◍✧*。*♡ BATALLA DE GRITOS ◍✧*。*♡
Recuerdo cuando tenía once años mi madre en un ataque de enojo me dijo que yo era la persona que más odiaba en el mundo, me dijo como yo le arruiné su vida y como la até a un hombre que ella ni siquiera amaba. Me dijo tantas mierdas que yo ya sabia pero, aún así lloré. Sabiendo lo que yo era para mí madre, me fui a mi habitación y llore en mi cama hasta quedarme dormida. No entendía cómo esas palabras me causaron un gran impacto, siempre me decía a mi misma enfrente del espejo lo que yo era para ella, sabía que un día eso pasaría, por eso me estaba preparando; para hacer como si sus palabras no me afectaron.
Hasta que entendí.
Nunca me había creído mis propias palabras hasta que ella me las grito, con odio y asco.
Desde ese día he hecho lo posible para que mis hermanas no pasen lo mismo, por que se que ellas aún tiene un poco de amor hacia nuestra madre, o por lo menos Leah, que dice no amarla, porque Daffy; Daffy si la ama y no puedo hacer nada contra ese sentimiento.
Eso fue hace seis años, no me ha vuelto a decir nada pero su forma en la que me ve cada mañana lo dice todo.
Mi padre, que a diferencia de mi madre, nos ama. Él nos defiende cuando mamá nos culpa de su prisión en casa, también nos mantiene lejos de las discusiones. Se que es ilógico toda esta mierda, pero eso es lo único que el puede hacer por nosotras. Yo lo odio y la vez lo quiero, Leah y Dafne lo aman, eso es por qué ellas aún no saben la razón por la cual no se ha divorciado de mamá, es confuso, ya que a veces suele decir que quiere irse y a veces dice que no la dejará ganar así de fácil. Cuando tenía trece descubrí la razón, y mi forma de verlo cambio de dulce a agridulce. Aún así, debo agradecerle por la ayudita que nos da. Por eso mi amor hacía el es agridulce.
Hoy es un día igual, mi vida es una rutina.
Podría afirmar que los gritos mañaneros se escuchan en toda la calle de nuestra avenida, ellos ni siquiera tienen problema en ocultar como se odian, tampoco les importa como los vecinos hablan de ellos. Mamá le grita a papá, el se aguanta y deja que le grite cuánto ella quiera mientras él se prepara su café de todas las mañanas; hasta que llega el punto en dónde el se harta y empieza a gritar, y así, se forma la batalla de gritos.
Batalla de gritos, ese nombre decidimos ponerle Leah y yo a las peleas, ya que una vez Dafne nos preguntó por qué gritaban, me duele darle una imagen falsa de mis padres a mi hermanita de solo cinco años, pero me dolerá más el hecho de que se entere que sus padres no son como en su escuela dicen, por lo cual, le dije que era para ver quién gritaba más, como un juego.
Normalmente ellos nunca están es casa, y el poco tiempo en el que están se la pasan gritando, como siempre digo, es una rutina; por las mañanas antes de irse al trabajo, gritan, y cuando regresan del trabajo…gritan.
Me sobresalto cuando la puerta de me habitación es abierta por Leah, quien asoma primero su cabeza y luego entra.
—¿Ya casi terminas? — Se para a la par de mi silla donde estoy sentada.
Me levanto de la silla y empiezo a recoger todos los libros que están esparcidos en la mesa para luego meterlos a mi mochila.
—¿Terminaste tus tareas? — cierro mi mochila y me la echo al hombro, volteo a ver a Leah, quien asiente ante la pregunta que le hice — Bien, vámonos.
Dejo que pase ella primero y luego salgo yo.
Conforme vamos bajando las gradas, los gritos de mis padres se escuchan más, y nos hace saber que están en la cocina. ¿Eso es un problema? Claro que sí. Cuando mamá se enoja podría sacar ese lado que yo le tengo miedo, no lo sé, podría agarrar un cuchillo y clavárselo a papá hasta liberarse de él y de paso, a nosotras.
Cuando estamos en la planta baja, hay un silencio que me abruma tanto a mi como a Leah. Cómo instinto protector de hermana-mamá, le digo en voz baja que salga de la casa, que adelante su camino y luego la alcanzaré. Ella obedece, y sale de la casa corriendo en puntillas. Ya estando ella lejos, camino silenciosamente hasta llegar a la entrada de la cocina, pero de la nada, mamá sale echando furia y se dirige hacía el segundo nivel.
—¿¡Si te caigo tan mal, por qué no me dices que me valla!? — el grito de papá hace eco por toda la casa, para luego sumergirse en un silencio total que aproveché para salir de ese batallón que siento nunca se acabará.
¿¡Si te caigo tan mal, por qué no me dices que me vaya!?
¿Si te caigo tan mal, por qué no me dices que me vaya?
Las palabras de papá no salen de mi cabeza, y en muy pocas veces suelo concordar con el, y está es una de esas pocas veces. Mamá nunca soltará a papá. Mamá dice estar prisionera en casa… pero por qué ella quiere, papá quiere irse y ella no lo deja ¿Por qué carajos?
Cuando salgo de casa, me pongo en marcha en busca de Leah, no camino mucho cuando la encuentro sentada en una banca, dónde ella mira sus manos y su mochila esta tirada en el suelo. La recojo y le extiendo mi mano, ella levanta su vista y yo sacudo mi mano para que me dé la suya.
—Vamos a desayunar, podemos perdernos la primera clase — Le sonrió y ella me devuelve la sonrisa y toma mi mano. — Oye, ¿Qué pasó con Iván? — al hacerle la pregunta, se la digo con tono de broma. Ella se empieza a reír.
—¡Nada!— Canturrea fastidiada — Solo me ha hablado una vez.
—Pues deberías de hablarle — Le doy un pequeño tirón de brazo — Es más, conquístalo.
—¡Cállate Airam! — Dice y empiezo a reírme a carcajadas, sus mejillas se ponen de un color rojo claro y mi risa se intensifica.