y yo te daré el Trono del Mundo.

La visión de su madre, su rostro roto por la desesperación, parpadeó ante él. La imagen de Andrés, su medio hermano, sonriendo mientras clavaba la espada.

El frío en su pecho se rompió, dando paso a una furia tan grande que sintió que sus huesos crecían.

—Acepto—, susurró Kaelen. Era más que una palabra; era un voto de sangre. —Los quemaré a todos. Por ti. Y por mi madre.

—Bien. Ahora, levántate, Primogénito. Y empieza a gatear fuera de esta tumba. El entrenamiento es más duro que la muerte que acabas de evitar.

Y en medio de la oscuridad, en la que se suponía era el último aliento de Kaelen Aethan, la sangre hirvió, y un poder antiguo, frío y oscuro se instaló en su columna vertebral. Kaelen no se levantó como un noble. Se levantó como el Fantasma Frío que pronto perseguiría a la Casa Véridan. Su venganza no sería solo una carnicería; sería una restauración.



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Editado: 25.11.2025

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