𝗘𝗡 𝗘𝗟 𝗥𝗘𝗜𝗡𝗢 𝗗𝗘 𝗔𝗥𝗞𝗔𝗜𝗭𝗘𝗡—Lurenthall, capital del reino.
"Donde la sangre canta, la magia despierta, y el linaje es maldición."
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—Muera Su Majestad —susurró el hombre encapuchado, mientras enterraba el cuchillo negro en la espalda del Rey.
El monarca jadeó.
—¿Por qué… tú? —alcanzó a preguntar, con la voz rota por el dolor.
El asesino se inclinó, y sus labios rozaron su oído.
—Porque así lo dicta la Maldición.
Con un giro seco, hundió el cuchillo hasta la empuñadura. El corazón real dejó de latir.
El cuerpo cayó entre los rosales, y la corona rodó por el mármol.
Si la corona toca el suelo, el Rey ha muerto.
Si se parte en dos… el caos ha despertado.
Era un dicho antiguo. Una advertencia envuelta en leyenda.
Hoy, se volvía realidad.
El asesino se dio media vuelta sin mirar atrás. Dejó el cadáver entre las flores imperiales, que seguían floreciendo como si nada hubiera pasado.
Que lo encontraran. Que comenzara el fuego.
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[Un ¼ de Rhyen Después = quince minutos.…]
Los jardines del Palacio Dorado eran un santuario de silencio.
La luna comenzaba a asomar sobre los vitrales, y las flores imperiales —esas que solo florecen una vez cada generación— aún destilaban su perfume. Nadie esperaba tragedias en ese rincón del paraíso.
Y sin embargo, entre los rosales, el cuerpo del Rey yacía boca abajo, su manto empapado de sangre, su corona caída… partida en dos.
Un cuchillo negro aún le atravesaba la espalda. Directo al corazón.
El guardia que lo encontró no gritó. Cayó de rodillas.
Porque entendía lo que eso significaba.
El Rey había caído.
Y la pregunta que se colaba como veneno por cada rincón del palacio era brutal:
¿Quién osó asesinar al soberano en su propio reino?
—Avisen al príncipe y a la Reina. El pueblo debe saber que el Rey… ha muerto —ordenó el guardia al soldado que se acercó.
—Sí, señor.
Sin perder tiempo, el mensaje fue entregado al comandante Thalrek Vaelor, quien sintió el peso del fin de una era arder sobre sus hombros.
Debía ser él quien llevara la noticia.
Él… quien encendería la tormenta y anunciara el fin de una era.
Pero no vaciló. No se permitió temblar. Corrió directo a los aposentos del heredero.
—¡Su Majestad! ¡Despierte! ¡Tiene que venir ahora!
Aundre Viredel abrió los ojos con violencia. No estaba acostumbrado a ese tono, y mucho menos a ver al comandante con la voz quebrada por el miedo.
—¿Qué sucede? —preguntó, poniéndose de pie con rapidez.
La Reina madre se levantó también, envuelta aún en su bata de noche, alertada por los pasos acelerados de soldados que corrían por todo el Palacio.
El comandante abrió la boca, pero antes de hablar, la Reina se unió a ellos. Había sentido que algo en el aire… había cambiado.
—¿Qué ocurre? —preguntó ella al llegar.
Las palabras que escuchó, le helaron la sangre.
—El Rey… ha sido encontrado sin vida en los jardines —dijo Thalrek, tragando saliva—. Fue atacado. No hubo tiempo para pedir ayuda. No hay testigos.
Un abismo cayó sobre la habitación.
—No… —susurró la Reina Viara, llevándose una mano al pecho. Su rostro palideció, pero su espalda permaneció recta.
Aundre no dijo nada. Caminó hacia la ventana. Desde allí, los jardines lucían tranquilos. Hermosos. Engañosos.
—¿Quién fue? —preguntó, sin girarse.
—No lo sabemos con certeza, Su Majestad —titubeó Thalrek, usando por primera vez el título que ya le correspondía.
Aundre se volvió lentamente. Sus ojos estaban llenos de lágrimas, pero se negó a dejarlas caer.
Nadie debía ver débil al heredero.
Jamás.
—Yo sí sé quién fue —dijo al fin. Su voz, firme. Su mirada, fuego contenido.
Todos se quedaron en silencio.
—¿Quién, Su Majestad?
—Queda claro que fue Kael —pronunció con odio—. El nacido en el exilio.
Thalrek asintió, sombrío.
También sospechaba que había sido aquel hombre.
—Conquistó la primera Casa, Draceryn Y antes de tomarla, sus palabras fueron claras: mi próximo golpe será al corazón del reino.
—¿Y nadie lo tomó en serio?—preguntó la Reina.
—No creímos que le sería facial entrar al Reino.
—¿Quién se ha enfrentado a él?—preguntó el príncipe.
—Su Majestad, el Rey, lo hizo —dijo Thalrek—. Planeaba atraparlo. Pero fue… demasiado rápido.
La Reina se acercó a su hijo.
—Entonces debes atraparlo tú. Proteger lo que es tuyo —dijo con voz férrea—. El pueblo necesita a un rey fuerte. Y el trono no debe caer en manos de un monstruo.
Aundre apretó los puños. El aire pareció tensarse a su alrededor.
—¿Qué más sabemos de él?
—Nada con certeza. Solo que avanza. No se detendrá. Algunos creen que tiene… algo más. Algo que lo hace imparable.
El silencio volvió, afilado como el cuchillo que acababa de cambiar el destino de Arkaizen.
—Entonces que se prepare el ejército —ordenó Aundre—. Fortifiquen las murallas. Si este… villano desea el trono, tendrá que caminar sobre cenizas para alcanzarlo.
Afuera, el viento soplaba con la calma extraña que precede a la tormenta.
El Rey había muerto.
Y el nuevo monarca… se preparaba para enfrentar al hombre que venía a reclamarlo todo.
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Editado: 17.07.2025