El corazón me latía con rapidez, olvide como correr, caminar, por inercia podía respirar, solo sabía que mis ojos se movían de un lado a otro. Me gustaba creer que todo es posible, pero una cosa es creerlo y una muy distinta verlo.
El respiro hondo ajeno a mí; me retumbaba la cabeza una y otra vez. Él chico que murió, no murió. El cuerpo de Evander yacía en la fría mesa metálica, sin embargo, el otro cuerpo, cuyo nombre es Liam Gibson, se levantó frotándose el cráneo como si le fuera a reventar del dolor, sentí un mareo, no sabía si estaba inconsciente o había perdido la vista.
La cabeza me palpitaba fuertemente, me encontraba en el suelo, estaba consiente que no podía haber pasado mucho tiempo, sin embargo, tenía el sentimiento de pasar toda una eternidad, después de examinar mentalmente lo que había ocurrido, me levanté; con las piernas temblando como gelatina. El cuerpo de Evander se encontraba intacto, tal cual lo había dejado sin embargo Liam no estaba en su lugar.
Tenía que ser un mal chiste, por ser mi primer día. Ya sal Alex, sí que eres una bromista nata, siempre supe que los muertos tienen reflejos porque el cerebro es el último órgano en morir, por el contrario, no pueden levantarse, frotarse la cabeza, bajar y esconderse.
—Todo está bien, es solo una broma—repetí para controlar los nervios que estaban a flor de piel, el ruido había cesado, el aire acondicionado no estaba encendido.
La puerta se hallaba cerrada y absolutamente nadie salía al menos que tuviera llave. Por lo tanto, Liam debía estar dentro. Cerré los ojos con fuerza, tome la pinza que dejé caer por el susto, la apreté contra mí pecho y tuve que inhalar hondo un par de veces como si supiera que en algún momento me iba a fallar la respiración. Observe minuciosamente la habitación donde me encontraba, una respiración agitada y el crujido constante de dientes en fricción me hizo buscar de dónde provenía.
En la esquina detrás de un escritorio donde papá archivaba libros, se encontraba alguien acurrucado, titiritaba de frío, sus músculos se tensaban con frecuencia, el rostro estaba hundido en las piernas y apenas una delgada bata quirúrgica lo cubría y un par de vidrios rodeaban al chico. Mi corazón no dejaba de latir con la misma intensidad, pero mi respiración se acoplaba a una frecuencia normal.
¿Era posible que los muertos revivieran? Con los nervios a flor de piel y al borde del paro cardíaco; me acerque suavemente hasta quedar a su altura. A decir verdad, no sabía cómo comenzar a hablarle, un saludo sería extraño, aunque, un: "Que guay que revivieras" sería extremadamente estúpido. Me mantuve en silencio con la vista fija en la pared, analizando los hechos. Estaba perdiendo la cabeza, tal vez estaba demente y veía cosas que no son reales, el simple hecho de pensar en eso me reconforta un poco, al creer que los muertos regresan de esa forma, sin avisar.
Un quejido y el frío piso donde nos encontramos me hizo pensar que él moría de frío, así que sin pensarlo tomé la chaqueta de lana que papá tenía colgada, lo envolví con esta y él se acurrucó al tacto tan cálido de la lana. Liam alzó el rostro mirándome fijamente, casi me voy de espaldas al ver que los ojos cafés del chico eran de un azul grisáceo como los de Evander. Abrí la boca para decir algo coherente, pero nada salió. No sabía que decir, simplemente me puse de pie.
—¡Isla! —gritó Alexa, pegué un brinco ridículo. ¿Alguna vez vieron a un gato distraído que ve un pepino a su lado? Esa fue mi reacción, yo era el gato y Alex el pepino. Trate de calmar mis nervios, por una razón no quería que Alex supiera lo que estaba pasando.
—¿Qué pasa? —pregunté en un hilo de voz, deseando que nadie lo notará.
—Mamá me habló, iré por nuestro almuerzo, regreso rápido ¿Puedes quedarte sola?
—Claro, ve, te espero porque muero de hambre—mentí, el hambre había pasado a segundo término comparado con esto.
No respondió, solo salió de ahí, lo supe porque escuché la puerta principal cerrarse, realmente la clínica era pequeña, no más de 2 habitaciones para analizar la causa de muerte, una red de frío como la de las vacunas, la recepción y un baño.
Sentí un alivio al saber que estábamos solos.
—Ayúdame—susurró una voz masculina, grave y gutural.
—¿Yo? — respondí con torpeza, a decir verdad, estaba muerta del miedo—. ¿Qué puedo hacer por ti? Debo hablar a la policía—complete.
—¡No! —se exaltó—. Policía, no.
Lo miré un poco confundida. Me incliné y me propuse a ayudarlo. Lo levanté de donde estaba, el automóvil de papá se encontraba aparcado en la parte trasera de la clínica. No sabía que pasaba conmigo, pero tenía el presentimiento de tener que huir en cualquier momento, incluso tocarlo hacía mi cuerpo temblar, era escalofriante y terrorífico.
—... Extraño, es muy extraño—cerró los ojos y hecho para atrás la cabeza—. Yo iba a la escuela... Y alguien me seguía.
—¿Vas a la escuela? — cuestione, según el expediente de Liam no tenía relaciones sociales, ni padres, ni amigos, no asistía al colegio desde un tiempo realmente largo, ese fue el motivo por el cual se suicidó, sufría depresión severa desde meses atrás.
—Sí, yo voy al colegio ¿Qué día es hoy? —hablo arrastrando torpemente la lengua.
—Cuatro de diciembre—Liam pareció alterado y confundido. Nos mantuvimos en silencio un buen tiempo.
—Sácame de aquí—se le quebró la voz—. Vámonos de aquí.
—No puedo irme así, es... Yo soy la responsable, Liam.
Pareció dolido cuando lo mencioné y enarco una ceja al escucharme.
—¿Quién es Liam? —preguntó acercándose un poco a mí.
Me mantuve en silencio, tal vez, el chico no se suicidó, o tal vez sí, ay, todo era tan raro.
—¿Cuál es tu nombre?
—Evander, Evander Hudson—respondió con ese tono de voz enigmático.
¡Jesucristo! Por todos los dioses del Olimpo. Evander. Sus ojos, que alguien me golpee que estoy histérica.