El viento corría con una urgencia que no era suya. Las banderas en lo alto del Palacio Dorado ondeaban a media asta. El sol, apenas saliendo entre los torreones, no lograba disipar la sombra que se había instalado sobre Arkaizen.
La noticia se esparció como fuego en campos secos.
Primero fue un susurro entre los muros del castillo. Luego, se convirtió en clamor por los pasillos.
Y finalmente… llegó a las calles.
"El Rey ha muerto."
Los heraldos lo gritaban en las plazas, mientras los periódicos eran arrebatados de las manos de los repartidores.
En grandes letras oscuras, se leía:
¡Falleció!
El soberano ha sido asesinado.
Las Siete Casas tiemblan.
Kael, el exiliado, es el principal sospechoso.
Muchos creyeron que eran solo rumores… hasta que las trompetas de la Guardia Real resonaron con gravedad, seguidas por el tañido de siete campanas. Siete campanas… El luto del palacio había sido proclamado.
En las tabernas, en los mercados, en los templos y hasta en las aldeas más remotas, los susurros eran los mismos:
—El caos ha regresado.
—El exiliado quiere el trono.
—¿Qué haremos? El príncipe apenas tiene veinticuatro ...
—Nunca ha habido un rey tan joven.
—No está listo… aún no.
Los ancianos recordaban con temor los días oscuros. Los jóvenes temblaban ante un futuro incierto.
"Kael".
Ese era el nombre que corría de boca en boca. Algunos juraban que era un seudónimo, otros insistían en que era su verdadero nombre. Pero en público, pocos se atrevían a pronunciarlo. Le llamaban "el Villano" o "el Exiliado", como si evitar su nombre pudiera alejar la sombra que proyectaba.
De Kael se decían mil historias.
Un asesino a sueldo, un mercenario sin patria, un monstruo que mataba por placer. Algunos aseguraban haberlo visto luchar y contaban que no era humano, sino descendiente de la Casa Draceryn, pues manipulaba poderes que solo esa línea podía controlar.
Pero nadie les creía. Decían que quienes lo habían visto combatir no vivían para contarlo.
Kael no dejaba testigos.
¿Quién era realmente Kael, el Villano del Exilio?
Nadie lo sabía.
Y quizá… era mejor así.
...
[Solturno=Día]
Ese mismo solturno, mientras los pájaros aún no cantaban y el frío del amanecer se pegaba a la piel, el Reino se vestía de luto.
El cuerpo del Rey fue colocado sobre un altar de mármol blanco, rodeado por las flores imperiales que aún llevaban rastros de su sangre.
Era el funeral del monarca, pero también el inicio de una nueva era.
El salón de la coronación se llenó de representantes de las Casas:
Las Casas de la Luz y las Casas del Abismo habían enviado a sus más altos líderes.
La tensión era palpable, como si el aire estuviera a punto de romperse.
En lo alto, sobre los escalones de la Sala del Trono, Aundre Viredel, con la capa negra del luto y la armadura dorada del deber, se presentó ante el pueblo.
Su mirada recorrió el lugar. No titubeó. No tembló.
Tenía el rostro del heredero…
Y el corazón de un hijo que acababa de perder a su padre.
El heraldo real alzó la corona. No era la misma que el Rey anterior había llevado. Esa se había partido… como el símbolo del fin.
Esta era nueva. Forjada la noche anterior con los fragmentos rotos.
Una corona hecha de cicatrices.
Desde solturnos antiguos [Equivale a Dias Antiguos], cuando el Reino de Arkaizen aún tomaba forma bajo el yugo del acero y el fuego, se establecieron las leyes que sostendrían el equilibrio entre poder, linaje y lealtad. Fue durante el reinado del segundo monarca, Kaedar Seradyn, en el Ciclo Rhyo 35 D.E.C, [Es igual a "en el año 35 Despues de la coronación] cuando se dictó uno de los decretos más trascendentales en la historia del trono:
"El primogénito nacido de la sangre de la Casa Virelion, antigua guardiana del legado de la Corona, ocupará perpetuamente el cargo de Heraldo Real de las Siete Casas. Su voz será la que anuncie, su juicio el que confirme, y su presencia el testigo necesario para legitimar la ascensión de todo rey al Trono de Arkanor. Sin él, ninguna coronación será reconocida por ley ni por historia."—Según lo estipulado en la segunda ley del Codex Regium, el ancestral Libro de Monarquía escrito por orden del segundo rey, Kaedar Seradyn, en el Rhyo 30 después de la Era de la Corona.
Desde entonces, el Heraldo Real no solo ha sido portavoz de las leyes antiguas, sino también guía del nuevo soberano, custodio de la verdad dinástica y guardián del equilibrio entre las Casas. Su palabra, neutral y arraigada en la sangre fundadora, actúa como vínculo entre la tradición y el poder.
No porta corona, pero sin su voz, ninguna puede ser colocada sobre una cabeza real.
—¿Juráis proteger a este Reino incluso si el mundo se vuelve contra él? —preguntó el heraldo Real.
—Lo juro —respondió Aundre, su voz resonando como un trueno contenido.
—¿Juráis derramar vuestra sangre antes que ver este trono caer en llamas?
—¡Lo juro! —respondió, con voz firme y el acero del deber ardiendo en sus venas.
El heraldo Real dio un paso al frente, su voz retumbó en la gran sala como un juicio inapelable:
—¿Alguna de las Casas aquí reunidas, excluyendo a la Casa Draceryn, traidora al ceder al enemigo del trono… se niega a reconocer al Príncipe Aundre Viredel como legítimo sucesor de la corona?
Las seis Casas presentes hablaron al unísono
—No —proclamaron, con solemne determinación.
Entonces, el heraldo real desenrolló el pergamino ancestral. La tinta era oscura como la noche, y la voz que leyó, tan antigua como la ley misma.
—Por derecho de linaje, según la Ley de la Primogenitura, establecida por Su Majestad Yelros Virelion, quinto de su nombre, en el ciclo Rhyo 147 después de la Era de la Corona, se decreta:
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Editado: 17.07.2025