El aullido: El legado

Lealtad

Elvira

-Terminé.-anuncio a la mesa, mientras me levanto con mi plato casi lleno en las manos.

-¿De nuevo, cariño?-me pregunta mi madre, preocupada.-Llevas casi una semana sin comer bien, ¿estás enferma?

-No, mamá. Estoy bien.-le aseguro, sonriendo.-No te preocupes, si estuviera enferma, te lo diría.

-Si es por alguien en la escuela que te está llamando gorda...

-Papá, basta.-lo corto.-Sabes que no me importa lo que digan los demás de mí.

-Lo sé, hija. Pero eso puede cambiar dependiendo de la persona.

-¿Qué quieres decir?-le pregunto

-No lo sé...¿Quizá un chico?

Pongo los ojos en blanco, y me retiro mientras insiste en el tema. En cuanto me pierdo de la vista de mis padres, giro al pasillo contrario al que se dirige a mi cuarto, y bajo al sótano de la casa. Mis padres no guardan nada ni usan el sótano para nada. De hecho, ni siquiera saben de su existencia. Sam, Tara y yo, lo descubrimos mientras jugábamos a los detectives en mi casa. Luego de eso, decidimos que si queríamos estar solos, éste era un lugar perfecto, por lo cual nunca le dije a mis padres sobre el sótano. 

Bajo los escalones con mucho cuidado y sigilo, pues a pesar de que para mis padres es invisible e inexistente, los escalones están hechos de una madera bastante vieja, que puede rechinar bajo el peso de algo con mucha fuerza.

Termino de bajar los escalones, y enciendo la luz.

-Hola, Marcus.-saludo mirando fijamente al licántropo de mi edad que está detrás de unas rejas que Sam y yo fabricamos con unos barrotes de hierro que había en una propiedad abandonada. Al principio, creímos que nos meteríamos en problemas, pero han pasado semanas, y no han reportado ningunos barrotes robados por esa zona, así que ya no nos preocupa. Marcus se levanta de la hamaca improvisada que le fabriqué con viejas sábanas y una cuerda con la que colgaba un viejo columpio de mi niñez.

-Te traje la cena.-le digo, dejando que el plato se deslize por debajo de la reja, para que Marcus pueda agarrarlo y llevárselo a la pequeña mesita de juguete que le dimos como comedor.

-Te agradezco tu amabilidad.-me dice con sarcasmo, a lo que yo le respondo con un bufido burlón.

-Te doy más de lo que debería darte, puesto a que te niegas a colaborar.

No responde. 

Han pasado un mes y medio desde que Tara desapareció con Kenneth, de quien se sospecha que es su secuestrador. Sin embargo, la policía dejó de buscar al cumplir un mes, y la familia Rogers tampoco quiso continuar, los únicos que seguimos en su búsqueda somos Sam y yo. Pero llevamos semanas tratando de que Marcus, el licántropo enjaulado, nos ayude a encontrarla con lo que sabe. Pero aún con sobornos, chantajes, incluso amenazas, no han servido de nada. Sigue firme en su decisión de no contarnos nada, y con el paso de los días, siento como las probabilidades de encontrarla se reducen con rápidez. 

-Necesitamos que nos ayudes, Marcus.-le digo. Ese no es su verdadero nombre, pero como no quiere decirnos nada de él ni de cómo encontrar a Tara, decidí ponerle un nombre.-El tiempo se acaba para nosotros, y también para ti. No haremos nada en contra de los licántropos, te lo puedo jurar. Solo queremos que nuestra amiga vuelva a casa.

Marcus se me queda viendo fijamente, con su cabello negro sucio y largo cayéndole en los ojos azules, y la barba de semanas le da una expresión más temible y mayor, pero solo es un chico de mi edad que está dispuesto a sacrificarse por su manada y sus secretos. Pero yo también.

Me siento frente a él, y lo miro comer. Come con tranquilidad, a pesar de que sé que siempre está hambriento y está añorando el momento en que llegue la comida. Veo como sus músculos se marcan bajo su camisa, y siento que a pesar de no tener mucho, podría ganarle a Sam en una pelea cuerpo a cuerpo, y Sam si es muy músculoso.

-Ya me has dicho eso cientos de veces.-me dice, dejando el plato vacío sobre la mesa.-Y tú amigo el idiota me recuerda con sus "torturas" lo desesperados que están.-añade, refiriéndose a Sam con "el idiota"-Pero así como tú, mi lealtad está con mi gente. No soy nadie que se venda, olvídalo.

-Podrías conseguir tu libertad...

-No cangeo a mi gente por mi vida.-me interrumpe, completamente frío, dándome a entender que nuevamente, no hará nada para ayudarnos.-Ya lo he dicho, no soy alguien a quien puedes comprar, he dicho que no diré nada, y así se quedará mi decisión.

Se levanta, haciendo que me levante con él, se acerca a la reja, y deja el plato en el suelo, deslizándolo por debajo de la reja para que pueda recogerlo.

-Gracias por la cena.

Y sin decir más, se recuesta en su hamaca, e ignora mi presencia. 

Salgo del sótano y voy a mi habitación, donde hago una nueva marca en mi muro, que indica otro día lejos de averiguar algo de la ubicación de Tara. Otro día que tengo el presentimiento que estamos a punto de no volver a encontrarla nunca.

 




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