"Los dioses no siempre destruyen con fuego; a veces lo hacen borrando hasta el recuerdo de lo amado."
El amanecer llegó lento, arrastrando la niebla como si quisiera ocultar lo que había sucedido en la noche. Adrien no había dormido. Sus pensamientos eran un torbellino de voces y silencios, de aquella figura que por un instante había visto en la penumbra.
El pueblo despertaba como siempre: las campanas de la iglesia repicando, los mercados abriéndose, la gente caminando con la rutina en la piel. Pero Adrien se sentía ajeno a todo aquello. Cada paso, cada rostro, parecía más lejano. Como si entre él y el resto del mundo se hubiera alzado un velo invisible.
Ese día, notó algo extraño.
Los ojos de algunos vecinos lo seguían, pero no con la simple curiosidad. Era una mirada vacía, desprovista de reconocimiento. Como si de pronto hubieran olvidado quién era.
Una anciana que siempre le ofrecía pan en la esquina lo miró con desconcierto, como si lo viera por primera vez.
Un niño con el que solía jugar en el camino desvió la mirada sin saludar.
Adrien sintió un vacío abrirse en su pecho.
—Elyra… —susurró en voz baja, alejándose hacia las colinas—. ¿Qué está pasando?
La brisa se agitó a su alrededor, trayendo consigo aquella voz quebrada que ya le era tan cercana.
—Los dioses lo han notado. Están borrando tus huellas del mundo. Quieren arrancarte de la memoria de los hombres antes de que me entregues más de ti.
Adrien se detuvo en lo alto de la colina, mirando el cielo gris.
—¿Entonces… me van a condenar como a ti?
Hubo un silencio largo. Luego, Elyra respondió con un hilo de dolor:
—Si no te apartas de mí, Adrien, todo lo que amas te olvidará. Serás un extraño en tu propia tierra. Nadie recordará tu nombre. Y yo… arrastraré tu alma conmigo en este limbo.
El joven apretó los dientes. El viento agitaba su cabello, y bajo ese cielo encapotado sintió que la elección lo partía en dos.
Pero recordó la soledad en la voz de Elyra, ese suspiro que llevaba siglos esperando ser escuchado.
Y comprendió que, aunque todo lo olvidara, él nunca lo haría.
—Prefiero ser un fantasma en mi mundo que dejarte sola en el tuyo —dijo con firmeza.
La neblina se arremolinó alrededor de sus pies como si quisiera abrazarlo. Elyra no respondió enseguida. Cuando lo hizo, su voz era un temblor de gratitud y miedo.
—Adrien… acabas de desafiar a los dioses.
En lo alto, entre las nubes, un trueno retumbó, aunque no había tormenta.