Le vi con toda claridad, de un negro apagado y con aquella horrible tela en el rostro que me heló hasta el tuétano. Pero no podía distinguir el tipo del cuerpo, podría ser hombre o tal vez mujer, no podía asegurar nada, nos dirigíamos a "Mariachis" cuando entre los arbustos una persona se escondía observando cada minúsculo detalle de lo que pasaba en carretera, como si al estar ahí curará todos sus males y lo invadieran de paz. Frene de prisa haciendo chirriar las llantas, lo vi y tenía que hacer el intento por averiguar de quién se trataba, pero cuando giré a su dirección lo único que había era un arbusto viejo.
—¿Qué pasa? —preguntó Evander, bajando de igual manera, aunque quizás se imaginaba de que trataba todo.
—Estaba ahí, lo vi—aseguré, pero a decir ver; me parecía que un tanto confuso, y me escuchaba como una lunática recién salida del sanatorio mental.
—¿Qué viste? —cuestionó Evander, girando a todos lados.
—Nada, quizás me encuentro nerviosa por lo de...
—Lo del corazón—completó convencido—. Ni que lo digas.
Sonreí dulcemente y asentí, Adam y Alex iban un poco más adelante, no se había percatado de mi paranoia, así que para no hacer esto algo tan importante, subí al auto.
Pase todo el camino repitiendo la silueta de esa persona en mi mente, en algunas ocasiones se acercaba a nosotros y trataba de matarnos, pero, otras nosotros lo descubríamos y todo esto que comienza, terminaba. Al llegar a Mariachis, había poco estacionamiento, así que me quedé aparcando.
—Creo que iremos a apartar lugar, chicos—anunció Adam.
Y como mala amiga, Alex, se fue con él. ¿Es que no había escuchado esa canción mexicana? Los niños, con los niños, y las niñas con las niñas.
—¿Te gusta la comida mexicana? —cuestioné al pobre chico que apenas y decía una palabra.
—Sí, antes venía con Lizsy, todo el tiempo—sonrió con nostalgia, como si cada palabra, o respiró de su antigua vida, quemará.
—¿La extrañas mucho?
—¿Qué edad tienes? ¿Cuatro? —respondió divertido, enarcando una ceja.
—¿Y tú? ¿Cuarenta? —refuté.
Bajamos del camión, pero el clima en Mariachis siempre era un poco cálido, y se sentía calor, para alguien que vivía en Norwalk donde la mayoría del tiempo se te congela hasta los mocos. Así que me quité el suéter de lana rojo que llevaba.
—¡Mierda! Dime qué no se vino con mi blusa...—rogué, ya me había pasado en una ocasión.
—No, no se vino con tu blusa.
—¡Lindo sostén, muñeca! —gritó un idiota, mientras yo volví con todo y suéter, al carajo el calor.
—...
—Me pediste que dijera que no, mujer, decídete—, suspiró—. ¿Cuál es tu problema, idiota? —gritó Evander a su dirección.
No había percatado que la vena del cuello, estaba tensa, no me imaginaba lo rápido que bombeaba su corazón del coraje y mi estómago mando terminaciones nerviosas por doquier, el chico ignoró el momento y prosiguió su camino.
—¿Estás bien? —cuestioné tomando su brazo.
—Sí, bonito lunar, por cierto.
Mi cara ardió de la vergüenza, estúpido suéter, estúpido calor y estúpida yo que me puse eso, el tema cambio de inmediato cuando tomamos asiento con los chicos.
—Resumiré todo—carraspeé—. Encontramos benzodiacepinas en ella, en bajas dosis, lo que quiere decir que cuando la mataron estaba despierta, post mortem retiraron su corazón, y como se dieron cuenta fue algo bastante meticuloso.
—El sadismo y la tortura aumentarán con cada víctima, él no sigue patrones, no respeta tiempos, pero disfruta en gran manera la muerte—Adam tenía razón.
—No es fácil romper el esternón, chicos—aclaré.
—¿Qué quieres decir? —cuestionó la morena.
—Alex, quien rompió el esternón de la señora Taylor, tiene que tener conocimientos de medicina—explicó Evander.
Y era cierto, en las tres alas solo teníamos que averiguar quién trabajaba en el hospital general de Norwalk, tenía que tener instrumentos para hacer esa tarea, el corazón lo habían sacado perfectamente sin dejar un pedazo.
—¡Denle una cerveza a este hombre! —bromeó Adam.
—Y un botellazo, por poco dice su nombre frente al señor Kerr—la morena fingió desesperación y soltó aire por la nariz.
Después de mucho tiempo me sentí parte de algo, por muy enfermo y estúpido que se tratará esto, me sentía bien, como si la muerte de Evander cambiará todo. Un mesero con gestos felices y una sonrisa radiante, se acercó a darnos un par de sobres y bebidas:
—Cortesía de "E"—asintió.
—Ay, Evander pediste tequilas para todos—fingió morirse de ternura—. Ya saben porque la E, es de Evander—se rio en sonoras carcajadas, y absolutamente todos la miramos extraño.
—Disculpa, sabes si esa persona está aquí—pregunte con amabilidad.
—Oh, no, él llamó por teléfono.
—¿Él? —pregunté, al menos algo sabíamos con exactitud, era hombre.
—¿Podrías darme el número de cuenta para depositar el dinero, cielo? —preguntó Alex en coqueteo. No pues así, hasta él deposita el dinero.
—No puedo darte esa información, es confidencial.
—Nadie lo sabrá—guiñó un ojo, está mujer era la maestra.
—De verdad, mi vida depende de eso, pero supongo que puedo dar el nombre, es Ames Nicolás—se retiró más nervioso que un cachorro.
Sentí una oscura sensación, que la impulso a buscar a ese tal Ames, se le escapó una sonrisa, y tal vez estaban a punto de embarcarse a sus desastres, pero ya estaban embarrados hasta el alma. El sobre llevaba escrito con tinta negra unas cuantas palabras que no supo cómo tomar: Todos guardan secretos ¿Están listos para ser descubiertos, criaturas? PD: Guardan secretos verdaderamente oscuros — E.
Todos nos quedamos en silencio, nada más poderoso que alguien que confía en sí mismo, y esa era la virtud del asesino. Decidimos ir a casa en completo silencio, nadie se atrevía a mencionar nada, incluso en la casa el aire parecía tenso. Evander parecía más cercano a mí y eso me volvía loca.