El aullido

Kiara Hendrick

Kenneth

Luego de desayunar, Tara y yo continuamos nuestro viaje hacia la frontera que nos separa de México. Mientras yo conduzco, Tara se mantiene en silencio observando el camino, fruciendo el ceño ante la luz del sol, mientras que esta remarca las ojeras negras bajos sus ojos, que la hacen ver más pálida de lo normal. Casi no durmió anoche. Luego de su pesadilla, volvió a despertarse, aunque esta vez, sin soltar gruñidos mientras dormía, pero apenas despertó, confirmó que estaba dormido, y se echó a llorar, susurrando entre dientes que echaba de menos a su hermana, a sus padrastros, a sus amigos, su antigua vida, todo.

No quise interrumpir. Como yo hace un tiempo, necesita drenar ese pesar de estar sola, completamente sola, para volver a sentirse perteneciente a algo. Aún recuerdo la sensación de mi pecho siendo presionado por algo con tanta fuerza que no podía respirar. Necesitaba con urgencia respirar un aire distinto al que la vida me obligaba, pues este estaba lleno de dolor. Sin embargo, aprendí a respirar ese mismo aire una y otra vez, hasta que mis pulmones dejaron de sentirse enfermos, hasta que mi corazón dejó de sentir esa opresión cada vez que enviaba ese aire a todo mi cuerpo, hasta que dejé de temblar con cada inhalación, y sollozar con cada exhalación. 

Pero ese proceso lleva tiempo. Aunque Tara ya sabe eso tanto como yo. 

Sigo conduciendo hasta llegar a un cruce que indica si desviarme de la frontera o ir directa ella. Tomo la segunda. 

-Kenneth.-me llama Tara, luego de estar tanto tiempo en silencio.- Sé que dijiste que confiara en ti, pero...-noto como respira hondo, preparándose para decirme lo que debe.-Si vas a matar a los policías, necesito que me lo digas.

Noto como cada músculo se tensa sin quererlo. No lo controlo, son instintos de la licantropía que se activan cuando algo me molesta, sorprende o alarma. Tara parece notarlo, y se tensa también.

-¿Por qué dices que voy matarlos?-le pregunto precavido.

-No encuentro otra forma de cruzar la frontera sin papeles.-se limita a responder. Pasa unos momentos en silencio de nuevo, antes de volverse a mi de nuevo.-¿Lo harás? ¿Los matarás?

Miro un rótulo que me indica que la frontera hasta a 20 kilómetros. No falta mucho. Tara sigue mi mirada hacia el rótulo, tensándose.

-Kenneth...

-No.-le corto, respondiéndole por fin.-No los mataré. Pero no puedo decirte más. Tendrás que confiar en mí a partir de esto.

-¿Cómo esperas que te de mi confianza si tu no me das la tuya?-me pregunta con algo de reclamo en su voz. Hago una mueca de fastidio.

-La confianza se gana, Tara.-le digo, antes de voltearme a verla con una sonrisa de superioridad en el rostro.-Y por como lo veo, yo tengo bien merecida tu confianza desde hace bastante tiempo.

Tara

Kenneth se estaciona a un lado de la carretera antes de salir del auto, seguido por mí. Entramos a una oficina que es de color azul y blanco, con el piso blanco con chispitas negras, recordándome el helado de vainilla con galleta. Kenneth se acerca al mostrador donde se encuentra un hombre grande, muy músculoso, con el rostro cubierto por un espeso bigote castallo.

-¿Puedo ayudarlos en algo?-le pregunta a Kenneth, quien se queda observando la puerta que el señor tiene detrás.-¿Jovencito?

-Ah, si.-dice Kenneth, concentrándose por primera vez en el hombre que tiene enfrente. Su forma de actuar tan despreocupada solo me altera más a mí, pero lo disimulo sujetando con fuerza la orilla de mi blusa.-Queremos pasar la frontera, nuestro auto está parcado fuera, estamos en un viaje en automóvil. Ya sabe.

El hombre parece saberlo, pues solo suspira y se voltea a ver la computadora que tiene enfrente.

-Nombres.-nos pide.

-Jacobo y Annie Córdova.

El hombre teclea nuestros nombres en la base de datos, mientras que yo me acerco ligeramente a Kenneth, le rozo la mano con la mía, haciendo que voltee hacía mí.

<<¿Qué haces?>> le pregunto con la mirada, mientras que miro al hombre de reojo, pero él no nos presta ni la mínima atención. Kenneth le lanza una mirada a la puerta de antes para luego mirarme a mí.

-Confía en mí.-me dice, sosteniendo mi mano unos instantes entre sus dedos, transmitiendo su calor, antes de soltarme y dirigirse al hombre que ya estaba girado a nosotros.

-Bueno, joven Córdova, me temo que ni usted ni su hermana están en la base de datos.-nos dice.-De modo que ambos son menores o acaban de cumplir la mayoría de edad. Así que, tendré que pedirles que me entreguen sus papeles.

-¿Papeles?-pregunta Kenneth, fingiendo confusión.-¿A qué se refiere?

-No me vengas con estupideces, niño.-le gruñe el hombre, extendiendo su mano hacia él.-Los papeles.

-Me temo..señor.-dice Kenneth, con un tono grostesco al pronunciar la palabra "señor", el cual molesta más al señor.-Que no le entiendo. Pero si pudiera dejar de hablar en el idioma de los gorilas podríamos hablar civilizadamente.

La mano del hombre se cierra en torno al cuello de Kenneth, quien se deja sujetar deliberadamente. Intento meterme pero Kenneth hace un ademán para que no me mueva de donde estoy. Me limito a morderme el labio inferior mientras observo la escena.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.