El Asesino de Aves

Capítulo I. Al Borde del Fuego

Lo último que podía recordar a detalle fue su viaje. Hasta una pradera donde lo hicieron marchar junto a otros cientos de chicos y chicas.

Fueron devorados por la oscuridad después de cruzar un enorme umbral en medio de una muralla. Después cegados por incandescentes luces de reflectores posicionados sobre ellos. Vislumbraron un estrado con un podio de madera.

Quienes se sobresaltaban o intentaran seguir corriendo eran hostigados por hombres y mujeres portadores de gabardinas azules.

Diago quería confiar en esos centinelas de rostros impasibles. Creer en que estaban a salvo en ese abismal recinto. Los cuchicheos no tardaron: ¿Los matarían? ¿Los procesarían? ¿Esos guerreros de gabardinas los protegerían o impedirían que salieran corriendo?

Una figura difusa llamó a todos los presentes con una tos falsa desde el estrado. Aplacó a las masas y aquel distante hombre comenzó a hablar mientras todos, bajo órdenes de nadie, se mantenían rígidos formando enormes cuadriláteros.

Diago tuvo que escabullirse entre sus allegados para llegar al frente de la fila. No podía verlo por su propio tamaño. No era un enano, pero su altura era menor al promedio de su edad.

—Buenos días, estimada juventud hipólite, no quiero que se asusten —La voz de aquel hombre le recordó a Diago a una tormenta venidera. La voz de un cielo indomable preparado para estallar en truenos y relámpagos.

El chico lo detalló mejor, un hombre cerca de la vejez con canas e inevitable calvicie. Sus ojos color de la esmeralda más pulida recorrían el público con una reluciente admiración. Sin embargo, Diago apretó sus bolsillos con impotencia al fijarse en el tatuaje alrededor de su ojo: el de una cobra devorando una estrella de cuatro puntas.

—Ustedes son el futuro, el futuro que la gran nación de Hipolitea necesita —levantó un rústico puño hacia el cielo mientras aguantaba un grito autoritario—. Son la generación que llevará a este país, y al mundo entero, a la realidad que siempre nos hemos merecido. Mi nombre es Columbus Polax, Alto comandante del movimiento, y en nombre del Alto Mando, les doy la bienvenida a la Rebelión de Las Mariposas.

Los cuchicheos regresaron penetrando en cada rincón. Unas grandes banderas negras se desplegaron desde el techo, posicionadas a los costados de la figura de Polax.

Una mariposa rodeada de diferentes hebras de plantas, aparentemente venerada por animales más pequeños. ¿Un símbolo de adoración? ¿De unión?

—Hace seis meses, en la Capital, el Eje Hugón hincó la rodilla ante nuestro movimiento —Polax comenzó a deambular por el escenario con las manos en la espalda, sabiendo que tenía todos los ojos encima de él y continuó—: un ataque rápido y ¡Bam! Lo que alguna vez consideraron el símbolo de su poder sobre los hipólites, hecho añicos en pocas horas. ¡Nadie creyó que hubiéramos podido! ¡Pero lo hicimos! ¡Salimos de las sombras en donde nos obligaron a subsistir y destripamos su corrupta burocracia!

—¡Usted también es un hugón! ¡Usted es igual a ellos! —gritaron desde una lejana esquina.

Se hizo el silencio a una rapidez abrumadora, aquella joven no tardó en atacarlo de nuevo.

—Su tatuaje —se defendió ella—. Los hugones usan esos tatuajes de cobra, y él también tiene uno.

—Soy un mestizo, al igual que muchos aquí —Polax extendió los brazos hacia ese oscuro océano lleno de mentes confundidas, Diago aguantó el aliento con impaciencia—. Fui forzado a manchar mi piel, pero yo creí en la libertad. ¡Creí en mi pueblo, aquel que me arrebataron, y que lograrían la justicia por cualquier medio necesario!

«Ustedes son el camino, pueden venir del sur o de las tierras de la Capital, pero los que nos une dentro de estas murallas es lo que los hugones nos quitaron —y Polax dio un golpe certero a la madera del podio—. ¡El espíritu, jóvenes! En estas murallas respetamos y velamos por el espí…

De repente, un bostezo calló al señor Polax. Un usuario de gabardina azul se lanzó ambas manos a la boca, muerto de pena.

—Como decía… El espíritu, ¡Aquí el espíritu es la clave! El espíritu de nuestro pueblo, no hay que olvidar cómo este fue suprimido —dio otro golpe certero, pero con mayor intensidad—. Llegó una nueva era, su era, jóvenes. Son la generación del cambio. ¡Y este fue el primer paso! Es su deber para con su raza, su pueblo, su cultura pisoteada y ridiculizada dar los siguientes. ¡Ayer fueron el sur y la capital, mañana el resto del mundo y el resto de pueblos que ya no sufrirán más!

El escenario pareció iluminarse con más intensidad apenas los oyentes respondieron con un feroz grito nunca escuchado antes. La multitud dio un salto al unísono y Diago creyó que le caerían encima. Pero se mantuvo firme.

—No crean que solo serán recompensados por sus acciones con gloria, que considero lo más importante —Polax se rió entre bajos antes de volver a levantar su fuerte mentón—. Hipolitea es conocida por sus riquezas, todos sus aportes y esfuerzos serán premiados con un sueldo de quinientas a mil Rolias.

Y la multitud desencadenó una ola de resuellos. Entusiasmados, eufóricos. Diago mantuvo los brazos cruzados y solo fingió una sonrisa.

«A mí me ofrecieron el triple que eso… Pero yo no quiero estar aquí» se dijo Diago a sí mismo, víctima de la impotencia.




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