El aullido: El legado

Tal palo, tal astilla

Elvira

-¿Ayudarme con mi objetivo?-le pregunto burlonamente.-¿Vendes algún tipo de poción mágica que me ayude a revivir a mi mejor amiga? porque sino déjame decirte que no me interesa nada de lo que puedas ofrecerme...

Las lágrimas comienzan a brotar antes que pueda evitarlo, y mientras más intento detenerlas, más intenso es mi llanto y el dolor en mi pecho. Ahora ya recuerdo porque había insistido en beber tanto durante el entierro. No quería permitirme sentir este dolor, el dolor que te abre los ojos ante una tragedia y te da una porción de la cruda realidad de la vida y de las cosas. El dolor que casi no te deja respirar y piensas que no vas a poder seguir viviendo así. No es un dolor para nada conocido para mi, pero es inmenso, y me siento tan patética intentando evitar mis sentimientos a esta edad cuando Tara pasó por lo mismo dos veces a una edad mucho más temprana, completamente sola...

Entre mis intentos por parar mi llanto, no me percato de que la pequeña niña que estaba en la cocina está a mi lado, hasta que siento su mano sobre mi cabeza. En ese momento me quedo hecha piedra, sin saber qué hacer. Maldita sea Elvira, ¿Cómo les muestras debilidad a las personas que te tienen secuestrada? ¿Cómo les das una ventaja sobre ti? Eres idiota...

-Elvira.-resuena la voz del hombre, pero esta vez suena más cerca e incluso más suave que antes. Elevo la mirada hacia él, y descubro que él también se acercó a mi, pero en vez de provocarme miedo, sus ojos color miel me provocan una sensación de tranquilidad, y de tan cerca, me doy cuenta de que sus rasgos me son familiares...-Sé que va a ser muy difícil creerme a mi, sobre todo porque soy un extraño. Pero esto es importante que lo sepas, y te aseguro que te ayudará a quitarte este peso del pecho.

Lo miro detenidamente, antes de voltear a ver a la niña, que sigue con su mano puesta sobre mi cabeza. Sus ojos son verdes pardo, y piel es un poco más clara que la del hombre. Pero su rostro, su rostro era lo que me ponía nerviosa, pues una larga cicatriz que apenas terminaba por cerrarse le atravesaba todo el rostro desde la sien izquierda hasta el lado derecho de su mentón. La niña desliza su mano por mi cabeza hasta llegar a mi ojo, donde suavemente me seca una de mis lágrimas con su pulgar, dedicándome una pequeña pero muy dulce sonrisa. Miro de nuevo hacia el hombre, que sigue mirándome fijamente. 

No tengo idea de qué es lo que buscan, ni qué es lo que necesitan contarme con tanta urgencia. Pero tengo el presentimiento de que si me niego a escucharlos, podría arrepentirme el resto de mi vida, si es que me dejarían con vida si llegara a negarme a escucharlos. 

-¿Qué es eso tan importante?-le pregunto, con la voz ronca, y devolviéndole la sonrisa a la niña, a quien le comienzan a brillar los ojos de alegría.

-Es una información muy fuerte.-me dice, quitándose la chaqueta.-Primero es que mi nombre es Leorio, y ella es Morgana.-Se acerca un poco más hacia mi.-Dime Elvira ¿sabes qué es esto? 

Me muestra su antebrazo antes cubierto por la chaqueta, revelándome una huella de lobo o perro en dibujada en su piel con un color negro intenso.

El símbolo del aullido de Alex.

 

Sam

-Alex ¿Puedes decirme que está pasando?-le grito luego de varios minutos con él dándome indicaciones sin parar, sin dejar de gritarme que pisara el acelerador a fondo.-¿Qué pasó?¿Qué viste? ¿Dónde está Elvira? 

Alex se limita a apretar la mandíbula y a cierra los puños con fuerza por encima de la guantera. Su insistencia por permanecer en silencio solo aumenta mi nerviosismo, pero las pequeñas gotas de sangre que sobre salen de sus puños cerrados me ayudan a mantenerme firme en cerrar mi boca, y simplemente acelerar mucho más.

Conozco a Alex desde hace muy poco, sabemos muy poco del otro a pesar de todo. Aunque me ofrecieran una fortuna por leer sus pensamientos, me sería imposible saber qué sucede dentro de esa cabeza peluda, solo sabría decirte cuando está realmente enfurecido, y eso es realmente obvio. Tenía el pensamiento de que la rabia de Alex era la peor expresión que podía tener.

Pero ahora...

Su mirada, sus pupilas dilatándose y contrayéndose al ritmo de un corazón latente, sus zarpas incrustándose sus palmas una y otra vez, aumentando cada vez más el flujo de sangre que se derrama sobre el cuero de la guantera, su respiración entre cortada y los leves pero aterradores gruñidos que se escapan de su garganta...

No, no podía estar más equivocado. Jamás había visto a Alex tan asustado, y viéndolo a él así, no puedo evitar que mi propio terror aumente considerablemente...

Regreso la vista a la carretera, topándome con la mirada de una chica frente al auto, permaneciendo firme como si no estuviéramos yendo a toda velocidad directamente hacia ella. Piso el freno hasta el fondo maldiciendo en voz alta, y provocando que Alex salga disparado hacia adelante, siendo frenado milagrosamente por el cinturón de seguridad antes de poder chocar contra el compartimiento, sacándolo de su ensoñación. El carro no termina de frenar a tiempo, precipitándose hacia la chica, quien permanece totalmente en calma, limitándose a colocar las manos sobre el capó, dando un pequeño salto para subirse sobre éste, sentándose tranquilamente, como si el carro hubiera estado detenido desde un principio. En cuanto se sienta sobre el capó, el carro termina de detenerse, dejándome atónito. Volteo a ver a Alex.

-¿Qué diablos...?

Alex sale del carro apenas se detiene, sin dejar de mirar fijamente a la chica, que ahora que la puedo ver sin el efecto del pánico, puedo fijarme que es más una niña, una chica mucho más joven que Narcisa, pero su semblante duro y frívolo la hacía ver mayor, sin mencionar su cabello negro, que aún encontrándose sujeto tras una trenza, provocaba que su piel blanca como la cera luciera mucho más escalofriante, y no digamos de la enorme cicatriz que atravesaba gran parte de su rostro...




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