Habíamos tomado el auto de Jordan ya que la camioneta de Kenneth se negaba a arrancar luego de aquel choque que tuvimos. Y con ayuda del carro, pudimos sacar el pedazo de poste metálico del abdomen de Kenneth, que luego de liberarse de aquel trozo de metal, comenzó a sanarse, aunque se quedó completamente dormido apenas lo ayudé a subir al asiento del copiloto, por la falta de sangre. Llevo dos horas conduciendo para salir del país, pero en realidad no sé como pasaremos la frontera sin papeles. Kenneth me dijo que no me preocupara, que solo me encargara de conducir hasta la frontera del norte, la que conduce a México, y así lo hice. Nos falta cinco horas de camino, se está acabando el combustible, y son las 6 de la tarde, con el cielo sufriendo los cambios de colores que surgen en el lapso del atardecer al anochecer. La autopista está completamente sola, por lo que decido aparcar el auto a un lado de la carretera, y descansar por hoy. Kenneth no me dijo que tuvieramos un tiempo determinado para llegar, pero sí que debíamos darnos prisa. Solo que no creo que "darnos prisa" significa no dormir, ni comer, ni recargar combustible.
Dejo a Kenneth en el asiento del copiloto para buscar entre el baúl si hay algo de combustible para el auto, o para nosotros. Cuando lo abro, encuentro una llanta de repuesto y la llave para ajustar las tuercas de la llanta. Puede que ahora no nos sirva, pero es útil tener un respaldo. Sigo revisando y encuentro una botella de aceite para el auto, una batería portátil, pero nada de combustible. Lo que sí encuentro es una caja de barras de energía. Algo viejas, pero útiles en caso de emergencia, por lo que las agarro y me las llevo a los asientos de adelante, cerrando el baúl y dejando todo lo demás en su sitio.
Me concentro en masticar las barras integrales mientras observo el horizonte, negándome por completo a dormir. Jordan no era el único licántropo en la escuela, aunque quizás sí fue el único en decidir perseguirnos. Pero estoy segura que cuando el resto se percate de su larga ausencia, vendrán por nosotro, y no puedo evitar pensar, que apenas cierre mis ojos, alguno de ellos aparecerá, y nos matará. No puedo dormir aquí, no ahora. Tengo que estar alerta.
Miro a Kenneth. Cuando lo conocí, se veía peligroso, temible, tenso, siempre alerta, incluso algo mayor a su edad, además de atractivo, algo arrogante y egocéntrico. Pero ahora, profundamente dormido, parece un chico de su edad, indefenso, vulnerable, un chico normal. Nadie que no lo conozca lo miraría como un chico cualquiera haciendo un viaje en auto con su hermana menor, y no que ambos somos licántropos, él entrenado para matar despiadamente, y con la misión de protegerme y llevarme con el resto de licántropos que necesitan de mi ayuda para lidiar con una guerra de muchos años. Si intentaramos explicarlo nos acusarían de locos.
Noto como Kenneth tiene recostada su cabeza de tal forma que su cuello se tensa por detrás. Aunque ahora mismo no le importa, sé que cuando despierte tendrá un dolor espantoso en la nuca, poniéndose malhumorado y maldiciendo entre dientes. Noté que Kenneth tiene esa costumbre, cuando estábamos planeando nuestra huída aquella noche en mi habitación. Apenas rechazaba algún plan suyo, murmuraba alguna maldición o palabrota malhumorado, pero sin decirlo con toda libertad tras apretar sus dientes, como si su educación se lo impidiera.
Me quito mi sudadera, haciendo una almohada improvisada con ella. Me acerco a él, y cuidando no despertarlo, le coloco el intento de almohada con mi sudadera debajo de su cabeza. Apenas toco su cabello noto que es muy suave al tacto, y brilloso a la vista. Dejo recostada su cabeza, y veo satisfecha que así Kenneth podrá descansar mejor.
No puedo culpar a Kenneth por estar profundamente dormido en vez de estar alerta como siempre. Después de todo, resultó herido protegiéndome, así que lo menos que puedo hacer es dejar que descanse un momento aunque sea.
Después de todo, no sé cuando volveremos a tener esta tranquilidad después de la tempestad.