En la radio sonaba “Mojada” de Vilma Palma e Vampiros y a toda hora la poníamos en los casetes Mariel y yo, nos encantaba esa canción, estaba cerca el catorce de febrero, aunque la mayoría de las chicas escuchaban canciones cursis como la de los Cardigans nosotras éramos un poco más rebeldes, fumando a escondidas de nuestros padres sentadas en las esquinas lanzando piedras a quien nos enfadaba y en ocasiones hasta pintando las paredes con aerosol de colores pastel y fluorescentes, esa noche el noticiero que sintonizaba el padre de Mariel estaba lleno de noticias sobre un transbordador espacial llamado Discovery que llenaba los periódicos en la nota positiva del día y del otro lado de los diarios en la nota roja internacional al igual que en el noticiero se hablaba de una tragedia en un lugar para mi desconocido en el globo terráqueo, algo así como un descarrilamiento de un tren y doscientos muertos, yo me encontraba en la cocina de la casa de Mariel y el frío cada vez se iba intensificando, esas noticias se escuchaban en toda la casa por lo fuerte que escuchaba su padre el noticiero, creo que el señor tenía algo en el oído, contaba todo el día con un aparato cerca de la oreja, cada que me veía el señor me regañaba porque según mascaba muy fuerte el chicle y eso que estaba sordo.
A escondidas mi primo nos conseguía cigarros sabor vainilla y esa noche teníamos una cajetilla así que Mariel se apareció con sus clásicos pantalones acampanados y sus múltiples ligas en la cabeza de colores, me hizo una seña con los ojos para que tomáramos dirección hacia la calle y me hizo la seña del dedo pulgar y el índice pegados cerca de la boca preguntándome si tenía cigarros, yo cerré los ojos en señal de que todo estaba bajo control de mi parte así que nos dispusimos a salir sin hacer ruido, la colonia estaba llena de retornos, andadores, pasillos, calles y corredores, ya casi eran las once y al salir de la cocina Mariel llevó consigo un encendedor de color rojo, sentimos ambas la ventisca del frío de febrero y solo nos tomamos a nosotras mismas de los codos para disminuir la sensación térmica, caminamos tres andadores hacia la izquierda hasta llegar a la calle principal donde se tomaban los autobuses, de ahí caminamos hacia el norte tres calles más, todo estaba en total tranquilidad salvo dos vecinas que permanentemente patrullaban desde sus ventanas para saber cualquier anomalía o situación que pudieran comentar al otro día con sus más allegadas vecinas, nos vieron pasar pensando que no las veríamos tras sus cortinas y delatándolas la luz dentro de sus casas que dibujaban las siluetas escondidas detrás de las ventanas, una mirada entre nosotras acompañada de una risa era sinónimo de burla hacia las pobres mujeres al ser descubiertas.
Llegamos a esa avenida y escuchábamos el tren que pasaba a kilómetros de ahí por las frías ráfagas de viento, seguro mi padre ya había llamado a casa de Mariel para preguntar por mí y su padre no habría escuchado el teléfono, así que debíamos darnos prisa para poder disfrutar los cigarros.
—Me gusta Javier pero es muy tonto, no sé cómo decirle o hacer para que se dé cuenta.
Me decía Mariel mientras ya sentadas en la acera le daba golpes de cabeza a la cajetilla de cigarros en contra de la palma de su mano para asentar el tabaco, yo moría de frío pero sabía que el cigarro probablemente me quitaría esa sensación, justo Mariel quitaba el empaque de celofán de la cajetilla cuando comente.
—Hazte la payasa wey, no te cuesta.
Sonó un silbido fuerte de un silbato chirriante, ambas brincamos de inmediato dejando caer la cajetilla entre las dos, para nuestra sorpresa se trataba de don José, el velador que pasaba en su bicicleta roja, nos miró y dijo:
—Buenas noches señoritas.
Contestamos sonriendo y siguió su camino, teníamos miedo más de nuestros padres que de cualquier otra cosa, a los catorce años solo quieres estar lejos de los adultos, no piensas en nada mas, más que en pasarla bien con tus amigos, rápido sacó Mariel un cigarro y yo tome el encendedor para encender su cigarro, se apagó dos veces por el aire fuerte y frio que corría por la noche, se logró encender y como siempre empezó a toser para disimular que aún se ahogaba con los cigarros, saque mi cigarro y ella trato de encenderlo, a la primera resulto, sentía cosquilleos en la garganta acompañado del sabor vainilla, era raro pero me gustaba esa sensación así que comenzamos a aspirar el sabor del cigarro que viajaba por el filtro de algodón y nuestros ojos pagaban las consecuencias, lagrimeaban involuntariamente pero nos mantenían ocupadas mientras debatíamos sobre el inútil de Javier que realmente no volteaba a ver a Mariel para nada, le aconseje que el catorce de febrero le escribiera una carta en el buzón anónimo que ponían en cada escuela pero no la vi nada convencida, la bonita letra de Mariel hacia que cada clase de geografía la pasaran al pizarrón a escribir las notas del día y seguramente el tonto de Javier la descubriría si no fuese tan tonto como pensábamos.
El aire nos trajo varias hojas secas de árboles, polvo y nos tumbó la parte encendida del cigarro, volvimos a encenderlo, Mariel ya estaba nerviosa porque seguramente ya casi terminaba el noticiero y su papa le iba a pedir que sacara la basura, nos apresuramos a aspirar lo más rápido que podíamos el sabor vainilla con el humo de los cigarros, la calle era amplia y larga, atravesaba toda la colonia, desde el norte podríamos ver el cerro, donde comenzaba la carretera y hacia el sur veíamos como se abría en dos para rodear una laguna, no se veía ningún vehículo, ninguna luz, el velador iba muy lejos, se escuchaba como a unas ocho calles, girábamos las cabezas más que las vecinas chismosas en un día que se apareciera una ambulancia o una patrulla por algún corredor cercano cuando de repente de la nada vimos dos luces mucho después del cerro pero bastante lejos como para ver solo dos puntos amarillos, ambas pensábamos en alguna posibilidad de lo que pudiera tratarse pero nunca nos dijimos nada, no se escuchaba ningún ruido del motor y se veía muy lento porque difícilmente se agrandaba.