El Auditor

Capítulo 5.5: Especial de Navidad: La Variable del Amigo Secreto (No Canon)

Fecha: 24 de diciembre.
Ubicación: Siren's Call.
Estado de la Misión: Crítico (Socialmente hablando).

El 24 de diciembre es, objetivamente, la pesadilla logística del año. La productividad global cae un 85%, el consumo de calorías vacías aumenta exponencialmente y la gente intercambia bienes de consumo depreciables bajo la presión de un contrato social obsoleto.

Yo tenía planeado pasar la noche recalibrando mi Dashboard y comiendo una porción controlada de pavo (sin salsa, la salsa es una variable de riesgo calórico). Sin embargo, Kenji había activado su carta trampa.

—Si vienes a la fiesta de Navidad —me había dicho mientras limpiaba un vaso con sospechosa alegría—, te descuento un 20% en el alquiler del reservado durante enero.

Hice el cálculo mental en 0.4 segundos. El ahorro superaba el costo de mi tiempo y sufrimiento.

—Acepto —dije—. Pero no usaré gorros temáticos.

Llegué al Siren's Call a las 20:00 horas. El lugar parecía haber sido atacado por un elfo con problemas de ira. Había guirnaldas obstruyendo las salidas de emergencia y un árbol de plástico en una esquina que violaba al menos tres normativas de incendios.

El "equipo" estaba allí.
Ruri, sentada en una esquina, bebiendo té con la misma expresión con la que se asistiría a un funeral.
María, que ya llevaba puesta una diadema de cuernos de reno y sostenía una copa de algo que parecía radioactivo.
Kenji, vestido de Santa Claus (con barba falsa incluida).
Y, para mi desgracia, la banda Stynks y Nancy Crawl (la chica de los gatos), a quienes Kenji había invitado por "espíritu de comunidad".

—¡Llegó el Grinch! —gritó María, señalándome con su copa.

—El Grinch al menos tenía un perro. Yo solo tengo una hoja de cálculo —respondí, dejando mi abrigo en el guardarropa.

—¡Hora del Amigo Secreto! —anunció Kenji, haciendo sonar una campana que me taladró el tímpano.

Me estremecí. El "Amigo Secreto". Un sistema de intercambio de activos altamente ineficiente basado en información asimétrica. Kenji nos había obligado a sacar papelitos la semana anterior. Yo, por supuesto, no confié en el azar. Había memorizado las micro-expresiones de cada uno al leer su papel para deducir quién regalaba a quién y minimizar el riesgo de decepción.

Nos sentamos en círculo. O lo intentamos. El bajista de Stynks tropezó con un cable y casi derriba el árbol.

—Empiezo yo —dijo Nancy Crawl. Sacó una caja envuelta en papel con huellas de gato. Se la dio a Ruri.

Ruri abrió el regalo con cuidado quirúrgico. Era un suéter. Tejido a mano. Con la cara de un gato que tenía un ojo más grande que el otro.

—Es... térmico —dijo Ruri. Su tono fue neutral, pero detecté un parpadeo rápido. Pánico social.

—¡Gracias! —agregó, forzando una sonrisa que le dolió a mi software de reconocimiento facial.

El intercambio continuó. Los Stynks le regalaron a Kenji un disco de los Stynks firmado por los Stynks (valor de mercado: 0 yenes). Kenji, con lágrimas genuinas en los ojos, les regaló una ronda de cervezas gratis. Un desastre financiero, pero una victoria emocional.

Entonces, llegó mi turno.

Me puse de pie y ajusté mi corbata. Tenía el papel de María.

El problema con María es que es un Activo de Alto Rendimiento pero de Mantenimiento Caótico. Regalarle alcohol sería redundante. Regalarle tecnología sería costoso. Así que opté por la optimización operativa.

Le entregué una caja negra, perfectamente cuadrada, envuelta sin un solo pliegue innecesario.

María la agitó. Sonó como pastillas.
—¿Drogas? —preguntó esperanzada.

—Mejor —dije.

Rompió el papel. Dentro había un kit organizado por compartimentos:

  1. Un bote de ibuprofeno industrial (para la recuperación post-operativa de los martes).

  2. Unas gafas de filtro de luz azul (para proteger el activo ocular durante la edición).

  3. Tres cables USB-C de tres metros reforzados (porque siempre pierde los suyos).

  4. Una botella de electrolitos en polvo.

La sala quedó en silencio.
—¿Me regalaste... suministros de oficina y farmacia? —preguntó ella.

—Te regalé longevidad laboral y reducción de tiempo de inactividad —aclaré—. He calculado que esto aumentará tu eficiencia de edición en un 14%.

María me miró. Luego miró la caja. Luego soltó una carcajada que hizo vibrar sus cuernos de reno.
—Eres un maldito robot, Norman. Me encanta. En serio, necesitaba los cables.

Se levantó y, rompiendo mi protocolo de espacio personal, me dio un abrazo que olía a vainilla y vodka barato. Me quedé rígido, con los brazos a los costados, esperando que la interacción terminara.

—Ahora te toca recibir, Norman —dijo Kenji, disfrutando mi incomodidad.

Esperaba que fuera Kenji. Quizás un vale por comida.
Pero quien se levantó fue Ruri.

La sala se calló. Ruri, la chica que apenas hablaba, caminó hacia mí. No traía una caja. Traía una bolsa de papel simple.

—Me tocó Norman —dijo en voz baja—. No sabía qué regalarle. No le gusta nada.

—Me gusta la eficiencia —corregí.

—Exacto. Así que... observé.

Me tendió la bolsa. Miré dentro.
Saqué el objeto. No era una corbata. No era una taza de "Mejor Jefe del Mundo".
Eran un par de guantes negros. Pero no unos guantes normales. Eran guantes de compresión para mecanografía, con las puntas de los dedos cortadas y reforzadas, y un material antideslizante en las palmas.

—Siempre tiene las manos frías cuando escribe en el parque —explicó Ruri, mirando sus zapatos—. Y se frota las muñecas después de teclear mucho rato. Son para... proteger la herramienta de trabajo.

Me quedé mirando los guantes.
Eran de mi talla exacta.
El material era de alta calidad.
Solucionaban un problema ergonómico que yo había ignorado por ahorrar costes.



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En el texto hay: misterio, thriller, manager

Editado: 25.12.2025

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