El Asesinato De Evander

TENGO SU SANGRE.

—No se acerquen—dije esperando que mi voz temblorosa solo la escuchara yo—. La mataremos si dan un paso más.

Ninguno de ellos se movió, simplemente nos observaron fijamente, sus miradas me pusieron impaciente.

—Muévanse—ordenó el moreno. Sin embargo, tampoco se movieron.

—Tienes razón, no volverá—dijo la rubia; levantó su pie izquierdo, de este sacó una daga, no pude detenerla y antes de siquiera reaccionar, con fuerza lo enterró en su abdomen, la sangre brotó exageradamente haciendo que la soltara. Todo fue en cuestión de segundos.

—¿Qué hiciste? —mis ojos reflejaban la consternación, la rubia sonrió con pesadez mientras la sangre buscaba cualquier forma de salir, intenté ayudar, pero fue inútil.

—Perdóname, perdón—siseó, el rostro de Olivia perdió color—. Es por venganza, sus...actos—un hilo de sangre resbaló por la boca de la rubia, sus ojos inertes habían perdido cualquier rastro de brillo.

Olivia Paterson murió, fue la siguiente víctima del asesino, su sangre también estaba en sus manos y a partir de ahora tenía que llevar a cuestas la sangre de una inocente.

Mis manos estaban llenas de su sangre, el olor a hierro se hacía más fuerte provocándome nauseas. La multitud de personas que no daban la cara, nos observaban fijamente como si el cuerpo de Olivia no existiese. Apunté a sus cabezas con el viejo rifle de madera, no retrocedieron, sus simples posturas me alteraban, el cuerpo de Olivia inerte bajo mis pies, y la penumbra de la oscuridad me abrumó, entonces disparé.

La lámpara de techo crujió haciendo caer pequeños pedazos de vidrio, los encapuchados que estaban bajo ella se dispersaron.

—Se acabó el juego, idiota—expresé disparando al aire, quizá el asesino estaba entre nosotros, no lo sabría, pero Evander podría estar en peligro.

Hyo Min hizo lo mismo, así hasta que llegamos a la puerta principal, y antes de poder salir; el asiático disparó dos veces.

—Es de regalo, un recuerdo—levantó los hombros y una inocente sonrisa apareció en su rostro, mientras dos cuerpos se deslizaban por la blanca pared.

Ya afuera, echamos a correr, corrimos tanto que dolía respirar. Mis piernas pesaban y un ligero dolor cruzó la parte baja de mis costillas.

—Fue una trampa—murmuró jadeando aire—. Creo que es una distracción.

La policía de Helltown se estacionó frente a la mansión, aún en la oscuridad se podía apreciar las siluetas y el rostro de las personas, el auto policial regresó a donde estábamos.

Un policía arriba de sus 30 me apuntó con su arma, no supe en qué momento la desenfundó, mi sonrisa se borró cuando este le disparó a Hyo Min haciéndolo caer, sonrió con satisfacción y salió del auto.

—¡Arriba las manos, Isla Kerr! —gritó, el otro uniformado miró con despreció la escena—. Con las manos arriba; camina lentamente a mí.

—Está bien, no estoy armada—levanté las manos, mi corazón latía muy rápido y el miedo se había apoderado de mi cuando Hyo Min cayó—¿Puedo ver si está bien? —mi voz se quebró y las lágrimas comenzaron a salir.

—No—espetó haciéndome pegar un pequeño brinco—, si das un paso en falso, dispararé.

Caminé lentamente hacia él, mis piernas pesaban y mi mente solo podía concentrarse en los quejidos saliendo del asiático. Tomó mi mano derecha y la esposó juntó a la izquierda, fue un movimiento ágil, tenía la placa de Helltown, sus ojos marrones me evaluaron.

—¿Por qué...por qué está haciendo esto? —murmuré entre lágrimas. No respondió, solo se dedicó a introducirme en el auto con brusquedad—. No hice nada malo, lo juro—sollocé.

        

7 horas después.

La estación desprendía un olor extraño a café y libro nuevo, me sentía confundida, me dolía mucho la parte delantera del cráneo, y la sangre seca en mi ropa me hacía sentir incomoda.

¿De quién era y por qué estaba aquí? Un oficial me observó fijamente con paciencia, respiro hondo y sonrió con delicadeza.

—Isla, ¿por qué estás aquí? —cuestionó, alcé la mirada encontrándome con sus ojos marrones, unos círculos negros con terminación rojiza los cubrían, probablemente por trabajar toda la noche.

—No lo sé—confesé, era sincera, no recordaba haber llegado a la estación por mi cuenta, tampoco recordaba qué estaba haciendo ayer, o mi comida los días anteriores, era confuso.

—¿De quién es la sangre qué llevas? —está vez entrelazó sus manos y se inclinó ligeramente a mí—. No estás herida, no es tuya.

—No lo sé—repetí, un aire de exasperación cruzó el rostro del oficial—¿Pueden llamar a alguien?

El oficial suspiró nuevamente y se obligó a sonreír. Pasó su mano por la mesilla dando ligeros golpecitos, y dijo: —Necesito saber qué fue lo que paso y podrás irte.

Pero, ¿cómo podía hablar sobre lo que pasó? Si ni yo lo sabía.

—Creo...creo que perdí la memoria—expresé. El oficial estalló en una carcajada cargada de exasperación y paso ambas manos sobre su cara.

—Eso es nuevo, jamás había escuchado algo parecido—su mirada dulce cambió drásticamente a una severa y de reproche.

—Quiero ir a casa—está vez mi voz fue firme. No era un criminal, no había matado a nadie.

—Llevas sangre encima, investigaré hasta llegar al final—explicó—si confiesas tu crimen, todo será más sencillo para ti.

—Le juro que no sé qué pasa, no sé si hice algo malo.

El oficial negó con la cabeza antes de alzar la mano, haciendo que un subordinado se acercará, las canas del oficial y su postura dejaban más que claras el rango en la estación.

—No tiene familia, no recuerda nada, por lo que estarás presa 72 horas—informó—. Llévatela. 

Caminamos en silencio hasta llegar a un pasillo donde había tres celdas, era un lugar pequeño, la luz del sol recién comenzaba a filtrarse por una diminuta ventanilla en la pared.

—Es más fácil si dices todo, ¿sabes? —su voz me resultó reconfortante.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.