—Detective Turner —se presentó, con cara de pocos amigos, a los policías que vigilaban el perímetro en la propiedad; enseñándoles su nueva y reluciente placa.
Dentro de la casa, no menos de 20 efectivos de la policía forense realizaban todas las tareas, propias de la criminalística, orientadas a buscar las pistas, tanto sintéticas como biológicas para echar luz sobre la causa de la muerte y, de ser necesario, arrojar datos que condujeran a dar con el o los sospechosos del crimen.
—¿Qué tenemos? —preguntó Thomas adelantándose a su colega y jefa.
—El cuerpo se encontró aquí, en medio de la sala, boca abajo; con la piel enrojecida, violácea en algunas partes; y el rostro desfigurado —respondió Lindsay, la líder del cuerpo forense.
—¿La golpearon hasta matarla? —preguntó Stephanie observando, en cuclillas, la zona del hecho.
—No —respondió Thomas mientras iluminaba con una pequeña linterna el rostro sin vida de Elizabeth—, es Anafilaxia.
—Eso mismo pensamos, sí.
—¿Qué es Anafilaxia?
—Es una reacción inmunológica contra un agente alergénico, mayormente alimentario; y en este caso parece haber resultado mortal —respondió Thomas.
—¿Entonces se intoxicó?
—Yo diría que la envenenaron —respondió mientras inspeccionaba de cerca—, debemos ojear su historia clínica y ver a qué alimentos era alérgica. Quién sea que lo haya hecho, hizo muy bien sus deberes.
—Pero si tuvo una reacción alérgica, cómo es que no pudo siquiera llamar a emergencias —pensaba la detective en voz alta—, digo; los síntomas debieron alertarla de que algo no iba bien.
—En la mayoría de estos casos los síntomas se presentan en cadena, dos horas después de ingerir el alimento. De seguro comenzó con dolores abdominales y picazón; luego se le inflamó el rostro y antes de que pudiera tomar el teléfono, sufrió hipotensión y se le cerraron las vías respiratorias. Se asfixió en cuestión de segundos.
—Guau, impresionante —dijo Lindsay con los ojos desorbitados, atraída por el nuevo miembro del equipo—. ¿Acaso eres doctor?
—No, solo que lo he visto antes —respondió Thomas enfilando en dirección a la cocina.
—¿Dónde está su novio? Quiero hablar con él —ordenó Stephanie recordando que le dijeron que fue quién encontró el cuerpo.
—En el fondo —respondió un oficial junto a la puerta de entrada.
La casa no era muy grande; un living-comedor, dos dormitorios, una cocina pequeña y un fondo donde cultivaba sus propias verduras, era suficiente para una soltera entusiasta. Justo allí, en el lugar indicado, se encontraba la persona que dio aviso a la policía, conversando sin tapujos con un entrometido Thomas Weiz que evidenciaba severas dificultades para trabajar en equipo.
—¿Qué significa esto? —preguntó Stephanie abriendo sus brazos de par en par.
—Estoy interrogando al testigo —respondió Thomas frunciendo el entrecejo.
—Estás interrogando a mí testigo —retrucó.
—¡Perdón! Creí que éramos un equipo
—Eso es precisamente lo que pareces no entender; y ahora si no te molesta, tengo algunas preguntas que hacer al sospechoso.
—¡¿Sospechoso?! —gritó el novio sorprendido por la calificación—. Ingresé a la casa y me topé con la mujer de mi vida tirada en el suelo y ahora resulta que la asesiné yo; ¡Increíble!
—Nadie está acusándolo de nada; y no se ponga nervioso o se haga el vivo sino quiere pasar la noche tras las rejas.
—¿Qué quiere saber? —preguntó Justin encogiéndose de hombros.
—Cuénteme todo; cuénteme todo desde que ingresó a la casa esta mañana.
—Vine temprano, como siempre, yo trabajo de noche y los martes y jueves solíamos juntarnos a desayunar antes de que ella fuera a la facultad; era profesora auxiliar —se detuvo compungido.
«Hoy debía ser un gran día. Suponía que estaba cerca de alcanzar su sueño, por el que tanto había trabajado y al fin era correspondido tanto esfuerzo.
—Puedes ser más específico, creo que no te entiendo.
—Ella estuvo trabajando muchos años en un proyecto y creía haber obtenido la forma más segura y rentable de purificar el agua de mar —dijo con la mirada perdida, con los ojos llenos de lágrimas—¸ era una cuestión que no podía esperar; la problemática del agua la desvelaba.
«Anoche, después de que le rechazaran el proyecto infinidad de veces, al fin había conseguido una entrevista con un intermediario interesado en sus estudios. Estaba tan feliz...
—¿Sabes el nombre de la persona con la que se reunió? —preguntó Thomas palmeándole la espalda.
—No me lo dijo; solo sé que fueron a cenar.
—¿Tienes idea de cómo se contactó con él?
—Creo que por internet, pero no estoy seguro; también hablaron algunas veces por teléfono —respondió como pudo, con un nudo en la garganta.