El Asesino De Dioses

Capítulo 8: El peso del pasado

«¿Dónde estoy?».

Drake se hace esa pregunta al vagar sin rumbo fijo, en un pastizal de vegetación que llega hasta las rodillas, bajo un cielo de nubarrones grises. Impaciente, murmura unas malas palabras con fastidio; el guerrero carmesí siempre ha sido una persona poco paciente, y puede llegar a ser imprudente; odia tener que esperar.

Poco a poco el campo se empieza a volver conocido. Las dudas más que ser contestadas, se incrementan. A lo lejos un poblado cubierto en flamas, un infierno desatado de torrenciales brumas negras cual alquitrán. El aroma a azufre se cuela en las fosas nasales de Drake, irritando los ojos y sus pulmones lo empujaron a toser descontroladamente.

Un frio helado recorre la espalda de Drake, paralizando todo su cuerpo, al darse cuenta de lo que sus ojos atestiguan. Puede escuchar los alaridos de múltiples personas, aullidos fantasmales que parecen estar rodeándolo cuando se ve completamente en soledad.

Drake se tapa los oídos tratando de ahogar los sollozos, los gritos de auxilio. La desesperación lo invade poco a poco, aprieta los dientes firmemente, invadido por el deseo de imponer su voluntad y mantener la calma.

De repente todo se calma, no hay más gritos, únicamente la visión del poblado consumido por las flamas, sin nada que pueda hacer para cambiarlo. El sonido de la hierba moviéndose a sus espaldas, pone los nervios de punta del guardián, quien traga saliva, y gira la cabeza muy lentamente, temeroso de encontrarse con algo mucho peor, pero al darse la vuelta pierde el aliento delante de esa visión de no creer.

Una joven mujer, de una edad que aparenta entre veinticinco a treinta años, de complexión delgada y estatura alta. El rostro de una inmaculada muñeca, sin ninguna imperfección; de facciones finas: una belleza sobrenatural de ojos azules como el océano. El cabello es blanco perlado, con varios mechones derramándosele sobre el rostro, sin llegar a ocultar su expresión calmada.

La vestimenta de la chica es un elegante vestido azul oscuro, abierto a los lados que deja ver sus bien torneadas piernas, dividiendo la falda en dos pliegues que se conectan dos delgadas cadenas, a modo de sujetadores. El traje lleva un escote cuyo centro tiene una red negra, la parte superior del busto voluminoso es visible. Lleva gruesos guantes negro de tela, segmentados tres divisiones, con pliegues de cinco puntas como estrellas. En el cuello posee un pequeño candado, a modo de accesorio sobre una gargantilla negra.

 

En el cuello posee un pequeño candado, a modo de accesorio sobre una gargantilla negra

Temeroso, pero a la vez fascinado, se acerca despacio. Una extraña sensación de nostalgia, presiona el pecho. Siente que la conoce, sin embargo, no puede traer una memoria en donde la identifique, pero hay algo en ella que es familiar. Si alguna vez vio un celestial oscuro, lo recordaría.

—Lo siento... —pronuncia la chica, con voz llena de pesar—, tenía que traerte a este lugar.

Drake al principio no comprende, hasta que vuelve a fijar la mirada en la huida en el incendio La expresión de horror, y confusión se vuelve poco a poco en la de una decaída tristeza. La angustia aprieta el corazón del guerrero, quien sabe perfectamente el momento de su vida que está presenciando.

—¿Porque me mu-muestras esto? —Drake responde en un tono de amargura, y algo entrecortado.

—Tienes que soportar el pasado...


—¿Qué quieres decir con...?

La pregunta no alcanza a completarse, la sentencia de la mujer termina de materializar una profana veracidad. Allá a lo lejos, moviéndose a través del pastizal una figura monstruosa se acerca a la posición del guardián. Camina erguido a dos patas, el paso cae derrumbado en su avance, un ser de apariencia vagamente antropomórfica de una complexión corpulenta al grado de lo inhumano, proyectando una abominable sombra. Las partes que no están cubiertas por las gruesas matas de pelaje oscuro, muestran una blinda piel de escamas purpura. La cabeza es de una cabra de cuernos enroscados, cuyo morro esboza una grotesca sonrisa demasiado humana, de una dentadura comparable a la de un león. Tiene tres ojos amarillentos, el tercero yace en medio del a frente, punzante y rebosante de malicia.

No medía ninguna palabra, mantenía ese eterno semblante de un hibrido entre el hambre y la burla, enfocada únicamente en Drake, cuya alma cae a sus pies.

Los ojos rojos del guardián emanan terror absoluto al tornarse anegados, regresan a él los recuerdos de ese fatídico día. Las piernas tiemblan, dificultándole mantener una posición de fiereza y los puños carecen de dureza. El corazón se le vuelve un nudo a la par que un helado sudor se derrama de cada poro del cuerpo, y un escalofrío de terror escala la columna vertebral, provocando una serie de nauseas en el estómago, obligándolo a contener arcadas.

Sin dar ninguna orden mental, los instintos primitivos cobran control del cuerpo y el alma, invocando miles de minúsculos gusanos rojos a lo largo de la piel del guardián, los cuales se transforman en alargados tentáculos acuosos hechos de estigma. Las alimañas envuelven al escandalizado Drake.

Al sentir como esos seres se fundían con él, por un breve instante el terror y la pena se esfuman. Un subidón de coraje lo despierta, blindándolo en la imponente armadura carmesí, en los que ardían unos flamígeros ojos esmeraldas.

Luchando contra el miedo, Drake se pone en guardia. Evita murmurar cualquier palabra, por temor de que quebrarse. Al intentar dar un paso al frente es detenido por una voz burlesca retumbando en sus oídos, solo que esta es la misma del guardián, hablándose así mismo, sacándolo de balance:




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