El sol ya se ponía sobre el horizonte y la oscuridad ganaba terreno. Dos personas se encontraban de pie, frente a frente, tomadas de las manos. Ella temblaba ligeramente, más por la emoción que por el frío. Él sostenía sus manos entre las suyas y libraba en su interior la batalla más dura. Suspiró, se tragó el nudo que parecía atascado en su garganta y, con voz firme, dijo:
—No puedo, no podemos seguir.
Ella lo miraba fijamente, sin responder, mientras notaba cómo cambiaban sus sentimientos. Ya no sentía aprensión, ni temor: había salido a la luz después de haber atravesado el oscuro túnel, y se encontraba con la realidad que había intuido que se presentaría más tarde o más temprano.
Retiró sus manos de las de él y se alejó sin decir una palabra. Julio, que solo había podido mirar el césped oscuro, levantó la cabeza y la vio alejarse, junto con un sueño y un pedazo de su corazón, que en ese momento le pareció tan grande como si fuera entero. Luego cerró los puños y los ojos fuertemente, respiró, y emprendió su camino en sentido contrario al de ella.
El último rayo de luz del sol se ahogó.
Editado: 05.12.2021