El grito de Alistair no fue un sonido, sino una explosión silenciosa de voluntad. Mientras el humo ámbar de Lilith intentaba forzar su esencia demoníaca en su alma, él cerró los ojos y, en un acto de rendición que era también un acto de suprema rebelión, abandonó toda resistencia. No se volvió hacia la oscuridad, sino hacia dentro, hacia el único faro que siempre había brillado en su psique, por más peligroso que fuera. No pensó en palabras. Simplemente se abrió.
Y el velo entre los mundos se rasgó.
No fue una ruptura gentil. Fue una explosión cataclísmica que emanó del propio centro del ritual de Lilith. El símbolo rojo en el suelo de la cámara se agrietó como hielo delgado, y de sus fisuras brotó no luz, sino una oscuridad viva y palpitante. El zumbido bajo que llenaba el asilo se transformó en un rugido ensordecedor, el sonido de miles de voces gritando en agonía y triunfo al mismo tiempo.
El humo ámbar que envolvía a Alistair fue dispersado como una telaraña ante un huracán. Lilith gritó, no de triunfo, sino de furia y sorpresa, siendo arrojada contra la pared de la cámara por una fuerza invisible.
"¿Qué has hecho?", gritó, sus ojos de brasa ardiendo con odio puro.
Alistair no pudo responder. Estaba de rodillas, jadeando, mientras el mundo a su alrededor se deshacía.
Las luces del asilo estallaron en una lluvia de cristal y chispas, sumergiendo los pasillos en una penumbra interrumpida sólo por las siniestras llamas que empezaban a surgir de fuentes no naturales. Las puertas de metal de las celdas, reforzadas con cerraduras y hechizos, fueron arrancadas de sus goznes como si fueran de papel. De las habitaciones abiertas de par en par, cosas que antes estaban contenidas en formas humanoides ahora se derramaban en los pasillos.
Era un baño de sangre y terror. Demonios de todas las formas y pesadillas se manifestaban. Figuras con miembros alargados y articulados de modo imposible se arrastraban por los techos, sus bocas llenas de agujas susurrando promesas de dolor. Masas informes de ojos y bocas se arrastraban por el suelo, dejando un rastro de limo negro y psíquico. Los pacientes que no fueron poseídos inmediatamente fueron cazados, sus gritos de pánico cortados abruptamente por risas estridentes o por el sonido húmedo de la carne siendo desgarrada.
Saint Dismas ya no era un hospital. Era un portal a un infierno personal, un paisaje de pesadilla donde la realidad se doblaba. Los pasillos se estiraban y se contraían como los intestinos de una bestia agonizante. Las paredes lloraban sangre, y los azulejos blancos reflejaban visiones de mundos en llamas. El aire se había vuelto espeso y pesado, difícil de respirar, cargado con el olor a ozono, carne quemada e incienso podrido.
Magnus, ensangrentado y con la daga de plata aún empuñada, luchaba como un demonio él mismo. Ya no era el director austero, sino un guerrero envejecido y desesperado, sus modos anticuados reemplazados por una furia primal. Gritaba palabras de poder en lenguas muertas, dibujando símbolos brillantes en el aire que forzaban a las criaturas a retroceder, momentáneamente cegadas por la luz sagrada pervertida que dominaba. Con la otra mano, empuñaba una vieja escopeta, disparando cartuchos de sal gorda y fragmentos de hierro bendito contra las formas que se acercaban.
"¡VANCE!", rugió Magnus, viendo a Alistair paralizado en medio del caos, aturdido. "¡LEVÁNTATE! ¡ES AHORA!"
Alistair miró a su alrededor, su mente luchando por procesar el horror absoluto. Vio a un expaciente, un hombre que antes susurraba sobre el Ángel de la Muerte, ahora con la boca dislocada de forma imposible, vomitando un enjambre de insectos brillantes. Vio a las enfermeras de expresión vacía revelar sus verdaderas formas: autómatas de carne y acero, sus rostros abriéndose para liberar haces de energía corrupta.
Lilith se recomponía, su odio enfocándose en Alistair. "¡Rompiste las contenciones, necio! ¡No lo salvaste, condenaste a todos! ¡Ahora, serás el primero en morir!"
Ella se lanzó hacia él, sus garras extendidas, pero Magnus se interpuso en el camino con un grito de desafío. La daga de plata se clavó en el brazo carmesí de Lilith, y ella gritó de dolor y rabia, retrocediendo momentáneamente.
La batalla entre el hechicero corrompido y la reina demonio era un microcosmos del caos a su alrededor. Magnus luchaba con la fuerza de la desesperación, cada movimiento costando un pedazo de su ya quebrantada humanidad. Sabía que no podía vencerla, sólo retrasarla.
"¡VE, ALISTAIR!", gritó, mientras contenía a Lilith, sus manos quemándose al tocar su piel infernal. "¡A LA CELDA! ¡ES LA ÚNICA OPORTUNIDAD!"
Alistair vaciló, paralizado por la escala de la destrucción. ¿Hacia dónde correr? ¿Cómo llegar hasta Lysander en medio de aquel infierno?
Fue entonces cuando vio a Magnus ser golpeado. Uno de los sirvientes encapuchados de Lilith, ahora revelado como una criatura con tentáculos en lugar de brazos, lo envolvió por detrás. Otra criatura, una masa de dientes y ojos, le agarró la pierna, arrastrándolo hacia abajo.
Magnus luchó como un loco, su daga cortando y quemando, pero estaba superado en número y poder. Sus fuerzas lo abandonaban. Volvió la cabeza, y sus ojos, llenos de un dolor milenario y un último destello de pureza, encontraron los de Alistair.
"¡ALISTAIR!", su grito fue un rugido final, una orden y una súplica. "¡SALVA AL ÁNGEL! ¡SÁLVATE A TI MISMO! ¡LA ELECCIÓN... ES TUYA!"
Lilith, liberada de su agarre, levantó una garra y la clavó con toda su fuerza en el pecho de Magnus.
El director arquió su cuerpo, contrayéndose. Un último suspiro, no de dolor, sino de alivio, escapó de sus labios. Su misión, su carga, finalmente había terminado. Se desplomó en el suelo, su sangre oscura mezclándose con los símbolos rotos del ritual.
La muerte de Magnus fue como un choque eléctrico para Alistair. El último velo de duda se disipó. El hombre que parecía el mayor villano era, al final, el único que dio su vida por una chispa de esperanza. Sus últimas palabras resonaron en la mente de Alistair, cortando a través del ruido del caos: "¡La elección es tuya!"
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Editado: 10.10.2025