El aullido: El legado

Crisis...

Tara

Tropiezo y aterrizo entre las raíces de una enorme Ceiba. El impacto de la caída provoca que rechinen mis dientes y todas mis heridas suelten enormes descargas de dolor. Intento levantarme de nuevo y seguir avanzando, pero es inútil, no puedo más. No me quedan fuerzas para continuar. 

Cierro los ojos cuando una mano sujeta mi tobillo y tira de mi hacia atrás, llevándome de nuevo al lugar de donde escapaba. 

Elvira

Abro mi armario y comienzo a buscar la ropa de Tara. Éramos tan unidas que dormíamos en la casa de la otra muy seguido, tanto que cada una reservó un trozo de su armario para la otra. 

Voy a su sección, y comienzo a revisar entre ellas. Mucha de la ropa la había ido a manosear la policía; por lo que buscaba algo que no se viera infectado.

-Busca alguna otra cosa.-volteo a ver a Alex, quien esta mirando mi album de fotos en mi cama.-Algo un poco más íntimo.

Suelto una carcajada irónica.

-¿Quieres su brasier?-le digo sarcástica, pero él me observa apacible.

-No de esa clase de intimidad.-me responde, dando dos pequeños golpeteos al álbum con su dedo.

-¿Intimidad emocional?

-Mientras más significado tenga, mejor.

Asiento repetidamente, antes de internarme en lo profundo de mi armario para sacar una pequeña caja azul y plateada. 

 

Tara

Mi cabeza se golpea con múltiples cosas mientras soy arrastrada por el suelo, y mis heridas se ensucian con la tierra húmeda, ardiendo enormemente con cada movimiento que hago tratando de soltarme sin éxito. Suelto gritos de dolor mezclados con mi rabia e impotencia, que ahogan levemente las carcajadas de la persona que me arrastra. Es una voz masculina, suave, que suena cruel y malvada. 

Suelta un fuerte tirón de mi pie, moviéndome con más rapidez, provocando que mi cabeza rebote con fuerza contra el suelo y todo se oscurezca.

 

Alex

Elvira camina lentamente hacia, sin dejar de observar la caja que tiene entre sus manos. Se sienta a mi lado, con una expresión insegura afligiendo su rostro. El día había comenzado a acabar, el sol comenzaba a descender y al dejar entrar su luz por su ventana, iluminando todo su rostro, hacía ver maravillas en su piel llena de pequeñas cicatrices y pecas, junto con sus labios tanto finos como carnosos a la vez, y sus ojos, tan brillantes y llenos de curiosidad por todo y por todos. Siento como un escalofrío me recorre toda la espalda, provocando que me estremezca levemente.

-Esta caja...-comienza luego de un momento, para mirarme fijamente. Un mechón de su cabello se suelta de la trenza improvisada que se hizo y se desliza por su rostro, haciendo que las yemas de mis dedos ardan por querer esconderlo tras una de sus orejas.-La traía Tara consigo cuando su mamá murió. Tiene cosas de su madre que Tara guardaba como recuerdos.-saca de la caja un suéter de lana rojo corintio con algunos decorativos adornados del mismo color.-Ella usaba este suéter todo el tiempo, la hacía sentir que su mamá seguía con ella. Lo usaba tanto que se negaba a quitárselo. Y si se lo quitaban, no comía, ni dormía. Un día, ella me pidió que tirara todos sus tesoros, nunca dijo por qué. No pude hacerlo, no si ella llegaba a necesitarlas de nuevo entonces...

-Los guardaste por ella-termino por ella, mientras que asiente, mirándome con miles de sentimientos encontrados en su rostro. Tomo con gentileza el suéter de sus manos, haciendo que este se deslice entre sus dedos. Sin dejarla de verla a los ojos, me acerco la tela a la nariz, y cerrando los ojos, inspiro profundamente.

Encuentro diferentes aromas en la tela. Polvo, antigüedad, y entre todos estos, encuentro el aroma de Tara. Me aferro a él con todas mis fuerzas y éste me transporta a una habitación diferente a la de Elvira. Es de noche, todo está oscuro, hay un sofá, y en él se recuesta una niña pequeña, de ojos color miel y un borde amarillo bastante intenso en su iris. La niña llevaba el suéter puesto, que le quedaba enorme, pero no parecía importarle mientras se abrazaba a sí misma, mirando a la ventana y llorando en silencio. Un enorme dolor, y una sensación de añoranza y pesar me inundan por completo. Por otro lado, escucho voces, bastante distantes, y suaves..

<<...muy grave>>

<<¿...trampa?>>

<<¿Dónde está...?>>

 

Los sentimientos del recuerdo comienza a hundirme, pero trato de poner toda mi atención en lo que las voces dicen.

<<de pronto...>>

<<Crisis...>>

<<Quédate...>>

Logro escuchar en lo profundo de las voces una calle transcurrida, y algunas personas gritando algunas palabras...

-mami-susurra la pequeña Tara desde el sillón-¿Adónde te fuiste?

La observo con gran pesar, aumentando las sensaciones que trae el recuerdo. Cierro los ojos tratando de no dejarme llevar por ellos. Y entonces siento unas manos en mis mejillas, y al abrir los ojos, estoy de regreso con Elvira, quien me mira con los ojos cristalizados y con sus manos a ambos lados de mi rostro, limpiando mis propias lágrimas. El dolor sigue allí, la añoranza sigue allí, como si fueran mis sentimientos...

Elvira se inclina hacia mi, y rodea mi cuello con sus brazos, escondiendo su rostro en mi hombro, dándome un cálido e inesperado abrazo. Torpemente, tomo su cintura en mis manos, y las deslizo por su espalda hasta estrecharla entre mis brazos, y dejando que mi rostro se oculte entre el hueco que hay entre su hombro y cuello. El aroma de su piel me eriza la piel y deja escalofríos y un hormigueo bastante agradable en todo mi cuerpo. Poco a poco los sentimientos que extraje del recuerdo se desvanecen.

-Elvira yo...-comienzo con la intención de informarle lo que descubrí, pero ella sisea suavemente.

-Un minuto más-susurra a mi piel, haciendo que suelte un gruñido involuntario. Nunca me ha gustado el silencio. Esos silencios incómodos que se dan luego de una conversación, no los tolero. Ni siquiera cuando quedo a solas con alguien extraño. Pero con ella, ahora que permanecemos en silencio, abrazados, nunca había sentido ese placer de permanecer callado.




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