El Aullido Prohibido

capítulo 17: LA IRA DE LOS DIOSES.

"Quien desafía la voluntad divina, encontrará en su amor una tormenta que lo devora y lo protege al mismo tiempo."
— Fragmento del Códice de los Celestiales.

Desde los tronos de luz y fuego en los cielos, los dioses observaron con furia el vínculo que comenzaba a formarse entre el lobo y la luna. No era un simple acto de amor; era un desafío a su autoridad, una transgresión de sus decretos eternos. Cada aullido del lobo resonaba como un desafío, cada destello de luz reflejado en el pelaje negro como un recordatorio de que la devoción y el dolor podían volverse un acto de rebeldía.

El lobo, en los riscos, no lo sabía, pero cada mirada que dirigía a la luna, cada estremecimiento de deseo y cada lágrima invisible que recorría su corazón mitad humano y mitad bestia, estaba registrado en los ojos eternos de los dioses. Ellos sintieron su furia y su dolor, y esa mezcla de amor imposible y resistencia despertó su ira como nunca antes. Decidieron que tal desafío no podía permanecer sin castigo; la eternidad debía recordar quién tenía el control sobre los destinos de los mortales y de los seres atrapados entre mundos.

La luna, desde su posición celestial, también percibió la tensión que se acumulaba. Sabía que su vínculo con el lobo había sido detectado, y que la interferencia de los dioses podía traer consecuencias terribles. Su luz, normalmente serena, se volvió más intensa, más protectora, como un escudo que intentaba envolver al lobo sin romper las leyes divinas. Por un instante, deseó poder bajar y acallar su dolor, pero comprendió que cualquier acercamiento directo sería considerado una transgresión mayor, que podría condenarlos a ambos.

Mientras los dioses debatían sobre cómo castigar la audacia del lobo, él continuaba su canto, inconsciente de la tormenta que se formaba sobre él. Cada nota era un grito de amor, un acto de desafío y un testimonio de su sufrimiento. Su dolor se intensificaba al sentir la distancia imposible, la luz que podía ver pero nunca tocar, y la certeza de que la ira divina podía arrebatarle incluso ese reflejo de esperanza. Sin embargo, en esa misma tensión encontraba fuerza; su amor imposible se volvía más ardiente, más eterno, más indomable.

Y así, la noche se volvió un campo de batalla invisible. Los dioses, furiosos, enviaban presagios y sombras que se filtraban entre los riscos y los bosques, tratando de quebrar la voluntad del guardián. Pero cada vez que el lobo alzaba la cabeza, cada vez que su canto se elevaba hacia la luna, demostraba que su dolor y su amor no podían ser controlados. Era un acto de resistencia silenciosa, una afirmación de que incluso la ira divina no podía sofocar el vínculo que, aunque imposible, estaba comenzando a formar una leyenda eterna.

El lobo, consciente o no, se convirtió en símbolo: de sufrimiento, de devoción y de desafío. Y la luna, en su luz distante, comprendió que aquel amor imposible, aunque castigado por los dioses, seguiría existiendo mientras su reflejo brillara en los riscos y su canto viajara por los valles. La tragedia no disminuía; se intensificaba, convirtiéndose en un fuego que iluminaba la eternidad.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.