El Aullido Prohibido

Capítulo 8: El TERCER PRESAGIO.

"Cuando el alma y el cuerpo comparten un mismo latido, el cielo recuerda por qué temía al amor."

El día amaneció gris, sin canto ni sombra. Adrien caminaba entre los restos de un bosque que ya no parecía suyo: los árboles se inclinaban hacia él, como si lo reconocieran y lo temieran a la vez.
Su pecho ardía. Con cada paso, sentía el pulso de Elyra confundirse con el suyo. Ya no sabía dónde terminaba su voz y dónde comenzaba la de ella.

—Adrien… —susurró dentro de él—, si seguimos así, uno de los dos desaparecerá.
—Entonces no desaparecerá ninguno —respondió él con voz ronca—. Encontraremos un modo.

Pero el aire cambió. Un sonido bajo, como un trueno que se ahoga, recorrió el cielo. El río se detuvo, el viento calló, y las nubes se abrieron de golpe en un círculo perfecto sobre el valle. Desde allí cayó una luz oscura, fría, como si la noche descendiera en pleno día.

Elyra tembló dentro de su mente.
—El tercer presagio… llegó antes de lo previsto.

Del centro de la luz emergió una figura alada: ni ángel ni sombra, sino algo intermedio, tejido de fuego y lamento. Su rostro era el reflejo de todos los que Adrien había amado y perdido.
—El equilibrio se ha roto —dijo con voz doble—. Uno de los dos debe regresar al olvido.

Adrien retrocedió.
—No. Nadie volverá al olvido.

El ser extendió una mano, y el símbolo del pecho de Adrien ardió con fuerza. Elyra gritó desde adentro.
—¡Adrien, detente! ¡Me están separando!

Pero él se aferró al suelo, resistiendo la fuerza invisible que intentaba dividirlos. Las raíces bajo sus pies se encendieron, y el bosque entero comenzó a brillar con la misma marca que tenía él en el pecho.
Cada árbol, cada piedra, cada sombra, repetía el mismo símbolo: fuego en silencio.

La figura lo miró con compasión.
—No entiendes lo que haces. Si el humano retiene al espíritu, ambos arderán.

Adrien sonrió, sangrando por la nariz.
—Entonces que el fuego sea nuestro testigo.

Y gritó su nombre:
—¡Elyra!

El grito sacudió el aire, partió las nubes, y por un instante, los dioses dejaron de mirar.
La luz oscura se fragmentó en mil destellos, y del corazón de Adrien surgió una silueta: Elyra, completa, tangible, respirando.
El milagro prohibido se había consumado.

Pero el precio fue inmediato.
El cuerpo de Adrien comenzó a desvanecerse en ceniza, mientras Elyra lo sostenía entre sus brazos recién formados.
—No —lloró—, no así…

Él la miró con una serenidad extraña, la de quien alcanza aquello que nunca debió tocar.
—Ahora sí… estás viva —susurró—. Eso es todo lo que quería.

El viento se llevó su última palabra.
Elyra, temblando, miró al cielo y vio que la luna —aunque era de día— se había hecho visible, brillante y solitaria, como si llorara también.

Ese fue el tercer presagio:
la luna llorando por el hombre que desafió al cielo para amar un alma.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.