Los días que siguieron a su incursión en los archivos fueron un tormento silencioso para Alistair. Las palabras "LILITH VÉ" se convirtieron en un eco constante en su mente, un estribillo sombrío que se entrelazaba con cada sombra alargada por la luz de la "luna de leche". La presencia que había sentido en la sala de aislamiento parecía haberlo seguido, una sensación de vigilancia constante que iba más allá de la paranoia. El asilo ya no era solo un lugar de trabajo; era un organismo vivo del que ahora formaba parte, un engranaje involuntario en un mecanismo cuyo propósito final apenas podía concebir.
Su frustración con el estancamiento del Caso 7 – con Lysander – fermentaba, transformándose en una obsesión aguda. Los métodos tradicionales eran inútiles. Palabras, sonidos, luces... nada penetraba la fortaleza de quietud del paciente. Los archivos habían hablado de "entidades" y "esencias". Alistair, aún reacio a aceptar plenamente aquella realidad sobrenatural, entendía que necesitaba un enfoque igualmente no convencional. Si Lysander era una cerradura, necesitaría encontrar la llave, incluso si eso significaba forzar la puerta de la propia realidad.
La celda blanca parecía aún más claustrofóbica esa mañana. Lysander estaba en su posición habitual, una escultura de mármol vivo bajo la luz fantasmal. La enfermera de turno, la misma de siempre con su expresión vacía, se apostó en la puerta.
"Hoy vamos a intentar algo diferente, Lysander", anunció Alistair, su voz sonando deliberadamente calmada, aunque sus manos estaban ligeramente húmedas dentro de los guantes. Había traído un pequeño kit con artículos de estimulación sensorial táctil: trozos de terciopelo, una placa de metal texturizada, una pequeña bolsa de hielo. Era un método arriesgado, borderline en términos éticos, pero la ética parecía un concepto distante en las profundidades de San Dismas.
Comenzó con los materiales neutros, pasando el terciopelo en el dorso de la mano inmóvil de Lysander. Nada. El metal, frío y áspero, tampoco provocó reacción. La inmovilidad del paciente era tan absoluta que comenzaba a sentirse como un insulto personal, un desafío a su propia competencia.
La frustración burbujeó, superando la cautela. Cogió la bolsa de hielo. El aire en la celda ya era frío, pero el objeto exhalaba un frío físico y prometedor.
"Está frío, Lysander. Un estímulo básico. Tu sistema nervioso debe reaccionar. Es involuntario."
Presionó suavemente la bolsa contra la muñeca expuesta del paciente.
El contacto fue inmediato y catastrófico.
No fue una reacción física. Fue una inundación.
En el momento en que la piel helada de Lysander encontró la suya, incluso a través del fino plástico de la bolsa y de sus guantes, un portal se abrió en la mente de Alistair.
Una ola de sensaciones brutales y no filtradas explotó en su conciencia, barriendo sus propios pensamientos como un tsunami.
Pasión. No la caricia suave del deseo, sino una pasión abrumadora, primordial, un fuego que consumía lógica y razón, un anhelo tan profundo que era indistinguible del dolor. Era una emoción pura, destilada, y estaba dirigida a él, Alistair, como un láser.
Sabor. Un gusto a cenizas llenó su boca, seco, amargo, el sabor de la ruina final, de la cosa más bella reducida a polvo.
Visión. Una mujer. Su cabello era una cascada de ébano, una noche sin estrellas. Sus ojos no eran ojos, eran ascuas vivas, dos hendiduras incandescentes de ámbar y carmesí en un rostro de belleza imposible y cruel. Ella sonreía, y esa sonrisa era una promesa de aniquilación y placer inextricablemente ligados. La reconoció instantáneamente, no de ninguna foto en los archivos, sino de la propia esencia del terror que ahora le era inyectada en el alma: Lilith.
La ola de sensaciones pasó por él en quizás dos segundos, pero para Alistair, fue una eternidad de éxtasis y horror. Gritó, un sonido ahogado y animal, y se apartó violentamente, tropezando hacia atrás y golpeando contra la pared fría de la celda. La bolsa de hielo cayó al suelo con un golpe sordo.
Jadeaba, el sudor corría por sus sienes. Su corazón parecía a punto de explotar. Se llevó la mano a la boca, esperando sentir cenizas reales en sus labios.
Y entonces, ocurrió lo imposible.
Lysander se movió.
No fue un temblor o un espasmo. Fue un acto de voluntad. Su cabeza, que durante semanas había permanecido fija en un punto distante, giró lentamente, con la gracia serena de un depredador acuático. Sus ojos, de ese azul intenso y claro, perdieron el vidriado. La niebla de catatonía se disipó, revelando una conciencia aguda, antigua y profundamente presente.
Se fijaron en Alistair.
No hubo palabras. La celda permanecía en silencio. Pero esa mirada era una comunicación más íntima y aterradora que cualquier discurso. Era un reconocimiento. Él veía a Alistair. Veía el terror, la confusión, la pasión involuntaria que la ola emocional había plantado en él. Veía su alma resquebrajándose. Y en esa profundidad azul, Alistair vio algo a cambio: no la serenidad de un ángel, sino la frialdad calculadora de un ser que conocía cada pliegue de su psique ahora expuesta.
La enfermera en la puerta, finalmente, reaccionó. "¿Doctor? ¿Está todo bien?" Su voz era monótona, pero sus ojos se entrecerraron ligeramente, observando la escena.
"Sí... sí", tragó Alistair, enderezándose. Sus piernas temblaban. "Un... un malestar súbito. Todo bien."
No podía quedarse allí. Sin otra palabra, evitando la mirada penetrante de Lysander, prácticamente huyó de la celda, su paso apresurado haciendo eco de su huida desesperada de los archivos.
El resto del día pasó como un sueño febril. La imagen de la mujer de cabello negro – Lilith – ardía detrás de sus párpados. El gusto a cenizas permanecía en su paladar, un fantasma sensorial. Y la mirada de Lysander... era una posesión. Se sentía marcado, violado de una forma que trascendía lo físico.
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Editado: 10.10.2025