'el Asilo De Los Espejos Oscuros'

El Despertar del Ángel

La confesión del Dr. Magnus resonaba en la mente de Alistair como una campana fúnebre. Sus palabras habían envenenado todo. La imagen de Eva ahora venía acompañada de un susurro insidioso: "Un cebo... una súcubo..." Y Lysander, antes un misterio fascinante, era ahora un "arma apocalíptica", un "Ángel Caído". La lógica del director era enfermiza, pero era una lógica, una estructura en la que el caos de Saint Dismas parecía encajar.

Pero Alistair ya no era un hombre que aceptaba verdades absolutas. Había sido quemado por el toque de Lysander, marcado por sueños que no eran suyos. Si Magnus tenía su versión, él necesitaba oír la de Lysander. Necesitaba confrontar la fuente.

De camino a la celda de aislamiento, cada paso era una batalla entre la moribunda curiosidad profesional y un miedo visceral. La enfermera de turno, al verlo acercarse con una determinación que rayaba en la furia, abrió la puerta sin cuestionar, su rostro vacío como siempre.

La celda blanca estaba exactamente como la había dejado. Lysander, sentado al borde de la cama, un monumento a la quietud. La luz pálida de la "luna de leche" caía sobre su cabello plateado, creando una aureola fantasmal. Su belleza, ahora que Alistair sabía – o creía saber – lo que era, parecía aún más perturbadora. Era la belleza fría y perfecta de un arma.

"Magnus ha hablado conmigo", comenzó Alistair, su voz áspera, rompiendo el silencio ritualístico de la celda. No se sentó. Permaneció de pie, como un desafiante. "Me contó una historia fascinante. Sobre usted. Sobre este lugar."

Esperó. Nada. Solo la respiración casi imperceptible de Lysander.

"Dijo que usted es un Ángel Caído. Que es peligroso. Que esto es una prisión y él es el carcelero." Su voz se elevó, cargada de toda la frustración y el miedo acumulados. "¡Dijo que Eva es un demonio! ¡Hable, carajo! ¡Deme una razón para no creerle! ¡Muéstreme que no es sólo un... un objeto de poder que él guarda!"

Fue entonces cuando los ojos de Lysander se movieron.

No fue el reconocimiento lento del capítulo anterior. Fue un movimiento fluido y deliberado, como un depredador que finalmente enfoca a su presa. Sus pupilas, de ese azul profundo, se contrajeron, y Alistair sintió que estaba siendo visto, realmente visto, por primera vez. Cada mentira, cada miedo, cada deseo oscuro estaba expuesto bajo esa mirada.

Y entonces, una voz llenó su mente.

No fue un sonido que llegó por sus oídos. Fue una melodía que surgió dentro de su cráneo, una sinfonía de tonos graves y suaves que vibraba en sus huesos. Era hipnótica, ancestral, y cargaba una tristeza tan vasta que hizo que los ojos de Alistair se llenaran de lágrimas involuntarias.

"Alistair..."

Era sólo su nombre, pero sonó como el inicio de un himno sagrado.

"Buscaste la verdad en las palabras de un mentiroso y en los archivos de un torturador. ¿Qué te dijo? ¿Que soy un demonio? ¿Un ángel corrompido?" La voz era tranquila, pero cada palabra era una aguja de hielo en el córtex de Alistair. "Magnus no es un guardián. Es un hechicero. Un parásito mayor que las sombras que dice combatir."

Alistair intentó hablar, pero sus cuerdas vocales estaban paralizadas. Su mente era el escenario ahora.

"Él no me capturó, Alistair. Me aprisionó. Caí, sí. Caí en la oscuridad de este mundo, herido, buscando... ¿la redención? Quizás sólo un final. Magnus me encontró. Él y su culto de acólitos. No quieren contenerme. Quieren robar lo que queda de mi esencia. Drenar mi divinidad para obtener poder eterno. Lo que tú llamas 'tratamientos' son rituales de tortura para debilitar mis defensas, para agrietar mi alma y que él pueda consumirla."

La visión de las alas negras y retorcidas durante la hipnosis surgió en la mente de Alistair. Lysander pareció captarla.

"Viste la cicatriz. La marca de mi caída. No es mi naturaleza, es mi herida. La herida que Magnus explota."

La voz se volvió más urgente, más personal. "Y los otros pacientes, Alistair. Los 'demonios' que acechan este lugar. No son entidades externas. Eran personas. Almas humanas, traídas aquí como tú, o nacidas en la oscuridad de este lugar. Magnus las quebró. Las torturó con sus rituales hasta que no quedó nada más que la desesperación y el odio que luego etiqueta como 'demoniaco'. Convierte a seres humanos en monstruos para justificar su propia sed de poder. Él es el verdadero creador de demonios."

Era una inversión completa. La narrativa de Alistair se desmoronaba. El carcelero era el verdadero monstruo. La prisión era un matadero. La víctima era un dios encadenado.

"Estoy débil, Alistair. Muy débil. Mi catatonía no es un estado, es una lucha. Una lucha para mantenerme encerrado, para impedir que me robe. Pero lo está logrando. Y cuando lo haga, no habrá más contención para la oscuridad que él mismo creó. Todo será consumido."

La voz se suavizó, convirtiéndose en un susurro íntimo y vulnerable dentro de su alma. "Te lo suplico. No a él. A ti. Eres la primera chispa de pureza que he sentido en este lugar en siglos. Tu razón, tu lucha... es una luz. Ayúdame. Ayúdame a escapar. Antes de que sea demasiado tarde para este mundo, y para ti."

Lysander alzó la mano. El movimiento fue lento, pesado, como si cada centímetro costara una energía inmensa. Su mano, pálida y delgada, se acercó al rostro de Alistair.

Alistair debería haberse retirado. Debería haberse acordado de las advertencias de Magnus. Pero la voz, la historia, la tristeza absoluta que emanaba de Lysander era un imán. Permaneció inmóvil.

Los dedos helados de Lysander tocaron su mejilla.

Y, esta vez, no llegó el frío mortal, ni la oleada de emociones caóticas. Llegó lo opuesto.

Una ola de calor puro, dorado y envolvente estalló desde el punto de contacto y se extendió por todo el cuerpo de Alistair. Era como ser bañado por dentro por la luz del sol más pura. Era una sensación de éxtasis, de paz absoluta, de un amor incondicional y divino que nunca imaginó posible. Era un calor que curaba, que calmaba, que prometía un refugio contra toda la oscuridad del mundo. Sintió que las marcas de arañazos en su espalda le picaban, no con dolor, sino con una sensación de cierre, como si la luz estuviera limpiando la suciedad que Lilith había dejado atrás.




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