El asesinato del dragón

Capítulo 11

Yao Zhang’e

Fue la última en ofrecer sus deseos, y luego nos aguardaba un fastuoso banquete. Para algunos resultó incómodo sentarse a la mesa, pues ciertos representantes preferían el suelo.

Frente a mí estaba sentado Yue Han. Una vez más nos encontrábamos a la misma mesa. Shinyu ya había logrado burlarse de ello, dándome un suave codazo y susurrando:

—Destino, ¿no crees?

Le pisé el pie bajo la mesa, y él apenas consiguió contenerse para no chistar.

Ante nosotros había cuencos de fideos, pato en el centro y otros platos tradicionales que suelen servirse en la Bendición Sagrada. Me puse en el plato algunos huevos rojos y estaba a punto de empezar a comer cuando Erdene Amar —teniente general de Torgutay— me distrajo. Me tocó el hombro, y yo me incliné hacia él con los palillos aún en la mano.

—¿Qué le ha ocurrido a la señora Chan Li? —preguntó, incluso con cierta preocupación.

Fruncí un poco el ceño sin apartar la mirada de Han. El chico había estado sombrío todo el tiempo después de mi peculiar ataque. ¿Así de fuerte lo había herido? Qué tiernos son los Tigres en realidad, aunque su apariencia sea fiera.

—Le dolía la cabeza —respondí con indiferencia, girándome de nuevo.

Erdene lo creyó, gruñó afirmativamente y siguió comiendo.

Mientras Shinyu conversaba con Akira Kobayashi, la general, yo observaba de vez en cuando a Han. Él charlaba alegremente con Soran, que le respondía con timidez. Otro circo. Se asemejaban más a niños pequeños que a adultos que un día gobernarían sus naciones.

—Por cierto, ¿cómo van las cosas con los monstruos de las montañas? —interrumpió de pronto Akira, dirigiéndose al coronel de Myongoguk sentado enfrente.

Shinyu volvió la vista hacia el hombre. El resto hizo lo mismo. Todos querían escuchar sobre aquellas criaturas, que siguen siendo sólo parcialmente estudiadas.

Pak Jun-Ho levantó la cabeza de los fideos que colgaban de su boca, esperando a tragarlos antes de hablar. Luego, por fin, declaró, con el mentón muy alto y el pecho inflado:

—Nuestra Orden de Cazadores lucha contra ellos en las zonas nevadas. Por ahora todo está estable: neutralizamos a diez al día.

—En los nuestros son menos —comentó Han, mordiendo un huevo.

—¿De qué monstruos estáis hablando? —se unió Eka Wati, hijo de la emperatriz de Akatsurukyo.

—¿Nunca has oído de ellos? Suertudo —bufó Leila, hija de Berke Bata.

Miré a la Pantera y luego a Eka, que intentaba inútilmente encontrar el significado de un término desconocido.

—Masumi, acostúmbrate. Es Aurelia —respondió Akira, provocando la risa de la chica, que asintió—. Los aurelios están completamente chiflados. Una isla aparte.

La general puso los ojos en blanco mientras se llevaba un trozo de carne a la boca.

—Yo simplemente no sé…

—¡Pues claro! No tenéis amenazas, ni preocupaciones, solo un océano perfecto alrededor —negó Leila con la cabeza, lanzando una mirada hacia el aureliano.

—No es cierto. También tenemos problemas —gruñó el chico, visiblemente avergonzado por no conocer a los Caóticos de las montañas.

—Ajá. ¿Por ejemplo, pescar un kilo menos de pescado? —se burló Masumi.

Estallamos en carcajadas ante el chiste de la muchacha, que luego parpadeó con inocencia mientras observaba el gesto ofendido del chico. Él se volvió, clavando las palillas con abatimiento en un huevo.

—Podemos contarle al solecito todas las maravillas del Oeste y del Sur —los ojos astutos de Akira brillaron al sonreír ampliamente.

—Ibexia podría empezar. Por cierto, ¿se negaron? —Kokoro, consejera de la emperatriz Yamato Yoshi, se giró hacia Han.

Tuve que apartar la mirada de ellos y fijarla en el chico. Estaba sentado con la espalda perfectamente recta, sin encorvarse ni un grado. Kim Soran se había colocado a su lado como una gatita que siempre sigue a su dueño: así es la naturaleza de los habitantes del Gato Fantasma.

—Respondieron a la invitación con una negativa, porque —según informaron— las ciudades fronterizas fueron atacadas por Caóticos —explicó Yue, suspirando con un matiz de tristeza que reconocí como simple teatralidad.

—¿Y quiénes son exactamente? —insistió Eka, todavía cohibido.

—Monstruos de montaña que, antes de su deformación, fueron individuos comunes —explicó brevemente Erden, masticando con calma.

—¿Individuos? —Eka ladeó la cabeza, sin entender en absoluto.

—No pensé que estuvierais tan aislados —bufó con burla Shinyu, apoyando los codos en la mesa—. Los individuos son criaturas creadas por un mago o una persona; son bastante parecidas a los humanos. Conservan todo lo humano, pero dependen de un objeto. Explicarlo lleva tiempo, así que ésa es la parte esencial. Antaño se creaban para los ejércitos, pero ahora no se usan mucho. Esos perdieron la cordura, y como resultado mutaron en una sustancia negra e incontrolable capaz de tomar la forma de un gigante o de cualquier otra cosa.

—Cuidado no vayas a asustar a Eka y no vuelva a venir a la ceremonia —rió Akira.

Las comisuras de mis labios tiraron hacia arriba, pero lo oculté al llevarme fideos a la boca. Mis ojos miraron sin querer a Han, que escuchaba en silencio, mientras Soran confirmaba los hechos con asentimientos. Curioso que Yue no dijera nada, teniendo en cuenta que sus territorios también rozan las montañas. ¿Estará mejor la situación allí?

—¿Y cómo están las cosas con los Caóticos en vuestra tierra? —decidí no perder la oportunidad de preguntar, dejando los palillos sobre el plato.

Han no se lo esperaba; me miró sorprendido. Yo lo observaba en silencio mientras él buscaba recordar las últimas noticias. Aún mostraba cierta desconfianza hacia mí, pero no me inquietaba. Es raro recibir respeto cuando una es un Dragón.

—En nuestras zonas no hay tantos como en Myongoguk —señaló con la mirada a Soran, que masticaba un huevo—, así que la pregunta es más para ellos.



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En el texto hay: imperio, asia, este

Editado: 27.11.2025

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