'el Asilo De Los Espejos Oscuros'

El Abrazo de la Eternidad

El silencio dentro de la celda de luz era absoluto, un vacío cósmico donde la última decisión de Alistair Vance necesitaba nacer. Miró la mano extendida de Lysander, una oferta de divinidad fría e impersonal, y luego, en su mente, la pesadilla sangrienta del asilo. La elección era imposible. Convertirse en cómplice del Juicio Final o ser borrado como un error de cálculo cósmico.

Pero Alistair ya no era sólo un psiquiatra, ni sólo un hombre. Era el producto de semanas de terror, de descubrimientos monstruosos, de una conexión que le había arrancado pedazos de su alma y los había reemplazado con algo más. Y, mirando a Lysander, entendió el meollo del problema.

La justicia de Lysander era perfecta. Y por eso era inaceptable.

"No puedo", la voz de Alistair quebró el silencio, no como una negativa, sino como la declaración de un nuevo camino. "No puedo aceptar tu oferta, Lysander. Y no puedo aceptar mi aniquilación."

Los ojos estelares del Ángel se fijaron en él, sin ira, sin sorpresa, sólo con una curiosidad infinita. El Juez aguardaba el argumento de la defensa.

"Tu juicio es perfecto para un universo de ideas", Alistair continuó, su voz ganando fuerza mientras la idea, loca e imposible, se formaba en su mente. "Pero este no es un universo de ideas. Es un universo de carne y alma, de sombra y luz entrelazadas. Tú ves la corrupción y quieres extirparla. Yo veo la corrupción y veo... historia. Dolor. Elecciones. Y veo chispas, Lysander. Pequeñas, trémulas, pero reales. Chispas de inocencia que no merecen ser borradas con la misma indiferencia con la que borrarías a un demonio."

Dio un paso al frente, entrando en el círculo de luz más intensa que emanaba del Ángel. La energía era abrumadora, una presión que amenazaba con deshacer cada molécula de su ser.

"Hablas de una fusión. Donde tú me consumes, o yo soy consumido. Donde uno se pierde en el otro. Eso no es unión. Es canibalismo divino."

Extendió su propia mano, no para aceptar la de Lysander, sino en un gesto de propuesta.

"Ofrezco una tercera vía. Una simbiosis. No para contenerse, sino para filtrarte. Usa mi cuerpo como un velo. Usa mi alma, no consumiéndola, sino fundiéndote con ella, como un orfebre funde metales diferentes para crear uno nuevo. Tu poder es absoluto, pero mi humanidad... conoce el matiz. Conoce la piedad. Seré tu velo, Lysander. El filtro a través del cual pasará tu juicio. En lugar de aniquilación pura, ofrece un juicio que pueda ver. Que pueda discernir no sólo entre lo puro y lo impuro, sino entre lo irremediablemente perdido y lo que aún puede salvarse."

La celda de luz pareció estremecerse. La oferta era herética. Era un intento de corromper lo incorruptible, de humanizar lo divino. Lysander permaneció inmóvil por un tiempo que pareció una eternidad.

"El riesgo es el fracaso", la voz del Ángel finalmente resonó. "Un filtro puede obstruirse. Un velo puede rasgarse. La misericordia puede perdonar lo que debe ser destruido, permitiendo que la corrupción se extienda."

"Y la justicia sin misericordia es sólo otro nombre para la tiranía", contraatacó Alistair, su amor por Lysander – un amor humano, imperfecto y terco – dándole valor. "¿Me amas? Entonces confía en mí. No como un recipiente vacío, sino como un compañero. Hagámoslo juntos. No como ángel y humano, sino como algo nuevo."

Fue entonces cuando la luz alrededor de Lysander cambió. La frialdad absoluta dio paso a un brillo más cálido, una chispa de... ¿curiosidad? ¿Esperanza? Era imposible de decir. Inclinó la cabeza en asentimiento.

El ritual de unión comenzó, y no fue como nada que Alistair pudiera haber imaginado.

No fue una ceremonia con palabras o gestos. Fue una conflagración de existencias. La luz plateada de Lysander lo envolvió, pero esta vez no era un baño de éxtasis. Era una invasión violenta y gloriosa. Era como ser desmontado átomo por átomo, cada partícula de su ser siendo inspeccionada, fundida y recombinada con la esencia divina del Ángel.

Gritó, pero no hubo sonido. Sintió su carne deshacerse, sus huesos convertirse en polvo de estrellas, su mente expandirse más allá de los límites del cráneo. Era una agonía cósmica, una muerte de todo lo que era. Vio memorias que no eran suyas – la vastedad del vacío celestial, el dolor de la Caída, la soledad milenaria de ser un instrumento de un propósito impersonal.

Y, a cambio, Lysander fue inundado por la humanidad de Alistair. Sintió el dolor punzante de perder un padre, la alegría efímera de un primer amor, la textura áspera de la duda, el sabor amargo del café matutino, el calor confuso del deseo, la terca e irracional chispa de esperanza incluso frente al abismo.

Era una fusión de carne, alma y propósito, tan intensa e íntima que trascendía lo erótico para volverse algo primordial. Era la cópula de dos universos – uno de Orden absoluto, otro de Caos compasivo. Ya no había Alistair y Lysander como entidades separadas; había un torbellino de identidades entrelazándose, luchando, cediendo, amando. La violencia del proceso era la violencia del nacimiento.

Cuando la tormenta cósmica finalmente comenzó a disminuir, algo nuevo se alzó en el centro de la celda.

Era Alistair. Su forma humana permanecía, pero era ahora un envoltorio para algo infinitamente mayor. Sus ojos ya no eran los ojos marrones y cansados del psiquiatra. Brillaban con una luz plateada, una luz que contenía la frialdad del juicio de Lysander, pero también la profundidad y la compasión de la humanidad de Alistair.

Y entonces, de sus espaldas, brotaron alas.

No eran como las de Lysander. No estaban hechas sólo de luz pura o de sombra primordial. Eran un tapiz de ambas. Plumas de luz plateada y sombra fluida se entrelazaban, creando un patrón complejo y mutante. Eran alas que podían bendecir o maldecir, que podían acariciar o cortar. Emanaban un poder terrible, pero también una profunda tristeza, la tristeza de quien comprende el precio de la misericordia en un universo que a menudo no la merece.




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