"A veces el alma no se divide: se desborda."
El amanecer llegó sin color. Todo el bosque parecía cubierto por una neblina espesa que borraba los límites entre tierra y cielo. Adrien despertó sobre la hierba húmeda, con la ropa empapada y la mente fragmentada.
Durante unos segundos, no recordó su nombre… ni su forma.
Una voz lo llamó desde adentro.
—Adrien… ¿me escuchas?
El joven abrió los ojos de golpe. No había nadie a su alrededor, pero sintió un pulso tibio dentro del pecho, justo donde brillaba el símbolo marcado por los dioses.
—Elyra… —susurró.
—Estoy aquí —respondió ella, con una mezcla de dulzura y dolor—. Pero no como antes.
Adrien se llevó una mano al corazón. En cada latido, escuchaba el eco de una respiración que no era suya. En cada pensamiento, una palabra ajena se mezclaba con la suya. Su voz interior ya no le pertenecía por completo.
—Nos han unido —dijo con un hilo de voz.
—No, Adrien —corrigió ella—. Nos han confinado.
El viento sopló entre los árboles, trayendo consigo un murmullo que no provenía del mundo de los hombres. Desde las alturas, los dioses observaban.
Uno de ellos, el más antiguo, habló con una voz que hacía temblar los cielos.
—Han traspasado el velo. Lo que era frontera entre alma y carne ha sido quebrado.
Otro respondió:
—Si los dejamos, su unión podría recordar a los mortales que incluso el amor puede crear poder.
El primero asintió.
—Entonces no deben sobrevivir juntos.
Mientras tanto, Adrien caminaba tambaleante hacia el río. En el agua vio su reflejo… pero esta vez, dos pares de ojos lo observaban desde una sola mirada. Elyra estaba allí, atrapada dentro de su propio ser.
—No puedo soportar verte sufrir —dijo ella, su voz resonando como un pensamiento compartido.
—Sufrir por ti no me destruye —susurró él—. Me mantiene vivo.
El aire se volvió denso, como si el mundo los escuchara. Las hojas temblaron sin viento. De pronto, un cuervo descendió del cielo y se posó frente a Adrien. Sus ojos brillaban con una luz blanca, divina.
—Nos encontraron —dijo Elyra, apenas un suspiro.
El cuervo habló con voz humana:
—El vínculo no será borrado, pero el cuerpo debe elegir: o ella respira, o tú lo haces.
Adrien apretó los puños.
—Entonces respiraremos los dos —respondió.
El cuervo alzó el vuelo, dejando caer una pluma luminosa que ardió al tocar el suelo. Era el segundo presagio.
Elyra tembló dentro de él.
—Adrien… si sigues desafiándolos, el cielo se abrirá sobre nosotros.
—Entonces que se abra —dijo él, mirando hacia el horizonte—. Prefiero morir con tu alma en mí que vivir con la mía vacía.
Y el viento, al escucharlo, llevó su juramento hacia los dioses.
Las nubes se tornaron rojas.
Y el tercer presagio comenzó a gestarse.