Las palabras de Eva, teñidas de celos y alarma, no trajeron claridad, sólo profundizaron el pantano de dudas en el que Alistair se debatía. El éxtasis divino de su unión con Lysander ahora parecía un recuerdo envenenado. Cada toque de luz en su piel, ahora desaparecido, se sentía como una cicatriz invisible. ¿Sería aquella plenitud gloriosa sólo el preludio de su vaciamiento? ¿Era un amante o un combustible?
La paranoia se convirtió en su compañera constante. Observaba a Eva con una mirada renovada, ya no de atracción o gratitud, sino de análisis forense. Cada gesto de compasión parecía coreografiado, cada susurro de preocupación sonaba como un verso en una obra ensayada. La semilla que Magnus había plantado – "un cebo, una súcubo" – ahora brotaba en ramas retorcidas en su mente.
Esa misma noche, el silencio del asilo era opresivo, cargado de secretos. Alistair, incapaz de dormir, temiendo tanto la pesadilla como el éxtasis del reino de Lysander, tomó una decisión. La duda era insostenible. Necesitaba la verdad, no otra capa de mentiras.
La siguió.
Eva salió de su pequeña sala de enfermería poco después de la medianoche, su silueta moviéndose con una determinación que no concordaba con una ronda habitual. No revisó celdas, no miró los pasillos vacíos. Sus pasos eran directos, decididos, llevándola a las profundidades del asilo, a un ala que Alistair sólo había visto en planos polvorientos de los archivos: el "Ala de Contención Este", marcada con un gran "PROHIBIDO EL PASO".
El corazón de Alistair se aceleró. Se escabulló como una sombra, su propio miedo un manto que lo volvía invisible. La puerta del ala no estaba trancada, sino entreabierta, como si esperara a alguien. Un olor diferente emanaba de allí – no el hedor a desinfectante y desesperación, sino algo pesado, ambarino y metálico, como incienso quemado sobre carbón al rojo vivo.
Se acercó a la rendija, su cuerpo presionado contra la fría pared de piedra. Lo que vio a través del ojo de la cerradura le hizo contener la respiración.
La sala más allá no era una celda, sino una cámara circular. El suelo era de piedra negra, pulida, inscrita con el mismo símbolo de círculos concéntricos y runas que la anciana dibujaba, pero aquí parecía palpitar con una energía sombría. Antorchas fijadas en las paredes proyectaban llamas extrañamente estáticas, su luz rojiza arrojando sombras largas y danzantes.
Eva estaba en el centro del símbolo. Pero ya no era la Eva que él conocía.
Estaba de espaldas a él, pero podía ver su silueta contorsionándose en espasmos violentos. Un sonido bajo y gutural, como el rasgado de terciopelo y el crujido de ramas, llenaba la cámara. Su espalda se arqueaba de forma antinatural, y su piel, antaño pálida, comenzó a oscurecerse, no con un moretón, sino como si tinta carmesí estuviera siendo inyectada en sus venas, extendiéndose hasta que toda su epidermis se volvió de un rojo profundo y brillante, el color de la sangre viva bajo la luz de las antorchas.
Sus dedos se contorsionaron, las uñas alargándose en garras curvas y afiladas. De su frente, con un sonido de hueso remodelándose, irrumpieron dos pequeños cuernos retorcidos, como los de un carnero, de ébano pulido. Su postura cambió, volviéndose más alta, más arrogante, un aura de poder antiguo y corrupción emanando de ella como el calor de un horno.
No estaba sola. De las sombras más profundas de la cámara, una figura se destacó. Era poco más que una silueta de oscuridad condensada, sin rasgos discernibles, pero su presencia era tan pesada que Alistair sintió que sus rodillas flaqueaban. Era la misma figura sombría de sus sueños eróticos y aterradores.
La criatura que había sido Eva habló, y su voz era una distorsión horrible del suave contralto que él conocía. Ahora era áspera, multifacética, como si cientos de susurros se fusionaran en una única orden.
"El recipiente se agita, Señor", susurró, su cabeza inclinándose en sumisión a la figura sombría. "El psiquiatra está enamorado. Bebe la luz del Ángel como un hombre muriendo de sed en el desierto. Su alma se está abriendo para él."
La figura sombría emitió un ruido que podría haber sido una risa o un gruñido. El aire en la cámara pareció vibrar.
"¿Y tú, Lilith? ¿Cumpliste tu papel?" La voz de la sombra no era un sonido, sino una presión directa en la mente de Alistair, tan dolorosa como la voz de Lysander era sanadora. Reconoció esa sensación – era la misma presencia de la habitación de aislamiento en los archivos.
Lilith. El nombre resonó en la cabeza de Alistair como un golpe. La paciente que trascendió. La reina.
Eva – no, Lilith – sonrió, un gesto que no tenía nada de humano, mostrando dientes que parecían demasiado afilados.
"El humano es patético.Hambriento de conexión, de validación. Fue fácil. Un toque aquí, un beso allá, un hombro para llorar. Se aferra a mí como un niño asustado, viendo en mí un refugio de lo divino que tanto lo atrae y aterra. Lo he alejado del Ángel, como se ordenó. Ahora duda del mismo éxtasis que siente."
Alistair sintió que un vacío helado se abría en su pecho. Cada palabra era una puñalada. El beso en el pasillo oscuro, la compasión, la alianza... todo había sido una actuación. Ella no era una aliada. Era la arquitecta de su confusión, la guardiana de la prisión de Lysander. Su misión era mantenerlo cautivo, alejar a cualquiera que pudiera ayudarlo, porque la liberación del Ángel significaría el juicio final para todos los demonios del asilo, incluida ella.
"El Ángel no puede ser liberado", siseó la figura sombría, su forma fluctuando. "Su sentencia debe ser eterna. Usa al psiquiatra. Drena su voluntad. Corrómpelo por completo. Hazlo inútil para el Ángel. Si se fusiona con el humano, incluso un fragmento de su esencia... todo estará perdido."
"Como desee, Señor", respondió Lilith, inclinándose de nuevo. "El corazón del hombre es un juguete frágil. Romperlo es la parte más divertida."
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Editado: 10.10.2025