Yao Zhang’e — Hace 3 años
Mis ojos se encontraron con la neblina gris y profunda que reflejaba el alma secreta del hombre. Entonces no imaginaba que hoy recibiría un nuevo estatus, así que me sentía bastante relajada: los pensamientos flotaban con lentitud en mi cabeza. Pero, en cuanto entré al salón principal de Shensian, me tensé.
Dos figuras cayeron en mi campo de vista; ambas se giraron hacia mí: Shin’yu y Chang Li. El hombre entrecerró los ojos, dejando escapar una ligera sonrisa que a mí me gustaba ver sin máscara. La emperatriz inclinó la cabeza a modo de saludo cuando me acerqué.
—Yao, querida, hoy es un día especial —comenzó, acariciando mi mano, que había tomado entre las suyas.
Mi ceja se arqueó sin querer mientras dirigía una mirada al chico. La densa neblina me observaba con el presentimiento de algo radiante, como si de verdad esperaran un milagro. ¿Pero cuál? Con esa misma pregunta en la mirada, me volví hacia Chang Li.
—Ya que sois mis manos derechas, me gustaría premiaros con nuevos cargos —dijo con calma, tomando la mano de Shin’yu.— ¿Caminamos hacia el centro?
La seguimos, deteniéndonos justo en el centro, donde había una mesita con tres collares. Mi corazón latía apenas, muy despacio, mientras seguía con la vista a aquella mujer por la que había llegado al palacio hacía unos años; por la que había pasado noches en vela copiando textos y llevando documentación. Y ahora quería ascenderme… pero un detalle no me dejaba tranquilizarme. Entrecerré los ojos al mirar a la emperatriz, que alargó la mano hacia la porcelana de su rostro.
—¿Acaso los cargos no se anuncian con público? —pregunté, alerta, apretando los puños.
—Esto no es solo un anuncio de nuevo estatus. Quisiera establecer un pacto con vosotros —respondió la mujer, bajándose la máscara y enganchándola con cuidado al pequeño cinturón que llevaba al costado.
Sin querer, repasé sus rasgos maduros, que aun así no la despojaban de su hermosura. Incluso con la pequeña cicatriz en el ojo seguía siendo una belleza en la corte.
—¿De qué habláis? —seguía sin entender.
—Queridos Xuan Shin’yu y Yao Zhang’e —se dirigió Chang Li con solemnidad, elevando nuestras manos—, para comenzar, os pediré que os quitéis las máscaras.
Obedecimos, nos retiramos el “rostro”, lo enganchamos del mismo modo al cinturón y volvimos a mirar a la mujer. Antes de nada, yo eché una mirada rápida alrededor para asegurarme de que estábamos solos.
—Así pues, os estoy sinceramente agradecida por vuestro trabajo, que no ha sido en vano. Habéis sabido mostrarme vuestro potencial y vuestra aspiración por alcanzar las cumbres. Tú, Shin’yu, has demostrado tus cualidades de liderazgo en las unidades militares, que aún te alaban. Y tú, Zhang’e, has dejado muy clara tu fortaleza en los consejos y las orientaciones. Por eso, desde hoy desarrollaréis estas habilidades más y de forma oficial —respiró hondo, y luego apretó nuestros dedos—. Yo, emperatriz de Taishenyu, nombro al leal Xuan Shin’yu general. Una gran carga caerá sobre tus hombros, pero sé que podrás con ella.
Los ojos de Shin’yu chispearon, abriéndose más. Contuve la respiración, sin esperar noticias tan abrumadoras. Mis labios se entreabrieron en desconcierto, pero la emperatriz continuó:
—Y tú, Yao Zhang’e, has demostrado no solo tu talento para la escritura, sino también para los debates sensatos y mucho más. Desde hoy, todos te llamarán consejera.
Nuestras miradas se cruzaron mientras aquellas palabras resonaban en mis oídos. La agradable sorpresa no tenía límites, pero me contuve para no soltar una risa de pura alegría. Me conformé con ampliar una sonrisa de oreja a oreja.
—Ya que ahora sois mis allegados, podéis consideraros tan importantes como yo —la mujer bajó nuestras manos y sacó un puñal de su vaina—. Debemos sellar un pacto.
—¿Nos consideráis guardianes de Taishenyu? —preguntó Shin’yu, inclinándose apenas.
Si eso era cierto, significábamos muchísimo para todo el pueblo. Los guardianes —los Dragones— protegen nuestro país de las fuerzas malignas, de las violaciones de las leyes y de las guerras. Y los Dragones mismos son fuerzas superiores que envuelven y gobiernan estas tierras. Veneramos a estas criaturas desde que la Trinidad de los Dragones fundó Taishen.
—Sí —asintió Chang Li, tomando la mano de Shin’yu y trazando una línea con la hoja desde el pulgar hasta el meñique.
El hombre contuvo el gesto de dolor, pero yo no logré hacerlo. Mordiéndome el labio, seguí el hilo de sangre. La emperatriz repitió la misma acción en su propia piel.
—Tomad los collares y repetid conmigo —ella ya tenía la pieza en la mano, así que, cuando asentimos, comenzó—: Somos los guardianes de Taishenyu, nuestra tarea es proteger el país. Puesto que este destino ha recaído sobre nosotros, debemos actuar juntos. El primer nudo es por el servicio, que exige obediencia al gobernante.
Repetimos la frase, atando el primer nudo en el cordel. Chang Li lo revisó, luego continuó:
—El segundo nudo, por los secretos. Es necesario guardar silencio, no hablar de más sin permiso y no sacar información prohibida fuera del entendimiento y de los límites establecidos.
Atado.
—El tercer nudo… —tras una breve pausa, levantamos la vista hacia la mujer. Ella inhaló y, al exhalar, dijo—: Nos otorga el derecho de matarnos mutuamente por Taishenyu.
***
Tiempo presente
Mis dieciocho años pasaron por mi mente cuando miré por última vez a Chang Li antes de que cubrimos su cuerpo con la sábana decorada con remolinos dorados. Shin’yu me lanzó una mirada, asegurándose de que yo estuviera bien. Yo estaba perfectamente, así que hice un gesto para apartarlo.
Recordé el tercer nudo, que hacía tiempo estaba suelto. Si alguno de nosotros hubiera resultado ser el asesino, el otro lo habría ejecutado sin vacilar. Así funciona nuestra justicia —aquella que habíamos pactado. Ahora no había necesidad de ello, pues ninguno había actuado de tal forma. Pero respecto al resto de la gente aquí… no lo sé. ¿Quién habría caído tan bajo como para matar a la gobernante de otro país?
Editado: 17.12.2025