Yue Han
Ya dio un salto hacia atrás. Miró por encima del hombro.
Detrás de él se alzaba Yao Zhang’e. Mis manos temblaron, y mis pies retrocedieron hasta chocar con la pared. No esperaba en absoluto a la consejera, que había aparecido, literalmente, de la nada. ¿Quiénes eran realmente esos taishenses...?
—Zhang’e —inhaló Soran, alzando las manos como si aquello pudiera ayudarle a calmarse.
La consejera le dirigió una mirada tan fría que a cualquiera le habría bastado para inclinarse, disculparse por su propia existencia y desaparecer de su vista cuanto antes.
La princesa soportó aquel filo de hielo con el mentón alzado, desafiante.
—¿Qué planeamos? —al oír por segunda vez la voz de Zhang’e, advertí en ella la rudeza y severidad propias de los taishenses. Ese tono de autoridad y poder absoluto la hacía parecer muy por encima de nosotros.
—Escuchar a escondidas no es propio de la etiqueta —murmuró Kim Soran, encogiéndose de hombros.
—Hablar a espaldas de otros tampoco lo es —replicó ella con monotonía.
—No hablábamos de ti —se apresuró a justificarse la princesa, alzando la voz.
Zhang’e deslizó por fin su mirada, llena de desprecio y odio puro, hacia mí.
—¿Por qué estás aquí y no en el salón con los demás?
De algún modo, encontré en mí la audacia de plantar cara a uno de los Dragones.
Apreté los puños para contener el temblor que me recorría el cuerpo de la ansiedad. No sabía de lo que era capaz aquella muchacha, y por tanto, desconocía sus límites. Cualquier cosa podía suceder tras mis palabras, y el único culpable sería yo.
—¿Desde cuándo te diriges a mí sin usar el “usted”?
Maldita sea. Se aferraría a cualquier detalle con tal de desorientarme.
—Porque eres una invitada —fruncí el ceño.
Qué filo tan delgado era aquel por el que caminaba.
—¿Y así tratas a tus invitados? ¿Acaso los hijos del Tigre no aprendieron modales básicos? —se burló, con una sonrisa venenosa.
Así que me había humillado.
—¿Y cómo se supone que debo tratarte si vas por ahí mirando a todos como si fueras a degollarlos en mitad de la noche? —intervino la princesa, atrayendo la atención hacia sí.
—Esa es solo tu percepción y tu imaginación. Bastante vívida, diría yo. Bebe un poco de té y se te pasará —Zhang’e alzó las manos, como si diera un consejo obvio y práctico para apagar el fuego de la hostilidad.
Pero ocurrió justo lo contrario. Sus palabras solo avivaron nuestra irritación, sobre todo la de Soran.
—¡No me digas qué hacer!
La expresión de la consejera se volvió grave. Tal vez la estábamos sacando de quicio tanto como ella a nosotros.
—Kim San-min desea verte, señora Kim.
Nos estremecimos.
Esta vez, detrás de la princesa se alzaba Xuan Shinyu. Sus ojos se entrecerraron, fijos en la muchacha asustada.
Toda su valentía se desmoronó al instante, y la mía, con ella.
Me sentí como un niño travieso al que acaba de sorprender la madre furiosa de su víctima.
Aunque Soran y yo solo nos defendíamos, el deseo de huir se apoderó de mí. Pero los Dragones bloqueaban ambos lados: éramos el Gato y el Tigre acorralados sin salida.
Levanté las manos, como quien se rinde ante sus atacantes.
Soran retrocedió hasta quedar espalda contra espalda conmigo.
—¿Por qué no vas con tu padre? —en medio del tenso silencio, fue Shinyu quien habló.
—Ya voy —respondió la princesa apresuradamente, agarrándome de la muñeca y deslizándose entre los dos taishenses.
Bajamos corriendo las escaleras.
Al volver la cabeza, mis ojos se cruzaron con el brillo depredador de Shinyu y Zhang’e.
Editado: 27.11.2025