El Aullido Prohibido

capitulo 9:EL CORAZÓN PRESTADO.

"Algunas almas no mueren. Solo cambian de forma para seguir amando."

El amanecer llegó con una calma extraña.
Las cenizas de Adrien descansaban sobre la hierba, aún tibias, como si el fuego que lo consumió no quisiera apagarse del todo. Elyra, temblando, se arrodilló frente a ellas. Sus manos, ahora de carne, no sabían cómo tocar el mundo; cada roce la hería, cada aliento la hacía sentir culpable.

—¿Por qué me dejaste respirar? —susurró—. No pedí existir a costa tuya.

El viento respondió con un murmullo suave, y por un instante creyó escuchar su voz en su mente:
"Porque vivir en ti es seguir mirarte."

Elyra apretó los ojos, conteniendo el llanto.
Desde que había tomado forma humana, sentía dentro de su pecho dos ritmos: uno era suyo, débil, recién nacido; el otro, más profundo, antiguo, era el corazón prestado de Adrien.
No podía olvidar el símbolo grabado en su piel. No podía olvidar su promesa.

Caminó hacia el río. El reflejo que la aguardaba no era el suyo: era el de ambos, fundidos, respirando en un mismo cuerpo.
—No te irás… —dijo—. No mientras yo recuerde.

Pero el cielo se movió. En lo alto, una línea dorada se extendió sobre el horizonte, como una herida abriéndose en el firmamento. Era la señal de los dioses.
Desde allí descendieron tres luces. No eran ángeles: eran custodios del equilibrio, enviados a sellar lo que jamás debió existir.

El primero habló con voz grave:
—El humano ofreció su alma. Su ciclo debía cerrarse.

El segundo, más compasivo, observó a Elyra con curiosidad.
—Y sin embargo, late aún. No del todo humana, no del todo espíritu.

El tercero levantó una lanza de cristal.
—Ella es la prueba del error. Si la dejamos, el amor volverá a creer en su poder.

Elyra dio un paso atrás, pero una voz resonó dentro de ella. Era la de Adrien, más clara esta vez.
—No huyas. No te escondas. Vive, Elyra… aunque el cielo se rompa.

Sus ojos se iluminaron con el mismo fuego que lo consumió.
—Si mi existencia es un error, —dijo— entonces viviré como tal.

Las luces se agitaron. El suelo tembló.
Y los dioses, desde su altura, comprendieron que la historia no había terminado.
Que el espíritu que debía olvidar estaba aprendiendo a sentir.
Y que el amor que debía morir… había encontrado la manera de seguir respirando.




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