El Aullido Prohibido

Capítulo 6: El PRECIO DEL DESAFIO.

"El amor que desafía a los dioses no busca vencerlos, solo existir un instante más antes del olvido."

La noche cayó sin aviso. Donde antes el fuego ardía, ahora solo quedaban brasas negras, como si el mundo hubiera sido despojado de su color. Adrien seguía allí, inmóvil, con los ojos fijos en el río, esperando volver a ver su reflejo… pero solo el vacío lo miraba de vuelta.

Elyra flotaba a su lado, su forma apenas visible entre la niebla. Su voz sonaba frágil, casi humana.
—Has hecho lo impensable… y ahora, ellos te escuchan.

Adrien no respondió. Sentía cómo su pecho se contraía, como si una fuerza invisible le robara el aire. En el horizonte, una línea de luz descendía lentamente, como un segundo amanecer teñido de sangre.

—¿Qué me está pasando? —preguntó con voz ahogada.

Elyra se acercó, su mano translúcida rozando la suya.
—Están marcándote. Todo aquel que desafía su orden pierde una parte de sí. Esa es la ley del equilibrio.

Adrien cerró los ojos. Por un instante creyó oír su corazón dividirse en dos, latiendo en ritmos distintos: uno humano, el otro, algo más antiguo.
—Si ese es el precio… lo pagaré —susurró.

Elyra quiso detenerlo, pero el brillo que surgía de su cuerpo la hizo retroceder. Un símbolo, un círculo de fuego pálido, apareció en el pecho de Adrien. No ardía: dolía de un modo más profundo, como si grabara en su alma un pacto eterno.

El viento cambió de dirección. Las aguas se elevaron como si obedecieran una voluntad ajena. Entre la corriente, se formó una figura: alta, sin rostro, vestida con sombras.

Una voz resonó desde todas partes.
—Adrien de la carne, tu desafío ha sido escuchado. Has roto el silencio del destino.

El joven levantó la vista, temblando.
—No quiero su poder. Solo quiero amarla.

El ser no respondió. En cambio, levantó una mano y señaló a Elyra.
—Entonces sufrirás su condena. Lo que era espíritu, será arrastrado a la carne; lo que era humano, se perderá entre los ecos del viento.

Elyra gritó, y su cuerpo comenzó a disolverse en una luz blanca. Adrien corrió hacia ella, pero sus manos solo tocaron aire.
—¡No! ¡Llévenme a mí, no a ella!

La figura se desvaneció, dejando una frase suspendida en el aire:
—Amar lo prohibido es abrir una herida que nunca cierra.

Cuando el silencio volvió, Adrien cayó de rodillas, exhausto. En su pecho, el símbolo aún brillaba, pero ahora su reflejo había regresado al agua. Sin embargo, ya no era solo él: junto a su imagen, la de Elyra aparecía, fundida con la suya.

Ella no estaba perdida. Pero tampoco libre.
Era parte de él ahora.
Y en la distancia, los dioses observaban… sabiendo que el verdadero castigo acababa de comenzar.




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